Kraken: “Una enorme y colosal criatura marina de la mitología nórdica, descrita comúnmente como un tipo de pulpo, calamar gigante o medusa que, emergiendo de las profundidades, ataca barcos y devora a los marineros”. Si leen esto, probablemente no piensen en un virus, sino en un terrible monstruo marino. Quizá era la idea (quizá no) de quien decidió bautizar así a la variante XBB.1.5 del coronavirus, la enésima hija, nieta o bisnieta de ómicron, cuyo árbol genealógico ya es difícil de seguir.
Porque sí, todo sigue siendo ómicron, pero no todos sus descendientes son iguales. Eso pensó T.Ryan Gregory, profesor de biología evolutiva en la Universidad de Guelph, Canadá. Le conocimos hace unos meses, porque suyo es el término también de “sopa de variantes”, en referencia a la gran cantidad de linajes y sublinajes de ómicron que han ido apareciendo últimamente, cuyos nombres se han ido haciendo cada vez más largos y complejos.
Para nombrarlos, se sigue el método Pango, que alterna letras y números a medida que añaden pasos en la evolución del virus, y como este cada vez prolifera más rápido, las combinaciones empiezan a ser largas y complicadas de memorizar. “Demasiado”, debió de pensar el científico canadiense. Y seguir englobándolas a todas bajo el paraguas de “ómicron” no es suficiente.
En agosto, Gregory lanzó la idea a varios colegas, y al público de Twitter en general. ¿Y si empezáramos a nombrar a las nuevas variantes de ómicron más significativas con apodos sacados de seres mitológicos? “Cualquier cosa que valga la pena ver (es decir, con mutaciones potencialmente preocupantes y/o que parezca tener una ventaja de crecimiento) obtiene el siguiente apodo en la lista”, proponía a colegas como el científico suizo experto en secuenciación del virus Cornelius Roemer. Dicho y hecho.
No sin cierta sorna, Gregory explicaba por qué estaría bien recurrir a la mitología griega. “Estoy pensando en criaturas mitológicas griegas porque hay muchas, encaja con los nombres de las letras griegas y son memorables (¡además, la gente podría aprender algo de mitología griega como extra bonus!)”. En este caso, con Kraken, el argumento sería, más bien, aprender mitología nórdica. Los griegos clásicos eran más de monstruos como Escila y Caribdis. Meter al Kraken en historias de griegos antiguos es cosa de las películas de Furia de Titanes.
Al referirse a las letras griegas, Gregory se refiere a las que usa de forma oficial la OMS para referirse sólo a las consideradas variantes de riesgo. A día de hoy, XBB.1.5 para la OMS (la única que puede 'bautizar' de forma oficial variantes de riesgo) es simplemente ómicron.
El resto de nombres casi han pasado desapercibidos, pero con Kraken se les han echado encima. Quizá apelar a un monstruo marino ha sido ir demasiado lejos, generar demasiada alarma con una subvariante que sí, es mucho más contagiosa que las anteriores, pero no más virulenta ni más grave.
Este hilo del catedrático de Inmunología de la Universidad de Valencia Rafa Toledo también es memorable. Critica el inmunólogo el nombre de Kraken y, en general, la idea de poner apodos “tendenciosos” y “con un componente de marketing importante” a las variantes del virus. Y con la misma sorna que el científico canadiense, explica en Twitter su opinión al respecto. “Es obvio que una subvariante denominada Osito Amoroso no crearía el mismo pánico que cualquiera de las nombrados anteriormente. Tengo claro que un virus no es un oso amoroso, pero tengo igual de claro que tampoco es un can policéfalo, ni un calamar gigante de los abismos".
Critica Toledo que "cuando se ha de nombrar una variante, la tendencia siempre es hacia seres mitológicos feroces y/o misteriosos”, nombres que “dirigen sistemáticamente al miedo y la alarma”.
Gregory argumenta que su intención no ha sido asustar en ningún momento, sino comunicar mejor lo que está pasando, hacer más comprensible la evolución del virus para el público general, sobre todo desde que las variedades de ómicron superan en número al resto de variantes juntas.
