Las palabras de Neil Armstrong al pisar la Luna resuenan hoy con fuerza en el marco del 50 aniversario de aquel acontecimiento histórico. Fue el 16 de julio de 1969 cuando se produjo el lanzamiento del Apolo 11, que tan solo cuatro días más tarde completaría con éxito el alunizaje. Hoy, 21 de julio de 2019, se cumplen 50 años de los primeros pasos sobre nuestro satélite. “Un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”, dijo Armstrong desde la superficie lunar, y no se equivocaba. No solo porque aquel hito todavía hoy pervive haciendo que nuestro satélite sea el único cuerpo celeste pisado por el ser humano, sino porque, además, esa carrera espacial, junto a todas las otras abordadas en el esperanzador afán de descubrir los misterios del universo, permitió seguir, aquí en la Tierra, desarrollando importantes tecnologías e inventos que de otro modo no hubiesen existido.
Si bien es cierto que cada proyecto de investigación previsto para ser abordado en el espacio requiere de una financiación cuantiosa y un importante esfuerzo por parte de los países e instituciones decididas a abordarla, lo cierto es que, como indica la NASA, todo ello no ha sido en vano y ha contribuido al desarrollo y la evolución.
Por ejemplo, en el campo de la medicina, los diodos emisores de luz roja –‘LEDs’– utilizados por la NASA en experimentos para el crecimiento de plantas en sus naves espaciales, son empleados ahora para, con el calor que emiten, aliviar el dolor muscular y articular, la artritis, la rigidez y los espasmos musculares, entre otros, promoviendo la relajación del músculo y favoreciendo la circulación.
Del mismo modo, gracias a la tecnología desarrollada por el Laboratorio de Propulsión de la NASA (JPL), hoy es posible medir la temperatura del oído del mismo modo en que se mide la temperatura de las estrellas y planetas. Es lo que se denomina ‘termómetro aural’, y permite evitar el contacto con las membranas mucosas, eliminando virtualmente la posibilidad de infecciones, posibilitando medir rápidamente la temperatura en recién nacidos y enfermos terminales, entre otros, tal como indica la NASA.
Otro de los ejemplos por excelencia de los aportes de la carrera espacial lo encontramos en el campo de las prótesis. Desde muy pronto, las innovaciones en robótica y el afán de crear piezas capaces de absorber golpes y ser además confortables ha propiciado que, también en el sector de la medicina, se desarrollen prótesis cada vez más funcionales, tanto para seres humanos como animales.
Más allá, además de mejoras en los escáneres y las herramientas de monitorización del paciente, podemos encontrar otros ejemplos que merecen mención como el dispositivo de asistencia ventricular (VAD), que se emplea para los pacientes que están esperando un trasplante y actúa bombeando sangre para mantener a los pacientes con vida hasta que es posible la donación.
En el área de los transportes y la comunicación, ámbito predilecto en la denominada carrera espacial, como cabe esperar, los avances han sido múltiples. La mejora continua de los sistemas satelitales ha propiciado un salto incuestionable en el campo de la telefonía y la navegación, como los sistemas GPS.
De todo ello se ha beneficiado enormemente la aviación, que, gracias al conocimiento científico y las investigaciones en el espacio, –y no solo de la NASA–, ha heredado mejoras significativas que afectan a la seguridad, la precisión y la velocidad de los vuelos. Por ejemplo, el denominado Thermawing, un complejo y eficaz sistema de deshielo termoeléctrico.
Igualmente, el estudio de las distintas superficies ha favorecido, por ejemplo, que la aviación también se beneficie de esos conocimientos para prevenir accidentes en pistas resbaladizas, implementando sobre ellas una especie de ranurado que, en esencia, lo que provoca es que exista una mayor adherencia al terreno.
Por otro lado, la mera idea de pretender hacer aterrizar naves y robots que viajan a enormes velocidades en distintos puntos del espacio, como el planeta rojo, ha forzado ineludiblemente al desarrollo de materiales extraordinariamente resistentes, capaces de afrontar tanto brusquísimas desaceleraciones como fortísimos impactos. Todo ello ha propiciado, por ejemplo, grandes avances en los paracaídas y los neumáticos que utilizan. Sin ir más lejos, respecto a estos últimos, el fabricante de neumáticos Goodybear desarrolló un material que presentaba una fuerza cinco veces mayor a la del acero para determinados paracaídas especiales; una iniciativa que acabó teniendo también su aplicación en nuestra tierra para el desarrollo de neumáticos convencionales más duraderos.
