Indonesia no quiere que se repitan los incendios críticos del verano pasado. Ardieron más de 1 millón y medio de hectáreas de bosque, lo cual se tradujo en un coste de millones de dólares para el país. La solución es un invento que ya hemos observado en otros lugares inaccesibles del mundo, como el Tíbet chino o zonas de los Emiratos Árabes: la lluvia artificial. Pero no está claro que vaya a ser tan fácil: los contagios por coronavirus sobrepasan los 50.000 en Indonesia.
Indonesia teme que el fuego arrase su vegetación como ya hizo en 2019. A esta hora arden más de 700 incendios en la provincia de Kalimantan Central y, si la climatología o los medios desplegados después de declarar el estado de alarma no lo impiden, lo más seguro es que lleguen al área devastada el año pasado, aún sin reponer.
El gobierno indonesio asegura haber empezado a usar la lluvia artificial como medida preventiva ante la propagación de incendios. La idea es inducir nubes con productos químicos, como el yoduro de plata o el hielo seco. Una solución que evitaría además humaredas como la que vimos el último agosto, cuando varias ciudades se cubrieron de una neblina roja tóxica.
Todo ello, en medio de una pandemia que se agrava. Hace apenas unos días todavía se confirmaban en Indonesia miles de nuevos contagiados diarios por coronavirus, lo cual se está traduciendo en una caída de la economía peor a la esperada. El jefe de la campaña de bosques de Greenpeace en Indonesia, Kiki Taufik, ya ha expresado su preocupación por los recortes presupuestarios destinados a la extinción de incendios, según recoge Reuters.
De no aplicarse medidas preventivas, el gigante exportador de aceite de palma seguirá viendo su bosque devastado, en parte por el aumento de la deforestación. Buena parte de los focos se inician voluntariamente con la intención final de acceder a este producto, que comercializan empresas como Danone y Johnson & Johnson, según Greenpeace. Entre otras consecuencias, el orangután de Borneo está viendo su hábitat muy reducido.