Imaginen la investigación inmunitaria contra el covid-19 como el proceso de una fotografía de la que solo se estaba revelando hasta ahora, sin saberlo, una parte de la imagen, que desaparecía en menos de tres meses. Algo así, podría decirse, estaba ocurriendo en los laboratorios, centrados en los anticuerpos que atacan eficazmente el filamento dorado del interior del virus, pero que decaen en esos tres meses y que ponen en entredicho los test rápidos actuales.
Ahora, gracias al avance de la universidad estadounidense de Arizona, se completa otra parte clave de ese puzle inmunitario, que demuestra que hay otros anticuerpos que enganchan exteriormente al patógeno hasta eliminarlo y que están activos mucho más tiempo.
De entrada, los siete meses desde el primer caso diagnosticado, aunque se espera que sean mucho más duraderos. Este hallazgo podría implicar que sean menos necesarias las dosis de recuerdo de las futuras vacunas. Un dato para la esperanza que depende evidentemente del paso del tiempo.
Por poner un ejemplo, tras la epidemia del primer coronavirus de 2002, se llegaron a dar casos de respuesta inmunitaria durante al menos doce años. Los test de inmunidad celular, que ya se están realizando, componen la fotografía más completa posible hasta la fecha sobre la incidencia del virus, pero su complejidad en la extracción y el tratamiento de las muestras, así como su coste elevado, complican la posibilidad de un cribado masivo.