En la climatología ya existen mapas para medir casi todos los fenómenos atmosféricos, incluso aquellos que por su naturaleza extrema invitan a alejarse en dirección contraria. Los huracanes no son una excepción.
Como Dioses vengativos, estos gigantescos sistemas de tormentas tienen la capacidad de arrasar ciudades enteras con sus vientos y provocar inundaciones catastróficas que perduran en la memoria colectiva durante años. Katrina es un buen ejemplo.
Mapas interactivos como el del climatólogo Robert Rohde permiten hacernos una idea de todos los huracanes que han arrasado y hendido la Tierra con sus vientos en espiral durante casi 70 años, desde la década de los 50 hasta 2018. También arroja una curiosidad: su trayectoria. Ninguno atraviesa el ecuador. En un altísimo porcentaje, siempre se mueven en dirección contraria y permanecen en el mismo hemisferio. ¿Por qué sucede este fenómeno?
Un huracán es básicamente una tormenta organizada que se forma sobre aguas oceánicas. Suelen aparecer cuando la temperatura del agua supera los 26,5°C. El aire cálido y húmedo asciende rápidamente y provoca la condensación y liberación de grandes cantidades de energía en forma de calor residual. A partir de aquí, el ojo humano capta el fenómeno devastador, su resultado a pie de tierra: fuertes vientos y nubes en espiral que arrasan todo a su paso.
El componente crucial de esta explosión brutal de energía se conoce como la fuerza de Coriolis, un fenómeno de la rotación terrestre que desvía el movimiento de los vientos hacia la derecha en el hemisferio norte y hacia la izquierda en el hemisferio sur y forma la estructura ‘en espiral’ de un huracán.
En realidad, podríamos detectarla en fenómenos tan distintos como la trayectoria de una bala, la rotación del agua en el desagüe o el giro del propio huracán. En el hemisferio norte, los ciclones tropicales giran en sentido contrario a las agujas. En el hemisferio sur lo hacen en sentido horario.
El patrón de giro inverso es otra de las manifestaciones de Coriolis, que apenas tiene presencia en las regiones ecuatoriales. Aquí, la velocidad angular de la Tierra es máxima, pero la desviación que provoca Coriolis no tiene apenas efecto. Ni siquiera importa que la temperatura y la humedad que se necesitan para que nazca un huracán sean las adecuadas, pues no existe la fuerza suficiente para que los vientos comiencen a rotar en espiral y se organicen en un ciclón.
Sin esta rotación, que impulsa la liberación de energía, este grupo de tormentas no puede crear el clásico ‘ojo del huracán’ que utilizamos en el lenguaje común para referirnos al centro de este monstruo de la naturaleza. Como explica el profesor Gary Barnes, profesor de meteorología en la Universidad de Hawai, casi nunca nacen a menos de 5 grados de la línea ecuatorial; es decir, a unos 300 km.
Los huracanes que nacen en latitudes más altas lo tienen casi imposible para acercarse al ecuador. El fenómeno de Coriolis se apaga a medida que se aproximan a la convergencia entre hemisferios. La tormenta se debilita poco a poco. Si un huracán intentara cruzar el ecuador, la falta de fuerza de Coriolis y el cambio de dirección en los vientos de ambos hemisferios lo desintegrarían rápidamente.
Hay más factores que influyen en este debilitamiento progresivo. La atmósfera de la Tierra está dividida en varias "celdas" de circulación que determinan los patrones de viento a gran escala. En las latitudes cercanas al ecuador, existe una región conocida como zona de convergencia intertropical (ZCIT). Allí convergen los vientos alisios del hemisferio norte y los del sur. La ZCIT es conocida por la formación de tormentas y lluvias torrenciales, pero su influencia no favorece la formación de huracanes, principalmente debido a la debilidad de los vientos y la ausencia de la fuerza de Coriolis en esta zona.
Los patrones del viento (las corrientes ‘en chorro’ subtropicales) ejercen como barreras para los ciclones y también les impiden cruzar el ecuador. Más bien, los desvían.