Todos podemos tener un "doble" en el mundo, y la explicación del parecido es genética

  • Tenemos muchas probabilidades de encontrarnos con alguien con un 75-80% de similitud física a nosotros, pero sin ningún parentesco

  • Científicos españoles han demostrado que la genética es la que determina que se puedan desarrollar rasgos faciales muy parecidos

  • Los genetistas explican que poder “establecer una relación directa entre variantes genéticas y rasgos faciales” puede tener aplicaciones biomédicas y forenses

¿Tenemos un “doble” en algún lugar del mundo? “A nivel de gemelos no vas a llegar, pero con un 75-80% de similitud, es bastante probable que encuentres a una persona o más de una”. Lo advierte Carlos García-Prieto, investigador del equipo del genetista Manel Esteller en el Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, de Barcelona.  

Es uno de los primeros firmantes de este estudio, que publicaron hace unos meses en la revista Cell Reports, y que trata de entender las similitudes físicas entre individuos que no tienen vínculos familiares. Porque quizá les haya pasado alguna vez: ver a alguien por la calle que les recuerde mucho a alguien, o incluso a usted mismo. Detrás de ese parecido hay factores genéticos, lo cual puede no resultar sorprendente, pero Esteller y su equipo han sido los primeros en demostrarlo científicamente. 

Aunque el proyecto no salió de ellos. Esteller y su equipo se aprovecharon, en el mejor sentido de la palabra, del proyecto de un fotógrafo canadiense, François Brunelle, que lleva desde 1999 recorriendo el mundo en busca de personas con increíbles parecidos físicos pero ningún parentesco. Vean, por ejemplo, algunas de las fotos que comparte en su cuenta de Instagram.

Son parte de su proyecto "I'm not a look-alike!" ("No soy un parecido"). Pero ¿qué base científica tienen esos parecidos? Esa fue la pregunta que se hizo Esteller cuando conoció a Brunelle. Hablaron del proyecto, y el científico puso en marcha su estudio, en 2016.

“La idea era intentar dar respuesta a la pregunta: ¿qué hace que las personas nos parezcamos entre nosotros? No sabíamos si era algo exclusivamente determinado por la genética o había otros factores más relacionados con el ambiente, el entorno y estilo de vida, que también pudieran jugar un papel”, explica García-Prieto.  

Y lo que vieron es “que la genética es la que determina, en mayor medida, que se puedan desarrollar ciertos rasgos faciales parecidos entre personas que, a priori, no tienen ningún parentesco familiar”.  

Del proyecto de Brunelle salieron 32 parejas voluntarias.

En esas 32 parejas, los científicos estudiaron tres cosas: la genética, la epigenética y el microbioma (las bacterias de intestino). Se trataba de ver cuánto influía cada una en su extraordinario parecido físico.  

Más peso de la genética que de la epigenética 

Esteller es uno de los genetistas que más ha estudiado la epigenética. Hace años, ya la analizó en gemelos, en personas que genéticamente son idénticas. Y vio que su epigenética era distinta.

La epigenética es el estudio de los mecanismos que regulan la expresión de los genes sin que haya una modificación en la secuencia del ADN. Para saber “cómo se activan o se silencian los genes”, desde hace unos 20 o 30 años se estudia mucho la epigenética. “Se le ponen unas marcas químicas a la misma secuencia del ADN y hacen que ese gen deje de funcionar o esté activo”, explica Javier Novo, catedrático de Genética de la Universidad de Navarra.  

Los genes pueden estar activados o no, o estarlo en determinados órganos y no en otros. Y lo más interesante, dice Novo, es que se ha visto “que eso lo puede modificar el ambiente: la dieta, o los tóxicos, o el ejercicio… Hay muchas cosas que pueden poner y quitar esas marcas químicas, de manera que puedes modificar la acción de los genes a través de factores no genéticos, sino ambientales”.  

Estudiando las marcas epigenéticas de esas personas, el equipo de Esteller estudió cómo podían haber influido en su parecido físico esos factores ambientales. Pero no. Vieron que eso no pesaba tanto. “Que su epigenética fuera diferente era de esperar”, valora Novo, “porque son personas que viven en lugares distintos, con vidas distintas…”.  

