Los políticos y las empresas saben que ahí -en el mar- puede estar la respuesta a muchos de los interrogantes sobre el origen de la vida, la composición de la atmósfera o la evolución del clima, además de la solución a muchos de los retos del siglo XXI.
Porque algunos lugares han permanecido intactos e inalterados durante siglos, pero también porque los océanos pueden ser la "gran farmacia" de los que surjan nuevos fármacos o la "gran despensa" que cubra las necesidades alimentarias de la Humanidad.
La comunidad internacional ha vuelto a una cita para disertar sobre la fragilidad de los océanos y lo ha hecho, otra vez, con un sinfín de evidencias e informes científicos que alertan sobre la vulnerabilidad de los ecosistemas marinos; la ciencia ha puesto ese semáforo en rojo.
Convocados por Naciones Unidas, las delegaciones de unos 150 países, organizaciones y organismos internacionales y centenares de empresas participan desde el lunes en Lisboa en la II Conferencia de los Océanos, una cita programada para 2020 y pospuesta por la pandemia y de la que no tienen que salir decisiones vinculantes, aunque sí una "Declaración" que puede ser importante para definir las políticas orientadas a conservar los océanos.
Porque son los científicos quienes han alertado de que en 2050 la Tierra estará poblada por 9.000 millones de personas y la capacidad de disponer de alimento y recursos para satisfacer sus necesidades puede estar ya al límite; y las miradas se volverán entonces a los océanos, pero también han avisado de que en esa fecha pueden albergar más plástico que peces.
Fueron los ecosistemas que albergaron, hace casi 900 millones de años, los primeros animales que habitaron la Tierra, ya que los científicos han encontrado restos de esponjas en estructuras fosilizadas con esa antigüedad procedentes de Canadá y sus conclusiones han aparecido ya en la revista Nature.
Y los científicos siguen arrojando evidencias, y entre ellas que el nivel del mar crece tres centímetros cada década debido al calentamiento global y a la consiguiente adición de agua dulce a los océanos como consecuencia del derretimiento de los glaciares y de las capas de hielo que se acumulan en los polos. El dato es de la Agencia Europea del Espacio, que comenzó a hacer mediciones por satélite en la década de los noventa.
En la misma línea, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) que asesora a la ONU desde hace más de 30 años, ha alertado de que muchas de las consecuencias del cambio climático van a ser ya irreversibles, ya que los glaciares de montaña y los polos van a continuar derritiéndose durante décadas o siglos, incluso aunque se reduzcan las emisiones.
En uno de sus últimos informes, este grupo internacional de científicos corroboró que esos cambios ya irreversibles van a provocar un aumento de la temperatura y una mayor acidificación y desoxigenización de los océanos, pero también que el nivel del mar seguirá aumentando irremediablemente, entre 28 y 55 centímetros a finales de siglo con respecto a los niveles actuales, incluso frenando las emisiones de gases de efecto invernadero.
Mientras los científicos alertan de los efectos irreversibles del cambio climático y de que está causado indudablemente por la actividad humana, algunas de sus peores caras alcanzan ya los lugares más prístinos del planeta, e investigadores de varias instituciones internacionales han demostrado ya -y publicado en las revistas científicas más importantes- que la pandemia del plástico ha alcanzado ya el remoto océano Ártico.
Los datos del Instituto de Investigación Polar y Marina Alfred Wegener de Alemania revelan que cada año acaban en las aguas del mundo entre 19 y 23 millones de toneladas métricas de basura de plástico y que todos los organismos marinos -desde el plancton hasta los cachalotes- están afectados por una plaga que damnifica desde las playas tropicales hasta las fosas marinas más profundas.
Ningún lugar escapa; y científicos de varias universidades españolas (Zaragoza, Complutense de Madrid y del País Vasco) han demostrado cómo los microplásticos han alcanzado ya la atmósfera de la Antártida, al atrapar algunos de esos contaminantes en los filtros de aire de un captador que habían instalado en Isla Decepción, uno de los sitios más limpios y puros del planeta.