“Hemos establecido vínculos entre la investigación y la industria que son muy importantes para actuar de forma mucho más rápida en el futuro. Para futuras pandemias, que vendrán. Pero que no los hubiera antes hizo que la vacuna se fuera retrasando en el tiempo. Nuestra vacuna salió a la vez que la de AstraZeneca, pero ellos tenían ya los vínculos con hospitales y empresas, y pudieron avanzar de una forma más rápida”. Es la queja que hacía esta semana, en declaraciones a NIUS, Juan García Arriaza, uno de los dos responsables de la vacuna del CSIC que ha decidido abandonar los ensayos.
“Nuestro trabajo ha permitido fortalecer una serie de infraestructuras en España, pero es necesario mucho más apoyo económico a la ciencia por parte del Gobierno”, insistía Arriaza cuando explicaba los motivos que les llevaron a tomar esa decisión.
El investigador apunta dos cosas clave:
Arriaza afirma que ambas cosas -aunque no sólo- lastraron su proyecto de vacuna. Y pueden estar siendo un lastre, también, para las otras dos del CSIC que todavía siguen en el camino: la de Enjuanes y la de Larraga.
Que en España falta inversión en ciencia es algo sabido y denunciado desde hace décadas por toda la comunidad científica. Aunque la pandemia cambió las cosas, en cierto modo. Pero solo en cierto modo, y de forma coyuntural. El Gobierno destinó 5,5 millones de euros a apoyar los proyectos de vacunas contra la covid que puso en marcha el CSIC.
La vacuna de Esteban y García Arriaza recibió 3 millones. La de Enjuanes, que será esterilizante y sigue siendo la gran apuesta del CSIC –y ahora más, todavía, tras la retirada de esta- recibió dos millones. Aunque en su caso han recibido también importantes cantidades provenientes de donaciones anónimas. Por ejemplo, el millón de euros que donó, en su día, la galerista Helga de Alvear.
Pero estas cifras son irrisorias, si se comparan con la inversión realizada en las vacunas que lideraron la carrera:
Las cifras de estos proyectos no resisten comparación posible con las de los proyectos del CSIC. El propio Luis Enjuanes se ha quejado, alguna vez, de lo desigual de la carrera. Poco antes de que la ganara Pfizer, advertía. "Nosotros no estamos preparados para la fase del desarrollo. Por ejemplo, cualquier empresa que está desarrollando ya la vacuna ha recibido en torno a 2.000 millones de euros para abordar la demanda económica del proyecto. En nuestro caso (hemos recibido) uno o dos millones. La diferencia es muy grande".
Pero lo que hay detrás del retraso en los proyectos españoles no es sólo una cuestión de dinero. También, e igual de importante, de falta de infraestructuras preparadas para llevarlos a cabo. Falta industria especializada en vacunas humanas. Y falta un buen engranaje entre la investigación y el desarrollo de los proyectos, que permita trabajar juntos a científicos y empresas. Lo que hay detrás, una vez más, es la falta de una apuesta clara por la ciencia (España invierte poco más del 1% de su PIB). Algo que esta pandemia ha dejado en evidencia, todavía más.
“Nosotros iniciamos la generación del candidato vacunal enseguida, y lo teníamos generado en abril de 2020, a la vez que AstraZeneca”, recuerda García Arriaza en NIUS. Pero “nos empezamos a encontrar con muchos problemas de falta de infraestructuras y empresas que produjeran estas vacunas. Tuvimos que ir lidiando con todo eso y fomentando vínculos que antes no existían. Recuerdo que en España no había ninguna empresa que produjera vacunas humanas”, subraya el investigador. Y asegura que tuvieron que ir abriendo camino. Lo que lleva su tiempo.
“Buscamos empresa para desarrollar la vacuna, y no había. Al final, encontramos a Biofabri, pero eso lleva un tiempo. Y, además, Biofabri también tenía que formar a su personal, a su vez”, porque la biotecnológica gallega no había trabajado nunca en vacunas destinadas a humanos. “Ahora ya sí están preparados”, lamenta García Arriaza. “Y esto es importante para la ciencia en España”, subraya, aunque a ellos les ha llegado tarde.
