Tiritar o comer más en invierno son mecanismos que se dan en humanos para afrontar el frío, pero ¿y los animales? A lo largo de la historia, ellos también han desarrollado prácticas para sobrellevar los meses más gélidos. Los hay que entran en una fase de reposo llamado hibernación, los hay que migran a lugares más cálidos y los hay incluso que se congelan temporalmente.
Los animales de sangre caliente, generalmente aves y mamíferos, necesitan mantener una temperatura corporal más o menos constante, independientemente de que haga frío o calor a su alrededor. El calor que producen es proporcional a su masa, y el que pierden es proporcional a la superficie de su cuerpo. Por tanto si comen lo suficiente, aguantarán mucho tiempo siempre y cuando reduzcan a mínimos su actividad física. En los animales pequeños, como los ratones, la tarea se complica.
Hibernan animales como las marmotas, las ardillas, los murciélagos, los erizos, los osos polares… Todo ellos, entran en un estado de letargo disminuyendo su gasto energético y ‘despiertan’ en primavera, cuando su metabolismo vuelve a la normalidad y se preparan para el apareamiento.
Los animales de sangre fría, como serpientes, lagartos o sapos, experimentan cambios en su temperatura corporal adaptándose a su entorno. También ellos ralentizan sus procesos corporales durante los meses de frío, consumiendo solo una pequeña cantidad de su reserva de masa corporal para aguantar. Se esconden en troncos, piedras, madrigueras ‘robadas’… También en invierno hay depredadores de los que protegerse.
Existen casos muy curiosos de animales que utilizan mecanismos algo extraños para sobrellevar el frío. Por ejemplo, las ranas de madera, nativas de Nueva York, se congelan. Producen una especie de capa protectora de hielo, pero sus órganos vitales siguen funcionando. La estampa durante su hibernación es la una rana aparentemente muerta. En primavera, al no estar enterradas como otras especies, son las primeras en emerger.
El de los renos del Ártico también es un caso digno de mención. Para ellos no solo cambia la temperatura, también se produce una variación tremenda en las horas de luz solar. Durante el verano, en el Polo Norte el sol apenas se pone, porque no llega a anochecer (el fenómeno del ‘midnight sun’), mientras que en invierno ocurre lo contrario (llamadas ‘polar nights’). Es decir, pasan semanas o meses expuestos a la luz y la oscuridad. Esto tiene un efecto llamativo en sus ojos: cambian de color. Mientras que en verano son dorados, en invierno se tiñen de azul.
Los flamencos, por su parte, acercan una pierna a su cuerpo para conservar el calor que perderían de sumergirla en agua fría, puesto una pata hace mucho en un este animal dada su longitud. Otras aves como las gaviotas, migran en busca de lugares más cálidos en invierno. Pueden pasar la primavera y verano nidificando en los países escandinavos y elegir España para pasar el otoño e invierno.