No entres dócilmente en esa buena noche. Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz. Los versos de Dylan Thomas, que inspiraron a Christopher Nolan en su exploración del espacio tiempo en Insterstellar (2014), pueden evocar también lo que sucede en la inmensidad de neuronas de nuestro cerebro en otra experiencia límite del ser humano: la que hay en el momento entre la vida y la muerte. El acto de morirse, sobre el cual la ciencia no deja de indagar.
Una oportunidad única nació el 8 de marzo de 1957. El día que se fijó el consenso médico de la reanimación cardiopulmonar. En los años siguientes, la técnica se extendió por el mundo y permitió salvar la vida de personas cuyo corazón ya se había parado. Fue a partir de entonces cuando se empezaron a hacer frecuentes los relatos de experiencias de gente entre la vida y la muerte.
La tecnología actual ha mostrado en los últimos años que en esos últimos momentos la actividad cerebral de los humanos y de otros animales se desboca. Estos registros concuerdan con casos narrados por trabajadores de residencias y familiares en los que personas afectadas por diversos tipos de demencia recobraban cierta lucidez antes de morir.
La revista Scientific American ha recabado las últimas investigaciones sobre el proceso de elevada actividad que se inicia en el cerebro en esos momentos. Cita el estudio un estudio realizado por Christopher Kerr, jefe médico de una residencia de cuidados paliativos de Buffalo, que ha examinado cientos de casos de lo que llama “lucidez terminal”. En los últimos días de vida regresan algunas facultades cognitivas que se habían perdido, como el habla o la capacidad de conectar con otras personas.
Este fenómeno ha sido estudiado por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH, por sus siglas en inglés) porque no sólo tiene implicaciones científicas, también sanitarias y éticas. En una de estas investigaciones se recoge cómo impresiona a los familiares el resurgir del “antiguo yo” de la persona con demencia, del significado que tenían sus lazos con los demás.
Otro de los estudios encargados por los NIH, contradice la idea de que los episodios de lucidez estén asociados al fin de la vida. Lo realizó el gerontólogo Jason Karlawish, que sostiene que esos fogonazos deben entenderse más bien como fases habituales de la enfermedad. “Este tipo de episodios suceden meses e incluso años antes de que muera la persona”, aclara.
Saber si lo que sucede en las fases terminales de la vida es diferente de otros episodios de lucidez tiene muchas implicaciones. Significaría que “aún pueden quedar (en pacientes con demencias avanzadas) redes y funciones neuronales que pueden ayudar a restablecer las habilidades cognitivas de personas que pensamos que están incapacitadas de forma permanente”, explica George Peterson, experto en bioética de la Universidad George Mason que ha trabajado para los NIH.
En un estudio del mes de mayo, publicado en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, se detalla el caso de cuatro pacientes en coma a quienes se retiró el soporte vital y entraron en parada cardiorrespiratoria. En dos de los casos, se observó un incremento de la actividad organizada del cerebro justo en ese momento.
Otro estudio del hospital universitario NYU Langone Health examinó más de medio millar de casos de personas que necesitaron reanimación cardiopulmonar entre 2017 y 2020. Se detectó que la actividad eléctrica del cerebro primero resurgía instantes después de pararse el corazón.
El mismo fenómeno se ha registrado en varios experimentos desde hace más de una década en roedores, que han mostrado que en los primeros minutos después de pararse el corazón se despliega una intensa onda gamma de actividad cerebral que cesa al poco tiempo.
Las ondas gamma son una de las frecuencias del cerebro que se asocian a estar despierto, en alerta y al ejercicio de la memoria. La intensidad de esa actividad en roedores se focalizaba en la parte posterior del cráneo, que se cree importante para la experiencia consciente, a la visión, la audición y la percepción del movimiento.
La neuróloga de la Universidad de Michigan Jimo Borjigin, que ha trabajado con roedores, sugiere que la actividad cerebral puede dispararse como consecuencia de la falta de oxígeno, precisamente para intentar “recuperar el suministro, bien respirando más fuerte o acelerando los latidos del corazón. Creo que la lucidez terminal se puede deber a un último esfuerzo del cerebro para preservarse ante el desplome de los sistemas fisiológicos”.
Entramos en el terreno de las conjeturas. La del equipo de NYU Langone Health es que ante la falta de oxígeno, en el proceso de morir, el cerebro pierde los mecanismos de supresión que nos permiten ignorar las cosas que nos rodean y podemos dar por supuestas para centrarnos en lo que necesitamos.
“El proceso de apagado te quita los frenos”, explica el urgenciólogo Sam Parnia, autor del estudio de personas en parada cardiorrespiratoria y que ahora realiza una investigación similar con personas afectadas por demencias. Cree que ese proceso final, al perderse los controles de nuestra economía cerebral, “te da acceso a partes de tu cerebro a los que normalmente no puedes acceder. Tus pensamientos o recuerdos o interacciones con otras personas afloran”. Se muestra convencido de que son experiencias con una explicación fisiológica, pero al mismo tiempo verdaderas. No alucinaciones ni sueños, sino parte (la última) de la vida.