En su día, se habló mucho de la generación X, los nacidos entre 1965 y 1979. Después, se ha hablado mucho de los millennials, los nacidos entre 1980 y 1999, también conocidos como la generación Y. Les sigue la generación Z, los nacidos en torno al año 2000. Y hoy hablamos de la siguiente: la generación T, los nacidos desde 2010 hasta ahora. La sigla T hace referencia a "táctil".
A los de la generación X se les considera “inmigrantes digitales”. Los de la Y y la Z son “nativos digitales”. Los de la generación T ¿qué son? “Son niños que conocen el mundo a través de pantallas, que se han imbuido desde su más tierna infancia en la hiperconexión, la instantaneidad y todo tipo de artilugios digitales”. Lo explica el neurólogo David Ezpeleta, que aborda esta cuestión en un editorial publicado recientemente en una revista especializada en neurociencia.
Hablamos, por tanto, de niños cuya infancia y primera adolescencia transcurre en un mundo inundado de pantallas (móviles, tablets, ordenadores...). Niños que hoy tendrán en torno a los 13 años y que “hablan más con sus amigos a través de whatsapp que directamente. Lo ves en la escalera de los colegios, por ejemplo. Hablan entre ellos por whatsapp, y están a un metro. Son cosas surrealistas, pero están pasando”.
Son cosas que están pasando y que están afectando a su vida, su carácter, su salud, su socialización, su estado de ánimo... Se han hecho muchos estudios sobre esto y se lo hemos contado. Pero afectan también a su desarrollo, al funcionamiento de su cerebro. Es algo que antes se podía sospechar, pero que ahora ya se sabe, hay evidencias científicas de ello.
Ezpeleta cita, por ejemplo, un estudio en niños en edad preescolar (3-5 años), publicado en 2019 en JAMA Pediatrics, en el que utilizaron resonancia magnética funcional y tractografía para analizar cómo influye el uso de pantallas en el cerebro de los más pequeños. “Se observó que el uso de pantallas por encima de las recomendaciones de la American Academy of Pediatrics se asoció con una menor organización microestructural y mielinización de los tractos cerebrales de sustancia blanca que sustentan el lenguaje y las habilidades de alfabetización emergentes”.
¿Qué quiere decir eso? Que se vio que afectaba a “las zonas del cerebro relacionadas con el lenguaje y las habilidades de alfabetización emergentes”. Es decir, “que un uso excesivo de pantallas a esas edades tiene consecuencias en los circuitos neuronales relacionados con el lenguaje”, explica Ezpeleta. “Es algo muy llamativo, y me parece muy peligroso”.
El neurólogo advierte de que “tecnologizar su desarrollo desde los primeros años tiene una huella cerebral. Y ahora podemos verla”. Porque ahora “hay técnicas que permiten ver esos cambios funcionales en el cerebro, hace 10-15 años no se podía. Ahora podemos ver cómo se comunican unas zonas del cerebro con otras”. Y lo que se ve es “que esto no es gratuito”.
Porque, si en las generaciones anteriores, “el niño se estimulaba escuchando las canciones de la abuela”, por ejemplo, “ahora con frecuencia se opta por dejar el móvil al crio, incluso hay apps para bebés”. Y esto “es una forma distinta de estimular el cerebro”.
Son “estímulos digitales”, que el cerebro antes no tenía y que llegaron muy rápido a nuestras vidas y las de nuestros hijos. “Los más optimistas dicen que no pasa nada, porque el cerebro tiene plasticidad y se va a adaptar a la nueva situación. Yo lo pongo en duda”, advierte el neurólogo, “porque el cambio es muy radical”. Ha ocurrido en cuestión de diez años, “en comparación con la evolución del cerebro humano, que ha durado millones de años”.
Ezpeleta explica que nos hemos dado cuenta de que el abuso de la tecnología podía ser un problema “hace pocos años, y ahora se están empezando a hacer estudios científicos que demuestran esas observaciones”. ¿Pero cuándo empezó la tecnología a ser un problema?
“Todo esto se dispara a partir de 2010. La mayoría de los trabajos parece que tienen ahí el punto de partida”. Se constata en los datos que aporta el último informe de la Fundación ANAR, por ejemplo, publicado en mayo. “Hay un punto de inflexión en 2010, “cuando el smartphone deja de ser objeto de lujo y ya todo el mundo lo tiene, y tiene whatsapp, y comienza a usar las redes sociales”, asegura Ezpeleta.
“Correlación no implica causalidad, eso está claro, pero es en ese momento en el que se generaliza todo esto. Y es ahí cuando las gráficas empiezan a distorsionarse a peor”.
Por ejemplo, según ese informe de la Fundación ANAR, “la conducta suicida se ha multiplicado por 34,8 en la última década”, nada menos. Y se dispara a partir de 2020, con la pandemia. Pero Ezpeleta lo tiene claro. “La pandemia es un catalizador, pero no la causa, esto viene de antes”. La pandemia “ha amplificado el problema”, pero la progresión de las curvas “es geométrica” desde hace años.
Cuando hablamos de conducta suicida, hablamos más de adolescentes, de la generación Z (nacidos en el 2000). Un estudio realizado con adolescentes de EE.UU. durante 3 años y publicado a comienzos de este año en JAMA Pediatrics “ha observado cambios en la resonancia magnética funcional en los que comprueban con frecuencia sus redes sociales frente a los que no”. ¿Qué cambios?
“El estudio ve cambios en el desarrollo de las regiones relacionadas con la motivación, el control cognitivo y la respuesta a la anticipación de estímulos sociales de recompensa y castigo”, explica Ezpeleta. Cambios a peor entre quienes más adictos son a las redes sociales.