La observación del universo es una de las claves que motivan el impulso de nuevos desafíos en el espacio. Y en el mismo sentido, la monitorización –antes, durante y después– del envío de naves y robots más allá de la Tierra es también una tarea ineludible y de vital importancia. Tan importante es asegurarse de que todo cumple los estándares antes de lanzar una operación como lo es vigilar posteriormente que todo está funcionando de forma correcta.
Teniendo esto en cuenta, no es ninguna sorpresa que la carrera espacial haya contribuido a la mejora de los sistemas de análisis de vídeo. Por ejemplo, el sistema de estabilización y registro de imágenes VISAR de la NASA fue la base del desarrollo del sistema VAS del FBI, creado para analizar secuencias frame a frame de forma efectiva; mejorar la estabilización y la visibilidad de las imágenes captadas durante la noche o con poca iluminación; y obtener, en definitiva, resultados en alta definición con una gran eficacia; cualidades que hacen que la herramienta también se haya adaptado para que en el ámbito militar se emplee en el reconocimiento de la zona, el despliegue de armas y la evaluación de daños, entre otras aplicaciones.
Por otra parte, la lucha por conocer el universo ha llevado también al desarrollo de inventos curiosos como la posibilidad de remover y destruir minas de forma segura a partir de una bengala que usa el excedente del combustible de los cohetes espaciales; o a otros también extraordinariamente útiles que se sirven de los materiales ignífugos empleados en los escudos térmicos de naves como el Apolo para, así, aplicar lo aprendido, por ejemplo, sobre los edificios públicos con el fin de que sean más resistentes al fuego, provocando que aguanten más antes del colapso y que quienes se encuentran en él tengan más tiempo para escapar.
De todo ello también se han aprovechado los combatientes del fuego por excelencia: los bomberos, cuyos trajes han recibido paulatinamente distintas mejoras basadas en los experimentos espaciales, consiguiendo materiales ignífugos más resistentes y ligeros a lo largo del tiempo, como la fibra PBI (polibenzimidazol), extraordinaria en las condiciones más extremas.
Ahondando en la herencia que nos ha dejado la aventura del ser humano en el espacio, sin duda debemos reparar en aquello que nos ha hecho a todos la vida más fácil: esos avances que han llegado a nuestras casas para quedarse, suponiendo en esencia una mejora en la calidad de vida.
Ejemplos de ello son la aspiradora sin cables, que tienen su origen en las necesidades dadas por la misión Apolo–; los detectores de humo, que surgieron gracias a que en los años 70 la NASA precisaba un dispositivo para detectar humo y gases tóxicos; o las denominadas espumas viscoelásticas, de poliuretano, de las que se dice que tienen ‘memoria’ porque se adapta a la forma del cuerpo que la oprime, de tal manera que disipan muy bien la presión y son ahora utilizadas para distintas aplicaciones médicas, para la relajación y el descanso, entre otras.
Por otro lado, el objetivo de enviar humanos al espacio siempre ha llevado implícito estudiar mecanismos para la supervivencia del hombre durante la misión a abordar, lo que ha propiciado avances significativos en lo que respecta al área de la alimentación. En este sentido, otro de los progresos adquiridos gracias a la carrera espacial es el desarrollo de la denominada liofilización, es decir, un proceso de deshidratación que aplicado a la comida permite conservar un alimento perecedero, haciendo que dure mucho más en el tiempo, manteniendo casi totalmente la integridad de sus nutrientes, y logrando así que sean más apropiados para el transporte; algo que ahora vemos habitualmente en el supermercado.
Igualmente, la comida de los más pequeños se ha servido de los estudios de la NASA sobre el potencial de las algas como agente de reciclaje para viajes de larga duración en el espacio para incorporar así ingredientes que ahora se usan “en más del 90% de las fórmulas infantiles vendidas en más de 65 países”. Los científicos encontraron en ciertas algas una fuente natural de ácido graso omega-3 presente en la leche materna.
Por último, siendo tanto la alimentación como la energía dos cuestiones vitales, los científicos que han trabajado en la compleja misión de descifrar el universo también han dejado importantes mejoras con impacto en la calidad de vida y el medioambiente. Por ejemplo, gracias a distintas compañías y entidades patrocinadas por la NASA, se empezaron a implantar las primeras células solares de silicio en una búsqueda que tenía un doble objetivo: lograr energía y autonomía para un viaje largo; y que esa forma de obtener energía llegase a través de un material ligero y eficiente.
Así mismo, se han realizado aportaciones en lo que se refiere a la purificación del agua, –otro recurso clave para la carrera espacial y razón por la cual la NASA ha colaborado en el desarrollo de un complejo sistema de dispositivos que permite, básicamente, convertir incluso el sudor y la orina en agua potable–, así como en la limpieza de nuestros mares, facilitando la limpieza del petróleo con una novedosa técnica de microencapsulación.