Esos vínculos son importantes, y pueden marcar la diferencia. En la vacuna desarrollada por la farmacéutica AstraZeneca y la Universidad de Oxford, por ejemplo, ya estaban desde el principio. También en la vacuna de Pfizer y BioNtech: una farmacéutica y una biotencológica trabajando mano a mano en algo en lo que ya trabajaban. Son alianzas estratégicas que facilitan el trabajo, porque controlan todos los pasos del proceso necesario para que una vacuna se haga realidad en el plazo de tiempo más breve posible. La biotecnológica estadounidense Moderna ya trabajaba en la tecnología del ARN mensajero antes de que llegara la pandemia.
El caso de Hipra, en España, también lo demuestra. Es esta vacuna la que, finalmente, ha ganado la carrera. Fue autorizada por la AEMPS el pasado agosto, lleva meses realizando ensayos en varios hospitales españoles y fuera de España, y asegura que puede estar lista para junio. Como vacuna de refuerzo, eso sí, para combinar con las que ya tenemos inoculadas, que es como se está ensayando.
La gran apuesta del Gobierno fueron siempre las vacunas del CSIC, pero la carrera en España la ha ganado una empresa privada. ¿Por qué? Porque Hipra, entre otras cosas, tenía todo el camino hecho. Mucha experiencia previa en vacunas de animales, más medios y más dinero. Su vacuna para la covid recibió apoyo del Banco Europeo de Inversiones, con un préstamo de 45 millones de euros.
La multinacional farmacéutica ya estaba enfocada en el desarrollo, fabricación y comercialización de vacunas, destinadas a salud animal, y ahora también, humana. Hipra tiene presencia internacional en más de 39 países, once centros de diagnóstico y dos plantas de producción. Todo esto hace que haya tenido más facilidad, también, para poder realizar los ensayos en animales y en humanos con una cierta rapidez.
Porque, además, en el desarrollo de estas vacunas hay otro problema importante, que afecta a la parte preclínica. Los macacos. Los monos en los que se prueban este tipo de vacunas, antes de ensayarlas en humanos. Hacerlo no es nada fácil. Y no sólo en España.
La escasez de macacos es un problema mundial, que ha retrasado los ensayos de todas las vacunas de la covid que se investigan en el mundo. Porque si no hay macaco donde probarla, no hay vacuna. Tan sencillo como eso. La superproducción de vacunas para la covid trajo consigo un efecto colateral inesperado: no había monos para tanta vacuna por ensayar. Y en los que hay, los precios se disparan. No todos los laboratorios pueden asumirlos.
Pero es que al enorme incremento de la demanda se sumó un problema importante. China es el principal proveedor del mundo, pero desde el comienzo de la pandemia prohibió su exportación. Hasta aquí, el problema ha afectado a todos. Pero en España, todavía hay más. Porque no hay instalaciones donde se puedan realizar este tipo de ensayos. En países como Francia, Alemania u Holanda tienen varios centros.
El laboratorio de Esteban y García Arriaza tuvo que acudir, de hecho, a Holanda para poder realizar estos ensayos. En concreto, al Centro de Investigación Biomédica en Primates (BPRC), donde realizaron un ensayo con 12 macacos. Enjuanes y Larraga se van a encontrar con los mismos problemas cuando lleguen a esa fase de los ensayos preclínicos.
Súmenle a todo lo anterior una cosa más. La precariedad laboral con la que trabajan los equipos que investigan las tres vacunas del CSIC, que no es más que el reflejo de la precariedad con la que se trabaja en ciencia, en general, en España. Se lo contábamos al comienzo de la pandemia.
Las tres vacunas del CSIC están lideradas por científicos ad honorem ¿Eso qué significa? Que, por edad (Enjuanes, Esteban y Larraga superan los 70), ya deberían estar disfrutando de su jubilación, aunque los tres hayan decidido seguir al pie del cañón cuando llegó la pandemia. Porque si se iban a casa, además, no había relevo posible. No por falta de científicos preparados en sus equipos, sino porque el sistema no lo permite.
Si se van, apenas habría investigadores con plaza fija, en sus equipos, para sustituirles. Juan García Arriaza y Sonia Zúñiga, los investigadores senior de Esteban y Enjuanes, la acaban de conseguir. El resto, salvo alguna excepción, siguen siendo eventuales, a pesar de estar trabajando en proyectos científicos de primera línea. Y además, en todos los casos, hablamos de equipos muy pequeños, que apenas superan las diez personas. Alguno ni llega.
Las tres vacunas del CSIC tienen detrás a equipos científicos de excelencia. Pero, laboralmente hablando, las tres se asientan en contratos eventuales y en la entrega vocacional de prestigiosos científicos jubilados. Algo que tampoco ayuda cuando se trata de competir con grandes farmacéuticas.