“La epigenética, o el microbioma, que están más relacionados con factores ambientales, estilos de vida, o el entorno de esas personas, pesaron menos”, explica García Prieto. El peso de su extraordinario parecido estaba en la genética. “Vimos similitudes en 20.000 letras del genoma que determinan que personas que se parecen mucho tengan rasgos faciales muy similares”. Y de las 32 parejas parecidas, hubo 16 que eran las más parecidas entre sí.  

Las fotos de sus rostros fueron analizadas con tres softwares de reconocimiento facial, como los que se usan, por ejemplo, en los aeropuertos, en la policía o para desbloquear el móvil. "Son programas que te dicen cuánto de similar es una cara en comparación con otra", explicaba Esteller a la BBC. Cuando se trata de gemelos, la similitud detectada es de entre el 90% y el 100%. En este estudio, se ha encontrado "una tasa de similitud elevada", de un 75%-80%. En la mitad de las parejas, en esas 16, los tres programas de reconocimiento facial hallaron 16 pares de genes extremadamente parecidos. 

Aplicaciones biomédicas y forenses 

Más allá de entender las causas de esos parecidos físicos, los resultados del estudio pueden tener dos aplicaciones: en medicina forense y en biomedicina. “El uso más directo, obvio y claro es en medicina forense”, explica García-Prieto. Gracias a una muestra de ADN, podríamos conocer mejor los rasgos faciales del sospechoso de un crimen, por ejemplo. “A través de su genoma se podría predecir su aspecto, hacer un retrato robot”. Aunque es pronto para esto. “Queda trabajo, no estamos en ese punto todavía”, advierte el investigador. 

En cuanto a su aplicación biomédica, se trataría más bien de lo contrario. “Si se demuestra que determinadas variantes genéticas están reflejadas en nuestra cara, en nuestros rasgos faciales, a partir del retrato de una persona podríamos intentar inferir determinadas variantes genéticas que puedan predisponer a sufrir ciertas enfermedades”, explica el investigador catalán. Pero “esto está un poco más lejos todavía, es más complejo”, advierte.  

La premisa, en ambos casos, es la misma: “establecer una relación directa entre variantes genéticas y rasgos faciales”.  

Novo apunta otra aplicación médica que, en su opinión, habría que investigar: “Si esa persona tan parecida a otra podría ser un posible donante de órganos compatibles. Tendría sentido investigarlo”. Porque quizá podría ser útil cuando se buscan donantes de órganos: poner la foto de la persona que necesita la donación. “Si alguien se parece mucho a esta persona, ¿podría ser un donante? Porque esas secuencias que les dan rasgos faciales similares, quizá podrían hacerles compatibles también en esto”. El genetista deja abierta la pregunta.   

Cuantos más seamos, más probable es encontrar un "doble"

Pero hay algo más. Con el aumento de la poblaciónsomos ya 8.000 millones de personas en el planeta- las probabilidades de encontrar a alguien muy parecido a nosotros, de cruzarnos con nuestro “doble”, aumentan. Porque aumentan las personas, pero no las combinaciones genéticas posibles, que son las que son.

“Es por simple estadística”, explica García-Prieto. “Y porque las variantes genéticas no son infinitas, vas a tener muchas probabilidades de encontrar a una persona que se parezca mucho a ti”, asegura. El tema es cuánto se parecerá. Ya veíamos, al comienzo del artículo, que hay muchas probabilidades de encontrarnos con alguien muy similar, con un 75-80% de similitud.

“Si lo piensas como una lotería, está claro que si tienes más boletos es más fácil que te toque”, resume García-Prieto. Y más todavía, si tenemos en cuenta el boom de las redes sociales en los últimos años. “La expansión de la red mundial y la posibilidad de intercambiar imágenes de humanos en todo el planeta ha aumentado el número de personas identificadas online como gemelos o dobles virtuales sin ser familiares”, aseguran los autores en el estudio. “En 8.000 millones de personas, que alguien tenga un genoma parecido y una cara parecida no es muy de extrañar”, concluye Novo.