Internet es un lugar extraño: no es una cosa, no existe físicamente, no tiene límites, tampoco una regulación única, crece exponencialmente y muta de forma constante. Además, para su funcionamiento es necesaria la confluencia de distintos proveedores que se mueven desde lo puramente tecnológico (algo así como los pilares sobre los que se asienta todo lo demás) hasta lo más sofisticado (por ejemplo, el desarrollo de las herramientas y utilidades que funcionan a través de la red). Por eso es tan difícil responder a una pregunta que pocas veces nos hacemos: ¿quiénes son los dueños de Internet?
En principio, Internet no es de nadie y es de todos, aunque lógicamente las empresas que invierten en la tecnología necesaria para su sostenimiento y desarrollo tienen mucho que decir acerca de cómo se dibujará su futuro y hacia dónde se moverán las utilidades que alberga.
Lo curioso es que nos hemos acostumbrado tan rápido a que todo pase por Internet que rara vez nos preguntamos quién se encuentra detrás. Casi parece que Internet funciona solo y existe en un lugar virtual al que nadie puede acceder, trabajando de forma independiente y libre de influencias. Sin embargo, la realidad es que en este espacio virtual se desarrollan relaciones de poder muy similares a las que vivimos en nuestro universo tangible.
La primera pista con la que nos encontramos a la hora de conocer quiénes son los dueños de Internet es que nos encontramos ante una red de conexiones que funciona a través de cables y tecnología de comunicación inalámbrica. Por tanto, quienes posean esta tecnología serán, en parte, dueños de la red: sin esta infraestructura, Internet no sería posible. Centros de datos, cableado, enredadores, satélites... son propiedad de múltiples empresas y personas, muchas de ellas dentro del mundo de las telecomunicaciones, aunque otras como Google, Microsoft o Amazon, también participan en este negocio.
Es importante saber que no existe una patente para Internet, ya que su inventor, Tim Berners-Lee, quiso garantizar su gratuidad y acceso universal. Otro de los responsables de la existencia de Internet, Vinton Cerf, sostuvo la misma idea: se trata de una tecnología pensada para la sociedad, para que las personas puedan informarse y comunicarse entre sí. De este modo, según su criterio, los intereses particulares de liderar la industria con aplicaciones patentadas e incompatibles con las del resto de programadores no tendrían sentido.
Otro punto clave es la existencia de una regulación segmentada en relación con Internet, sin homogeneidad y con importantes vacíos y diferencias. De hecho, en plena era digital, las fronteras estatales (que definen los límites de aplicación de las leyes nacionales) se vuelven cada vez más frágiles e inútiles, en un entorno que opera de forma absolutamente globalizada y virtual.
Lo cierto es que regular Internet y lo que sucede en este espacio es complicado: el legislador suele ir siempre varios pasos por detrás de la realidad de lo que ocurre en este ámbito tan mutante, y la persecución de delitos y prácticas nocivas resulta muy complicada. Esto nos deja ver que, a nivel legislativo, no existe un Estado que se imponga sobre el resto, sino que cada uno actúa dentro de su esfera territorial.
Eso sí, surgen instituciones que marcan unos estándares mínimos a nivel internacional, cuya composición y funcionamiento interno puede reflejar las mismas estructuras de poder que existen en nuestro mundo globalizado. Es el caso de la International Telecommunication Union, el organismo especializado de las Naciones Unidas para las tecnologías de la información.
En cuanto al uso que hacemos de Internet, las grandes empresas, como Google, Facebook o Amazon, controlan la mayor parte de lo que consumimos, acaparando cuotas muy importantes del tráfico total en la red. El hecho de que esta influencia de las grandes empresas sea cada vez mayor tiene como consecuencia un mayor aislamiento de las minorías que operan en la red, así que, si hubiera que señalar a alguien, tal vez estas compañías sean las que mayor influencia y peso tengan a la hora de controlar Internet y todo lo que ello implica: la información que consumimos, la publicidad que nos impacta, y un largo etcétera.
Además, no hay que olvidar el creciente valor de los datos como fuente de conocimiento: los gigantes de Internet acumulan ingentes sumas de datos que sirven para diseñar perfiles y patrones de comportamiento cada vez más sofisticados, y tal vez esta información sea el principal activo que existe en lo que a los posibles beneficios económicos y estratégicos asociados a Internet se refiere. Al fin y al cabo, la posibilidad de predecir cómo pensamos (y pensaremos), qué nos interesa, cómo hacernos cambiar de idea o de qué forma impactarnos para lograr que actuemos de una forma determinada es sin duda una importante arma con múltiples usos posibles.