Uno de los estudios galardonados esta semana por los premios IG Nobel, que con tono irónico destacan las investigaciones más absurdas, supone una reducción matemática al absurdo de uno de los pilares de la cultura occidental: la meritocracia.
Los tres investigadores de la Universidad de Catania, en Sicilia, han hecho un planteamiento a primera vista simple: si el éxito en la vida se debe al talento, ¿por qué ambas cosas están repartidas de una manera tan distinta en el mundo?
Casi todo el mundo tiende a pensar que su éxito y nivel económico en la vida se debe a sus habilidades, inteligencia, esfuerzo o su valentía para asumir riesgos. A veces, se reconoce que la suerte tiene algo que ver, pero no de manera significativa.
Las matemáticas dicen lo contrario. Los ganadores del IG Nobel de Economía tomaron como referencia del talento la inteligencia y cómo medida del éxito social, la riqueza. Y razonan así: “Es bien sabido que la inteligencia muestra una distribución gaussiana entre la población, mientras que la distribución de la riqueza sigue normalmente la ley de Pareto”.
Que la inteligencia tenga una distribución en campana de Gauss significa que la mayor parte de las personas tiene un cociente intelectual medio (en torno a 100 puntos) y solo unas minorías tienen los mayores y menores puntuaciones, en los extremos de la campana. Este tipo de distribución permite cuantificar lo que consideramos “normal”, es decir, lo que está más cerca del centro de la campaña.
Los autores explican que la riqueza, por el contrario, se distribuye según el principio de Pareto o ley del 80/20, que cuando se aplica a la riqueza viene a decir que el 20% de la población acapara el 80% del dinero y el 80% de personas restante se reparte sólo el 20% de la riqueza. En los últimos años se ha pasado a hablar del 1% frente al 99% (Vilfredo Pareto murió hace casi un siglo).
Esta discrepancia entre las dos formas de distribuirse el talento y el éxito, dicen los autores, “sugiere que hay algún ingrediente secreto operando entre bambalinas”. Ese ingrediente, según creen haber demostrado, es el azar.
“Aunque sea cierto que hace falta algún grado de talento para tener éxito en la vida, las personas con más talento casi nunca llegan a las más altas cimas del éxito, son superadas por otras de talento medio pero notablemente más afortunadas”, comentan.
Las simulaciones que han realizado indican que normalmente las personas que alcanzan mayores cotas de éxito pertenecen a la zona media de la campana de Gauss.
La argumentación puede resultar peregrina, pero ofrece un ángulo desde el cual también resulta cuanto menos exótico justificar el éxito que uno ha tenido y la riqueza que acumula en que se lo merece más que otros por su trabajo y talento.
Los autores ponen el ejemplo de la serendipia, de los descubrimientos valiosos logrados por azar gracias a unos esfuerzos que estaban dirigidos a otro objetivo. Eso les lleva a pensar que lo mejor que se puede hacer es distribuir los recursos en una sociedad de manera que se pueda impulsar el mayor número posible de ideas y proyectos, ya que nunca se sabe cuál de ellos tendrá éxito.
En un último giro de la ironía, los ganadores del IG Nobel tiran piedras sobre su propio tejado. Ellos denuncian que muchas veces se concede más reconocimiento y recursos a quien ya ha tenido un éxito previo. Tendemos a pensar que si ya triunfó es que se trata de alguien con talento y mérito. El trío de Sicilia que firma el artículo lo considera injusto. Y, sin embargo, acumula premios. Dos de los investigadores ya fueron reconocidos por los IG Nobel en 2010. Cuestión de suerte.