Cientos de personas se congregan en un auditorio para escuchar la actuación de un grupo de música. Las canciones que integran el programa del concierto son variadas, con melodías, ritmos o armonías diferentes. Si, en ese momento, se estudiara el comportamiento que tiene el cerebro de las personas que están reunidas, comprobaríamos como la amígdala, que forma parte del sistema límbico, encargado de activar mecanismos emocionales, estaría desencadenando cambios fisiológicos o respuestas del sistema nervioso autónomo como el control de frecuencia cardiaca, respiratoria, sudoración, piloerección, antes de procesar conscientemente la información musical propiamente dicha.
Un efecto que según, Yerko Petar Ivanovic-Barbeito, neurólogo clínico del Hospital Universitario de Canarias, compositor, pianista y miembro de la Fundación Cultura en Vena, sucede porque “el cerebro es un órgano dinámico y cada acto que realizamos lo cambia, cada rutina lo moldea. La música es un gran aliado de la neuroplasticidad y un ejemplo de ello es la gran diferencia entre la activación de áreas cerebrales y densidad de conexiones entre estas áreas en un músico frente a una persona que no lo es”.
Margarita Moreno Montoya, profesora titular de la Universidad de Almería, otorga también al sentido del oído una gran importancia en los efectos que tiene la música en nuestro cerebro. “Es un sentido que se desarrolla desde la gestación, y se encuentra conectado al sistema límbico. Desde esta etapa temprana, la música puede tener un impacto al activar nuestro cerebro. Se ha demostrado que la activación del cerebro puede tener efectos plásticos y modularlo. Sin embargo, el alcance de estos cambios aún está bajo estudio, ya que existen muchas diferencias individuales”, explica Moreno Montoya.
Y es que la música es un rasgo biológico, inherente al ser humano, pero también de muchos animales. La doctora Marta Ochoa, jefe de Servicio de Neurología de HM Hospitales de Madrid, asegura que “la mayor parte de las personas tienen capacidad para percibir y producir música de manera innata, sin ningún entrenamiento. Es una forma más de comunicación, una comunicación acústica no verbal. No olvidemos que el canto, la voz, es un instrumento “musical”, un aparato capaz de producir música”. Además, continúa esta experta en neurología, “es necesaria para la supervivencia. La música provoca reacciones comparables a las que generan estímulos placenteros y necesarios para nuestra supervivencia, tales como la comida o el sexo. Tiene un papel fundamental de cohesión social”.
Pero no todas las músicas son percibidas por nuestro cerebro de la misma manera y se debe a que entran en juego las emociones, tanto positivas (agradables) como negativas (desagradables). Según la doctora Marta Ochoa, “las músicas que resultan agradables son aquellas en las que la relación entre las frecuencias vibratorias es simple, sonidos consonantes o armónicos, probablemente porque son los que predominan en los ambientes naturales”.
Esto sucede, en su opinión, porque “los acordes consonantes activan diferentes áreas del cerebro que los disonantes y, por tanto, nos provocan emociones distintas, pues cada área del cerebro produce diferentes neurotransmisores o sustancias que producen efectos distintos. Por ejemplo, la música que resulta agradable estimula el núcleo accumbens y la ínsula anterior que aumentan la dopamina, una sustancia que nos produce placer y activa el sistema de recompensa”. A esta circunstancia se une también el papel cultural ya que, según esta doctora, “en la cultura occidental los sonidos disonantes se perciben como desagradables, pero en la música oriental no siempre es así”.
Dentro de los sistemas cerebrales que se encuentran implicados en el procesamiento de la música, el núcleo accumbens posee un papel esencial, dice el doctor Yerko Petar Ivanovic-Barbeito, “porque se encuentra en los más profundo de nuestro cerebro; es decir, lo más primitivo evolutivamente hablando, y es el responsable del comportamiento adictivo, muy vinculado con la sensación de gratificación, de recompensa. Esta estructura es la que nos hace escuchar una y otra vez nuestra canción favorita de manera obsesiva”.
Además del sistema límbico, la jefa del Servicio de Neurología de HM Hospitales de Madrid añade que en la música y en su ejecución “se activan, además, las vías visuales (leer una partitura), motora (tocar), sensitiva, coordinación (mantener el ritmo), hipocampo (recordar la obra), sistema límbico que es el que modula las emociones, las vías que controlan nuestra percepción corporal y, por supuesto, las vías auditivas”. La ejecución musical, agrega esta experta, “produce un aumento del tamaño del cuerpo calloso, que es la estructura que comunica las vías de los dos hemisferios cerebrales”.
Si se habla de aquellos ingredientes esenciales que deberían formar parte de una melodía musical para que esta resulte placentera a nuestro cerebro, el tenor Manuel Zapata destaca la melodía. “La naturaleza está llena de melodías. Solo hay que escuchar un pájaro cantar para saber que la melodía está directamente conectada con el ser humano. Y que para emocionar en una pieza musical la mayor parte de las veces tiene que existir una buena melodía. Las buenas melodías también son muy memorables y eso lo vemos en las grandes canciones que quedan en el tiempo”, dice el tenor.
El papel de la música en nuestra vida es absolutamente esencial. Está presente en nuestro día a día lo largo de toda nuestra existencia y, en muchas ocasiones, asociada directamente a eventos íntimos y personales como cuando nos enamoramos, en una reunión con amigos, cuando escuchamos una canción una tarde de invierno o cuando oímos tararear una melodía a nuestra madre. Manuel Zapata sostiene que “la música es la única de las artes que nos acompaña siempre. Empezamos a crearla con nuestros corazones desde aproximadamente la octava semana de gestación en el vientre de nuestra madre y camina junto a nosotros hasta que nos vamos de este mundo. Siempre hago esta reflexión: ¡qué difícil es imaginar un solo día sin música! Sin una melodía en una serie, sin una entradilla en un telediario, sin un jingle en un anuncio, sin absolutamente nada de música. Dejaría el ser humano al borde de la locura”.
Porque la música tiene un efecto sanador. Algo que hemos podido ver recientemente en las imágenes, difundidas ampliamente tanto en redes sociales como en televisión, de una bailarina española que padecía Alzheimer y que empezó a mover sus brazos como si estuviera ejecutando su danza al escuchar El Lago de los Cisnes. Esto fue posible porque, según el compositor y pianista Yerko-Petar Ivanovic Barbeito, “las áreas relacionadas con el procesamiento musical están parcialmente preservadas pese a la enfermedad, algo demostrado en estudios funcionales y metabólicos de neuroimagen cerebral”.
Las obras musicales o canciones favoritas nos transportan temporalmente porque, según el mencionado compositor y pianista, con estos sonidos se conjuran percepciones emocionales complementarias: “El sustrato neuronal de la emoción (sistema límbico), la recompensa/adicción (núcleo accumbens), las respuestas ordenadas desde el sistema nervioso central del sistema nervioso autónomo (la amígdala y la ínsula) y las áreas motoras suplementarias”. Por eso, concluye este experto, “las viejas autopistas neuronales que hacían volar a esta bailarina, con la música de Tchaikovsky -hace 60 años-, volvían a tener la electricidad y el sentimiento que tan profundamente marcó a esta artista”.