Virus y bacterias que han permanecido latentes, sepultados bajo el hielo, durante miles de años, vuelven a la vida con capacidad para infectarnos. No es el argumento de una película de miedo, sino algo que puede ser muy real en un futuro no muy lejano. Y la causa, seguro que ya la imaginan: el deshielo del permafrost provocado por el cambio climático. El permafrost es el terreno congelado de forma permanente, en algunos casos desde hace millones de años. Y se está viendo muy afectado por el aumento de las temperaturas.
Hace ya tiempo que los científicos comenzaron a advertir de este riesgo que implica el calentamiento, y los estudios que se han ido realizando lo confirman. El último, publicado este mismo miércoles, concluye que a medida que aumentan las temperaturas, los virus y bacterias conservados en frío bajo el hielo permanente podrían resurgir, si esa capa de hielo permanente se derrite.
Podrían infectar a nuevos huéspedes y provocar brotes en nuevos entornos. Como en el Ártico, que ha sido ‘tumba’ de patógenos durante millones de años y que, en los próximos, advierten los autores del estudio, “podría convertirse en terreno fértil para pandemias emergentes”.
No es algo tan descabellado. Ya en 2016, el calentamiento global provocó un brote de ántrax en Siberia que mató a un niño de 12 años e infectó a otras veinte personas. Una ola de calor insólita en esas latitudes derritió el permafrost y sacó a la luz el cadáver de un reno que había fallecido con esa infección bacteriana 75 años antes. El último brote en esa región había sido en 1941.
Los análisis genéticos revelaron que la cepa bacteriana era antigua y que habría surgido de ese cadáver, que quedó desenterrado cuando el suelo congelado se derritió. El animal muerto había permanecido congelado hasta ese momento, pero al derretirse el hielo, la bacteria se liberó al agua y al suelo, y acabó llegando a los animales y habitantes de la zona, generando infecciones en varios.
La viruela y la peste bubónica también están 'enterradas' en Siberia, recuerda este artículo de la BBC. Y se han descubierto fragmentos de ARN del virus de la gripe de 1918 en cadáveres enterrados en fosas comunes en Alaska. En un estudio de 2011, los investigadores Boris Revich y Marina Podolnaya advertían: "Como consecuencia del derretimiento del permafrost, los vectores de infecciones mortales de los siglos XVIII y XIX pueden volver, especialmente cerca de las zonas donde fueron enterradas las víctimas de estas infecciones".
En este último estudio, lo que han hecho los investigadores es un análisis genético de los sedimentos del suelo y del lago Hazen, en el Ártico. Y el resultado sugiere que el riesgo de “derrame viral” puede estar aumentando con el deshielo, entendiendo por ello el proceso en que reservorios con una alta prevalencia de patógenos entran en contacto con un nuevo huésped por primera vez.
Lo que hicieron Stéphane Aris-Brosou y su equipo de la Universidad de Ottawa (Canadá) es recoger muestras de suelo y sedimentos del lago, cerca de donde fluía agua procedente del deshielo de los glaciares. Las tomaron en zonas donde fluía poca, bastante o mucha de esa agua de glaciares. Después, secuenciaron el ARN y el ADN en esas muestras para identificar algo que coincidiera con virus conocidos, así como posibles huéspedes animales, vegetales o fúngicos.
Los resultados sugieren que el riesgo de que los virus se propaguen a nuevos huéspedes es mayor en lugares cercanos a donde fluyen grandes cantidades de agua procedente del deshielo. Y el deshielo será más frecuente a medida que el calentamiento aumente. Los científicos advierten: cuanto más suban las temperaturas, por el cambio climático, más probable será que los virus y las bacterias atrapados en el hielo de los glaciares y el permafrost puedan resurgir e infectar a la fauna silvestre de la zona.
Lo que no concretan en el estudio es cuántos de los virus que identificaron eran desconocidos, ni si eran capaces de infectar, algo que van a estudiar en los próximos meses. Pero estudios anteriores sí han sugerido que virus desconocidos pueden 'merodear' en el hielo de los glaciares.
Cuenta el diario británico The Guardian que, el año pasado, investigadores de la Universidad Estatal de Ohio (EE.UU.) anunciaron que habían encontrado material genético de 33 virus en muestras de hielo de la meseta tibetana, en China: 28 de ellos eran nuevos, y se calculó que tenían unos 15.000 años.
Y en 2014, científicos del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia lograron 'revivir' un virus que había estado atrapado en el permafrost siberiano durante 30.000 años, a unos 30 metros de profundidad, bajo la tundra. El virus se volvió infeccioso nuevamente, pero por suerte, era un tipo de virus que sólo infecta a las amebas.
El autor del estudio, Jean-Michel Claverie, advertía entonces a la BBC que el hecho de que tales capas de hielo quedaran expuestas, como consecuencia del calentamiento, podía convertirse en "una receta para el desastre". Porque su estudio sugiere que con otros virus, que sí tienen la capacidad de infectar a personas, podría ocurrir lo mismo.
Claverie llegó a decir que los virus de los primeros seres humanos que poblaron el Ártico podrían resurgir de forma parecida, e incluso que podríamos ver virus de especies de homínidos extinguidas, como los neandertales. Y advirtió: “Si el patógeno no ha estado en contacto con los seres humanos durante mucho tiempo, el sistema inmunológico no estaría preparado, así que podría ser peligroso".
Aris-Brosou y su equipo, ahora, prefieren ser más cautelosos. Predecir un elevado riesgo de infección no es lo mismo que predecir contagios o pandemias reales, advierten en The Guardian. “Mientras los virus y sus 'vectores puente' no estén presentes simultáneamente en el medio ambiente, la probabilidad de eventos importantes probablemente siga siendo baja”.