Sabemos que las golondrinas son aves migratorias y que, cuando llegan los meses de frío, comienzan un nuevo viaje hacia el sur en busca de calor y alimento. Un viaje que las lleva desde Occidente hasta nada menos que el continente africano, recorriendo a vuelo alrededor de 7.000 kilómetros hasta llegar a países como Namibia, Kenia o Nigeria. Pero ¿de qué manera aprenden estas aves hacia dónde volar en cada momento? ¿Cómo saben las golondrinas dónde está el sur y qué camino recorrer?
Normalmente la migración de las golondrinas hacia el sur se produce cuando termina el verano y empiezan a bajar las temperaturas. Comienza entonces un largo viaje que las lleva hacia países del continente africano, donde la temperatura en invierno es más elevada y donde pueden encontrar además el alimento necesario para subsistir durante la temporada invernal (insectos como hormigas, moscas o libélulas son su principal fuente de alimentación).
Una vez terminado el invierno occidental, las golondrinas emprenden su vuelo de vuelta al comenzar la primavera y, con su llegada a los países del norte, se inicia la época de cortejo y procreación (un dato curioso es que las golondrinas se emparejan de por vida). Es entonces cuando podemos volver a verlas revolotear y encontrar sus curiosos nidos de barro y paja.
Cada uno de estos trayectos, que se repiten cíclicamente cada año, las lleva a recorrer una media de 7.000 kilómetros de forma progresiva durante alrededor de 60 días hasta llegar a su destino, aunque lógicamente realizan estos trayectos en ‘pequeños' tramos de unos 200 kilómetros al día. Pero, ¿cómo saben las golondrinas donde está el sur y dónde está el norte? ¿De qué manera se orientan para llegar a su destino sanas y salvas?
La golondrina, como ocurre con otros muchos animales, cuenta con una especie de brújula interna llamada magnetorrecepción. Este concepto consiste en la capacidad de ciertos seres vivos de detectar la dirección y sentido del campo magnético, de manera que obtienen información sobre el sentido y latitud. Sin embargo, la magnetorrecepción se ha desarrollado de forma distinta en distintos seres vivos, por lo que no funciona igual en todos los casos. En cuanto a las aves, se han identificado mecanismos como la presencia de cristales de magnetita en sus picos, mineral que actúa como un pequeño imán. También puede se ha identificado criptocromo en los ojos de algunas aves, lo que les permite distinguir la dirección del viento.
En cualquier caso, de este proceso de ‘lectura’ del magnetismo terrestre se desprende la capacidad de estas aves para realizar largas migraciones.
Aunque la magnetorrecepción se ha encontrado en animales como abejas, moscas de la fruta, langostas, tortugas, tiburones o rayas, el ejemplo más clásico es el de las palomas mensajeras Éstas se han utilizado desde hace siglos para enviar mensajes de forma segura, al ser capaces de recorrer grandes distancias sin desorientarse y regresar luego a su punto de origen. Además, se trata de un campo de investigación abierto: cada vez se descubren más especies con esta capacidad de orientación y se comprenden mejor los complejos mecanismos que les permiten desarrollar esta curiosa cualidad.