Son imágenes difíciles de ver. La Gran Barrera de Coral australiana ha perdido sus llamativos colores en más del 50 % de su extensión, que han sido reemplazados por un blanco apagado. Los arrecifes ya no resisten las altas temperaturas. Y sin ellos, los pequeños peces no encuentran refugio ni alimento, lo cual lleva a un declive de sus poblaciones y, a su vez, a un declive de los grandes del océano como los tiburones que solían frecuentar estas aguas. Uno de los ecosistemas más importantes del mundo se muere ante nuestros ojos.
La Gran Barrera de Coral fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1981 por la Unesco. Su riqueza única y su belleza se reparten a lo largo de 2.600 kilómetros, con una extensión de 344.000 km2. Es tan grande que los satélites de la NASA pueden verla desde el espacio. Por algo es conocida como “el ser vivo más masivo del mundo”.
Su deterioro es bastante reciente. Se cree que se agravó en la década de 1990, pero es rápido y fulminante. La acidez del agua se acentúa a medida que el pH se desploma con la absorción de CO2. Se dice que, desde el siglo XIX, el pH del agua ha bajado unos 0,1 puntos. Parece una nimiedad, pero es suficiente para que las conchas de crustáceos como las ostras y mejillones pierdan grosor, como ha recalcado Mathilda Masters en su reciente libro ‘123 curiosidades del clima’. Sin estos animales, cuenta esta exploradora, muchos depredadores se quedan sin alimento y una gran variedad de especies se vuelven vulnerables a enfermedades.
Asimismo, esta acidez espanta a las algas, el alimento de los corales y el motivo de su color llamativo. Entre corales y algas existe una relación simbiótica, es decir, se necesitan entre sí. Pero el estrés que ejerce el calor sobre estos seres vivos los deja sin nutrientes y esa relación se rompe, con que poco a poco el arrecife va perdiendo sus llamativos colores.
El declive masivo de la Gran Barrera de Coral se lleva avisando muchos años. En 2016, el año más cálido registrado en la Tierra hasta ahora, murieron más de 1.000 kilómetros de arrecifes de esta joya. Si sumamos esto a la pérdida anterior y posterior, nos damos cuenta que, de sus 2.600 kilómetros de longitud, más de la mitad se han blanqueado.
Y esta no es la única amenaza para el ecosistema más único del mar. Potentes ciclones como Debbie, en 2017 dificultan su supervivencia, así como la proliferación de especies que resultan perjudiciales para los arrecifes, como la estrella de mar corona de espinas, que devora los corales vivos.
“Alrededor del 0,1 % de la superficie de los océanos está cubierta de coral. Y aunque no parece mucho, el océano es enorme. Así que todo el coral tiene un papel fundamental”, apunta el texto de Mathilda Masters.