Los glaciares de Nueva Zelanda: por qué se están volviendo rosas
Los expertos coinciden en que la sustancia responsable del tono rosáceo proviene de Australia
El humo de los incendios, barrido por el viento por el Mar de Tasmania, está llegando a Nueva Zelanda
Australia lleva un año de desventuras en lo meteorológico. Por un lado el pasado verano cerró como el más cálido de su historia dejando temperaturas extraordinarias de 50ºC. Por otro, la sequía pone en jaque la producción agrícola en el entorno de la cuenca de Murray-Darling que toca fondo después del noviembre más seco del país y, recientemente, el fuego ha devorado –y sigue haciéndolo– hogares y reservas de koalas especialmente en el estado de Nueva Gales del Sur. Todo ello ha acarreado una serie de condiciones más allá de sus fronteras que los expertos estudian con preocupación. La última: el polvo y el humo están robando el perfecto blanco de los glaciares de Nueva Zelanda.
A finales de noviembre, la fotógrafa y bloguera Liz Carlson publicó unas imágenes aéreas del Parque Nacional del Monte Aspiring (en la Isla Sur de Nueva Zelanda) que sacó en una travesía en helicóptero. El color de los glaciares, que asoció directamente a los incendios forestales de Australia, le entristeció, dice. "En las últimas semanas, el humo y el fuego han volado miles de kilómetros a través del Mar de Tasmania, volviendo nebulosos nuestros cielos normalmente despejados y nuestras montañas rojas", lamenta.
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*Imagen: RAMMB/CIRA
¿Por qué han adquirido los glaciares este color?
Pero ¿puede asociarse el tono rosáceo de los glaciares directamente al fuego? Aún está por confirmar. Lo que está claro es que el origen está en Australia y en las desfavorables condiciones meteorológicas que arrastra. El color es lo que desconcierta ligeramente a los expertos que se han pronunciado. Si el humo estuviera detrás de esta decoloración, los glaciares hubieran adquirido un tono tirando a grisáceo. En cambio, tiene más sentido que el rosa provenga de otro material como arena u hollín, incluso cobre o zinc de la industria en la costa este australiana.
*Imagen: Liz Carlson
De hecho, no sería la primera vez que el viento arrastra sedimentos y los reparte donde quiera la corriente. El aire en Sídney ya pasó a ser irrespirable en noviembre cuando la humareda y las cenizas envolvieron la ciudad, incluso la Nasa confirmó que las partículas estaban atravesando el Pacífico. Tampoco sería de extrañar que la arena estuviera detrás del rosa de los glaciares.
Las tormentas de arena en Australia, informa un estudio en 'The Rangeland Journal', son frecuentes y en casos extremos cuestan al país más de 150 millones de euros, como ocurrió con el episodio de 2009 que se bautizó 'Amanecer rojo'. De la misma manera que en el hemisferio norte las incursiones de polvo proceden principalmente del Sahara y el norte de China, en el hemisferio sur lo hacen de la erosión que ejerce el viento en Australia. En Europa sus efectos también se han observado anteriormente en forma de nieve naranja, como ocurrió en 2018 en las montañas entre Rusia y Bulgaria.
Cuando la sequía y las inundaciones se suceden, explica el profesor Samuel Marx, de la Universidad de Queensland, en el diario ABC Science, la frecuencia de las tormentas de arena se acentúa. No obstante, ningún experto descarta hasta el momento que los incendios tengan que ver con el cambio de color de los glaciares de Nueva Zelanda.
*Imagen: La sequía y las inundaciones podrán repetirse este verano en Australia / Reuters
Sea como sea, el efecto de cenizas o sedimentos descargando en zonas frías ya fue demostrado como una fuente de deterioro. Tras los incendios sonadísimos de la Amazonia, la revista 'Nature Asia' publicó un estudio que vinculaba el arrastre del humo procedente del bosque tropical con la aceleración del deshielo en los Andes. Al perder su blanco nuclear habitual, los glaciares reflejan menos la luz solar de vuelta a la atmósfera y, por la contra, absorben el calor.
¿Recuperarán su blanco habitual?
La Oficina de Meteorología del Gobierno australiano se dedica ahora a pronosticar lo que está por venir. A más sequía, más probable será una nueva incursión de polvo o, en caso de tratarse realmente de una consecuencia de los incendios, mayor será la probabilidad a su vez de nuevos fuegos. Las previsiones por el momento resultan poco alentadoras: se estima que el verano que acaba de arrancar en Australia y terminará en febrero será en términos generales más caluroso y seco –otra vez– de lo habitual. A pesar de la interminable sequía, "el riesgo de inundaciones persiste bajo condiciones meteorológicas como tormentas, y por supuesto las comunidades del norte necesitan estar preparadas en esta época del año para ciclones tropicales", enuncia este organismo.
*Imagen: Liz Carlson