De los nombres no oficiales utilizados hasta ahora para las variantes de ómicron, también tuvo su momento de gloria el de la BA.2.75, alias “Centaurus”, aunque ese no es de Gregory, sino de un usuario de Twitter que tuvo la ocurrencia. El nombre cuajó y varios medios le dimos alas durante algún tiempo. Llegó incluso hasta la revista Nature. Eso, dice el canadiense, le dio la idea de seguir por ese camino.
Gregory comenzó a usar Kraken poco antes de Navidad, y el nombre ha ido ganando fuerza rápidamente en las redes sociales. También en algunos medios. Si miramos las búsquedas realizadas en Google, vemos que ha conseguido su objetivo: generar interés en el público. Comparen, por ejemplo, las búsquedas de Kraken y de XBB.1.5 realizadas desde España en la última semana.
La OMS no ha mencionado siquiera el nombre de Kraken, ni ningún otro de los nombres no oficiales que se han ido poniendo a las demás variantes. Ellos sólo dan nombre a las denominadas “variantes de riesgo” (VOC, por sus siglas en inglés) cuando llegan a hacerse dominantes en varios países. Es decir, tienen que ganárselo a pulso. Es entonces cuando las nombran con alguna de las letras griegas, y lo hacen en orden alfabético.
Es lo que ha ocurrido, hasta ahora, con alfa, beta, gamma, delta y ómicron. Pero desde esta última, no ha habido más. Argumenta la OMS que las subvariantes de ómicron que han ido apareciendo no son lo suficientemente distintas como para merecer un nombre. Aunque reconocen que Kraken es “la variante de ómicron más transmisible hasta el momento”, desde el punto de vista científico no tiene sentido nombrarla. Ni esta ni ninguna otra. Porque todo, alegan, sigue siendo ómicron.
Eric Topol, uno de los científicos estadounidenses que ha sido referente durante la pandemia, no está de acuerdo con eso. “No es una buena defensa no nombrarlas. Les imploraría que lo hicieran. El público no puede mantener todos estos números en la cabeza”, explica en la revista Fortune el fundador del Scripps Research Translational Institute.
Topol dice, por ejemplo, que habría llamado a BA.5, la variante dominante a nivel mundial hasta hace nada, “Pi” o “Sigma”, por ser muy distinta de la ómicron original (BA.1.) y la BA.2. Y cree que la OMS debería dar nombre también a las variantes que dominan los contagios actualmente en países como España: la BQ.1. y la BQ.1.1.
“Se les podrían dar nuevos nombres de letras griegas, en vez de los que inventan algunas personas”, argumenta Topol. “Si diferentes personas van a inventar nombres, al final será tan confuso como los números o las letras”.
Gregory defiende su sistema, sobre todo, para las últimas subvariantes que han aparecido. “Si queremos dejar en claro que lo que está aumentando en el Reino Unido no es lo mismo que lo que está creciendo en EE. UU., la 'sopa de letras' va a ser muy difícil para eso”, dice en Fortune.
Está convencido de que, si se adoptara su sistema, ahora tendríamos a Basilisk y Cerberus en el Reino Unido, y a Hydra y Aeterna en EE. UU. Y así, dice, “se podría reconocer de inmediato qué nombres son iguales y cuáles no".
¿Y si ómicron sigue acelerando su evolución y generando suvbariantes dignas de interés?. No hay problema. Gregory explica en Fortune que hay más posibles nombres sobre la mesa. Plantea recurrir a planetas, estrellas, constelaciones, galaxias…
Pero son muchos los científicos que, como Toledo, piensan que esto ayuda a alarmar, más que a entender. “Si es necesaria la alarma, se genera, pero con datos científicos y no burdos mensajes subliminales que dotan de poderes paranormales al virus. No solo innecesario, sino contraproducente. La alarma necesaria surge, la innecesaria se cultiva”, concluye el inmunólogo.