Danielle ya es oficialmente un huracán. Este viernes, a las 5 de la tarde, el Centro Nacional de Huracanes de EE.UU. (NHC) lo declaraba oficialmente “el primer huracán atlántico de la temporada”. Se formó el jueves, como ciclón tropical, a unos 1.000 kilómetros al oeste de las islas Azores. Y aunque todavía hay mucha incertidumbre con respecto a su trayectoria, sigue sin descartarse que pueda rozar la península, concretamente Galicia.
Pero ¿cómo se ha formado este huracán? ¿Qué elementos son necesarios para que se generen estos fenómenos?
“La formación de un huracán necesita varios ingredientes, como si fuese una receta”, explica el meteorólogo de Meteored Víctor González. Y la temperatura del mar es el ingrediente básico, es clave, la base de esa receta. “Sin un mar cálido no se forma un huracán, es como intentar hacer una tortilla de patatas sin el huevo”.
“La temperatura del mar es lo que aporta la energía, el combustible para que se forme el huracán”. ¿Pero de qué temperatura hablamos? “Normalmente, a partir de 26 grados se considera que se dan las condiciones adecuadas. A veces se han formado huracanes a temperaturas más bajas, pero lo normal es que por debajo de 26 grados no se formen”.
Ya tenemos la base. Pero hacen falta más cosas. O, mejor dicho, que no haya algunas otras cosas.
Se denomina así a “la diferencia en la velocidad del viento o su dirección en distintos niveles de la atmósfera”. Por ejemplo, puede ocurrir que el viento sea muy fuerte en superficie y muy suave en las capas altas. “Cuando eso sucede no se forma el huracán. Porque lo que necesita es lo contrario: una atmósfera tranquilla y estable”. Es decir, que este ingrediente - la cizalladura- no debe estar en la receta.
Esto puede llamar la atención, porque intuitivamente podíamos pensar que un huracán poco tiene que ver con una atmósfera tranquila. Pero González lo explica: “Si no hay cizalladura, esas tormentas se mantienen como un racimo muy estable”. Que no haya esos vientos diferentes permite que se mantengan juntas y quietas, “que no se rompan”.
Gracias a la ausencia de cizalladura, esas tormentas se mantienen activas durante horas. Y el mar cálido, mientras, “va aportando energía a esas tormentas de forma constante”.
Este sería el tercer ingrediente básico. Aunque, de nuevo, por exclusión. Lo importante es “que no irrumpa aire seco”, insiste González. ¿Por qué? Porque el aire seco “disiparía esas tormentas, interrumpiría el proceso”.
Para que el huracán se siga formando, necesita aire húmedo. Si el huracán en formación ya está cerca del continente, por ejemplo, le puede llegar aire seco. En cambio, “cuando el aire permanece mucho tiempo en el océano, se va cargando de humedad”.
Una vez que tenemos todos esos ingredientes, ¿qué ocurre? “Que esas tormentas van a generar, debajo de ellas, un área de baja presión, una depresión (algo parecido a una borrasca). Y ahí, en esa zona, empiezan a circular vientos y a formarse remolinos”.
Esto ocurre porque “las tormentas actúan como si fuesen una aspiradora: tiran del aire de la superficie hacia ellas, lo succionan, y es cuando se empiezan a formar esos vientos fuertes y remolinos”.
Este paso del proceso es importante, porque “en el momento en que esas tormentas consiguen que los vientos giren alrededor de ellas, cuando hay una circulación cerrada, dejan de ser meras tormentas, ya tenemos un ciclón tropical”.
A partir de ahí, una vez que se ha formado ese ciclón tropical, irá cambiando de nombre dependiendo de su intensidad. Si las condiciones siguen siendo las que hemos explicado antes, el ciclón seguirá cogiendo fuerza.
“Con vientos de más de 65 kms/hora pasa a llamarse tormenta tropical, y ya se le asigna un nombre por parte del NHC”, explica González. Son vientos fuertes, pero no algo extraordinario todavía. “De hecho, hay borrascas capaces de generar esos vientos o incluso más fuertes”, recuerda el experto.
Pero si esos vientos siguen ganando fuerza, lo que va a ocurrir es que “esa tormenta tropical se sigue intensificando. Cuando llega a los 120 kms/hora ya se habla de huracán”. Es lo que ha ocurrido con Danielle este viernes.
El cambio de nombre depende de la intensidad de los vientos. Pero también cambia “su apariencia, su aspecto visual” en las imágenes de satélite. Lo podemos ver muy bien en el vídeo que acompaña a este artículo, un timelapse con imágenes de la NASA que muestra la formación del huracán ‘Ida’ hace ahora un año. Tocó tierra en Louisiana (EE.UU.) el 29 de agosto de 2021.
“En todo este proceso de formación, hemos pasado de una especie de sopa de nubes a una especie de remolino, o espiral, con un ojo. En la tormenta tropical ya se aprecia esa espiral, pero todavía muy desigual. Y en el huracán es cuando empieza a aparecer el ojo, cuando ya está plenamente desarrollado”, explica el meteorólogo.
Lo normal es que cada etapa dure alrededor de dos días. Aunque varía en cada huracán. “Este, por ejemplo, está evolucionando más rápido de lo normal: ha pasado de depresión a tormenta y de tormenta a huracán en poco más de 24 horas”, subraya González.
El ojo del huracán es la zona situada en el centro del huracán, y a pesar de las connotaciones destructivas que solemos darle, “se encuentra libre de nubes, es cielo despejado. Los vientos más destructivos quedan alrededor”.
¿Por qué ocurre esto? No hay una explicación muy clara. González explica que “los vientos de capas altas tienden a descender a capas bajas en esa zona, y eso tiende a romper la nubosidad”. Porque en el ojo ocurre lo contrario que en el resto del huracán, donde el viento asciende. “En el ojo, en cambio, el viento desciende lentamente”.
Una vez que se ha formado el huracán, “lo siguiente que ocurre es que va ganando en potencia”. Y para ello, de nuevo, deben mantenerse los mismos factores que ayudaron a su formación.
“Si encuentra aire seco o un mar más frío, perderá intensidad. Pero si llega a una zona con agua más caliente o con más humedad o una cizalladura más calmada, puede coger más intensidad”, explica González. Y pone un ejemplo: "Si ese huracán se encontrase un mar a 31 grados, su límite de intensidad sería la categoría 5, la máxima. Pero si el mar estuviera a 26 grados, su límite sería la categoría 2".
Cada categoría supone vientos de mayor o menor intensidad.
Categoría 1: de 119 a 153 kms/hora
Categoría 2: de 154 a 177 kms/hora
Categoría 3: de 178 a 209 kms/hora
Categoría 4: de 210 a 250 kms/hora
Categoría 5: de 251 a 400 kms/hora
Para 'Danielle', que se mueve en un mar a unos 27 grados de temperatura, González explica que “los modelos más extremos lo sitúan con categoría 2 o 3”. Aunque esto, como casi todo lo demás, es imposible de predecir con certeza todavía.