La Inteligencia Artificial ya dirige gran parte de nuestras vidas. "Por dónde llevamos el coche, qué comida llevamos a casa, qué película ver", apunta David Alayón, cofundador de Mindset e Innuba.
Algoritmos que nos hacen recomendaciones y que pueden decidir, por ejemplo, la concesión de un crédito. "Si están mal entrenados, porque los datos están sesgados igual me dicen que no me dan la hipoteca, porque soy mujer o porque soy autónoma", explica Cristina Aranda, cofundadora de Mujeres Tech.
Y sólo estamos en la primera fase, en la llamada Inteligencia Estrecha. "Coge millones de contenidos y ante una pregunta busca qué conjunto de palabras nos iría bien. No tiene consciencia", explica Martín Piqueras, profesor de OBS Business School.
Y únicamente con este aprendizaje se puede. "Que cojan literalmente tu cara y generen imágenes falsas, lo que se llama 'deep face'", explica David Alayón.
Todo esto en un contexto alegal y sin ningún control. "Es más fácil sacar una inteligencia artificial al mercado que un juguete", asegura Cristina Aranda.
La Inteligencia Artificial se diseña para un propósito, pero, ¿Cómo se llega a él? No se sabe. "Hay un movimiento 'Inteligencia Artificial Explicable' que apuesta por abrir la caja negra para saber cómo se ha llegado al resultado", dice Alayón.
Se necesita un código deontológico que impida a la máquina razonar. "Si la máquina empieza a ser consciente, ¿Quién sabe cómo podemos acabar?", se pregunta Alex Rayón, vicerrector de Transformación Digital de la Universidad de Deusto.