“Las redes sociales son una especie de máquina tragaperras, te producen una adicción tecnológica. Necesitas chequear el móvil frecuentemente para ver si hay un whatsapp, una reacción a algo, un email, y eso atomiza completamente la atención, distorsiona la lectura, tu interacción social, y también tiene consecuencias en el cerebro”.
Esos adolescentes de la generación Z y esos niños de la generación T se han criado con padres de la generación Y y sobre todo, de la X. ¿No eran conscientes de los riesgos de abusar de esta tecnología? Ezpeleta cree que no. “Absolutamente no”. Y explica por qué.
“Todo esto ha ocurrido de forma progresiva, es como una mancha de aceite que se va extendiendo y no te das cuenta. Los padres no son ogros, no hay que verlo así, lo hacen porque ellos han entendido que su uso era seguro, y porque a ellos esto no les ha afectado de forma llamativa. Esa dependencia del móvil la tenemos ahora. Es ahora cuando aparecen estudios que refuerzan las hipótesis”, insiste el neurólogo.
Pero ahora, cuando las evidencias científicas hacen saltar las alarmas, “es como la rana en una perola calentándose, cuando se da cuenta de que el agua está a 80 grados y quiere saltar, ya no puede”.
Los niños de la generación T, explica, se crían en casas con padres que “ya están absorbidos por la tecnología, padres que son nativos conectados”. Y, de hecho, todos los estudios miran hacia atrás, los datos y gráficos llegan hasta la generación X, la que se encontró con los smartphones y las tablets en su vida, ya de adultos.
“Todavía estamos en el comienzo del problema, la explosión probablemente vendrá a partir de ahora”, advierte Ezpeleta. Y la iremos viendo a medida que la generación T vaya creciendo. “Si, de generación en generación, el porcentaje de población que refiere soledad no deseada aumenta a medida que son más jóvenes, ¿qué le espera a la generación T? Cuando se les incluya en las encuestas, los datos probablemente aún sean peores”.
Se refiere el neurólogo al estudio del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada (soledadES) publicado el año pasado, sobre la percepción social de la soledad no deseada. A mayor digitalización de las generaciones, mayor soledad.
Por eso, quizá, las generaciones X, Y y Z también tienen la T, pero en su caso no sólo hace referencia a “táctil”. Ezpeleta explica que hay más T en esas generaciones: “Tableta, tensión, tecnoestrés, trastorno y terapeuta”. Y lo hace para “dar la voz de alarma”. Porque “es esperable que la T también tenga todos esos problemas”, según vaya creciendo.
¿Hay solución? La hay, asegura el neurólogo. Y más simple de lo que parece. No se trata de prohibir, sino de gestionar mejor. No es quitar el móvil a los adolescentes ni a los niños, sino “hacerles entender que hay que hacer un uso razonable: utilizar la tecnología para que te facilite las cosas en tu día a día, no que la tecnología te utilice a ti”.
Y en ese sentido, cita otro estudio, relacionado con el denominado “narcisismo digital”, que es interesante. “Al hacer una encuesta sobre autoestima física a los adolescentes, se ha visto que, si se reduce su uso frecuente de las redes sociales, los que sufren estrés emocional y baja estima por su físico, mejoran”.
Asegura Ezpeleta que “esto es una buena noticia”. Porque, aunque en otros estudios hemos visto que “el uso excesivo puede generar cambios cerebrales, aquí vemos que es reversible, que si ese uso disminuye, los adolescentes mejoran su estrés y su autoestima física. Es decir, conductualmente se puede reconducir”.
¿Cómo? “Lo más obvio es lo mejor”, advierte Ezpeleta. Y ya empezamos a ver cosas en países como Suecia, por ejemplo, pioneros en el uso de las nuevas tecnologías que ahora están dando marcha atrás. O en Irlanda. “Las soluciones son las más simples, las de siempre: hacer deporte al aire libre, a ser posible en equipo, olvidarte del móvil y salir a pasear, socializar, discutir, reírte con amigos, leer en papel, obligarnos a mantener la atención, que es un ejercicio de rehabilitación cognitiva, volver a escribir a mano, que ya hay estudios que han visto que aumenta el rendimiento académico… Nada nuevo”.
Se trataría, dice, de “usar la tecnología solo para cosas necesarias, o al menos tener oasis diarios con el móvil apagado, para que veamos que se puede”. Porque explica que “el cerebro es plástico para la enfermedad, pero también es plástico para la recuperación. Si gestionamos bien lo digital, conseguiremos una sociedad feliz, sensata y amigable”.
Si seguimos como hasta ahora, en cambio, sin poner límites ni control alguno, para las generaciones de ahora será todavía más complicado, advierte el neurólogo. Para los nacidos en estos años, Ezpeleta ya tiene nombre: “Generación GPT”. Porque ya no llegan al mundo de internet, sino al de la inteligencia artificial (IA).
“Si estamos donde estamos y como estamos gracias al desarrollo de internet, los móviles inteligentes y la hiperconectividad, ¿qué va a pasar con las generaciones nacidas ahora, cuando gran parte de las tareas intelectuales humanas se deleguen en una IA que lo va a hacer por ellos? Ya habíamos delegado la información en internet y ahora podemos delegar el pensamiento en la inteligencia artificial generativa”, explica Ezpeleta.
“Por eso, sugiero el malvado nombre de Generación GPT, que se salta toda la sintaxis de las generaciones anteriores”. El neurólogo, que además es coordinador del grupo de trabajo en 'Neurotecnología, Inteligencia Artificial y Neuroderechos' de la Sociedad Española de Neurología (SEN), lanza una pregunta: “¿Cómo va a ser el futuro de los niños más pequeños?”. La respuesta está abierta. Su futuro también.