Desintoxicarse del fentanilo es la batalla que Inma Fernández y Albert Puñet han afrontado después de que les recetasen este opioide 100 veces más potente que la morfina. Un medicamento que utilizaban para el alivio del dolor y que con el tiempo se convirtió en una adicción para combatir las secuelas crónicas que la mujer de 45 años sufrió de las punciones intratecales contra el cáncer, mientras que el hombre de 39 años utilizaba a raíz de una lesión medular tras un accidente.
"Al principio tomaba tanta medicación que estaba despierto 3-4 horas al día. Me he llegado a dormir encima de un plato de comida, con mis hijas delante, sientes mucha vergüenza. Es un tsunami que arrasa con la vida familiar, de pareja, con amistades. Tienes momento de duda existencial, de si vale la pena que siga aquí. Te ves una carga", reconoce Albert, a quien le recetaron parches de liberación prolongada y 'piruletas' de fentanilo, para tratar su dolor neuropático severo.
"El primer día que consumes ese medicamento o droga es fantástico. Vivía con un dolor terrible que me desplomaba en el suelo porque mis piernas no aguantaban. Y de repente, en 15 minutos el dolor desaparecía", recuerda el hombre sobre un consumo que cada vez fue a más.
Su cuerpo empezó rápidamente a tolerar el opiáceo. Sin embargo, Albert no recibió ninguna visita de seguimiento sobre el fentanilo recetado, en plena pandemia por coronavirus, y el médico acabó subiéndole la dosis para "encontrar el equilibrio entre dolor y medicación". Así empezó un proceso que le llevó a vivir diferentes crisis de abstinencia.
Este proceso de dependencia le hizo convertirse en una persona "diferente". "Piensas que eres una molestia y que sería mejor no ser una carga para tu familia. Dejas de ser tú. Al final no dejas de estar bajo los efectos de estupefacientes. Por lo tanto, no piensas con claridad. No tienes ganas de nada", admite sobre una adicción que le llevó a un estado de negación.
"Da vergüenza decir tengo un problema y que soy drogodependiente y no entiendo por qué. Yo iba a la farmacia a buscar medicación. ¿Cómo he llegado a esto? No ves la luz. Una crisis de abstinencia de fentanilo no se lo deseo ni a mi peor enemigo", añade Albert, quien logró admitir que era drogadicto y pidió ayuda para ingresar en un centro de desintoxicación.
"Cuando les expliqué que pasé de Tramadol a fentanilo se pusieron las manos a la cabeza porque era como pasar de un 600 a ir en avión. No ha habido paso intermedio. Además, no tuve ninguna visita, control y seguimiento por parte de la clínica del dolor. Lo único que hacían era renovarme las recetas. Considero que soy un error del sistema, que no tendría que haber ocurrido", denuncia.
Como él, Inma pasó por una situación idéntica tras recetarle el opiáceo para reducir el dolor crónico "insoportable" que sufrió por las punciones intratecales a raíz de un linfoma: "Primero me pautaron Tramadol, pero no me hacía nada, por lo que pasaron a los parches de fentanilo".
La mujer empezó con unos parches de 50 microgramos en tres días, pero la aceptación de su cuerpo a la sustancia le llevó a necesitar más. "Al no darme otra solución para este dolor que me limitaba en mi día a día, empecé a subir yo sola la dosis. Necesitaba más, ellos me daban más".
Sin embargo, un día la doctora de cabecera le quitó la receta, lo que derivó en una crisis de abstinencia: "Era horrible. Temblaba, tiritaba mucho, tenía el pelo mojado, sudaba como si hubiese salido de la ducha. El dolor se triplicaba y no me daban ninguna solución".
Esta adicción le llevó incluso a ser atendida por la línea 024 para la atención a la conducta suicida. "No podía más", lamenta Inma, quien logró que le volviesen a recetar fentanilo: "No te lo pueden quitar de un momento para otro". Pese a ello, volvió a quedarse sin esta medicación y acudió al hospital en pleno síndrome de abstinencia.
"Cuando el médico me levantó la camiseta y vio todos los parches que llevaba, alucinó. Se puso en contacto con el psiquiatra del centro de desintoxicación del hospital y empezaron a gestionar mi ingreso. Estaba entre los 800 microgramos, cuando el máximo son 100 cada tres días. El día que tenía que salir a la calle o hacer una gestión me ponía hasta 900", admite Inma, quien recibió el respaldo de Albert para que no dudase en ingresar al centro de desintoxicación.
"Es horrible. Lo pasé peor que con el cáncer", añade sobre una lucha que le permitió salir del fentanilo, aunque la desintoxicación no acabó en ese momento tras vivir un nuevo calvario. "Al llegar a casa lo primero que hice fue echar mano del Tramadol. Empecé a consumir entre 21 y 22 pastillas al día". Por ello, al mes llamó al centro para ingresar y logró desintoxicarse de nuevo.
Ahora, Inma ha logrado dejar atrás la adicción que estuvo a punto de acabar con ella y lleva limpia desde el pasado mes de abril: "Esta es la vida con la que he soñado. Estoy haciendo tres veces a la semana ejercicio. Salgo los fines de semana con las amigas. He pasado de estar todo el día en la cama y sin ganas de vivir, a querer vivir a tope. El cambio se nota. Si no me sacan el tema del fentanilo, ni me acuerdo".
En su caso, Albert lleva dos años desintoxicado y reduce cada tres meses su dosis de morfina: "Me encuentro muy bien, tengo un pacto de no agresión con el dolor gracias a haber sido valiente, levantar la mano y reconocer que tenía un problema. Lo más duro de este proceso es decir que necesito ayuda". Dos testimonios de perseverancia tras superar la drogodependencia, que ahora luchan para que otras personas no pasen por el mismo sufrimiento.
"Me hubiera encantado saber cuáles eran los beneficios y perjuicios que me podía causar esta medicación. Creo que sería muy fácil de implementar, las propias farmacias cuando retiras cualquier opiáceo te hagan firmar un consentimiento informado en el que te diga los beneficios, perjuicios y si encuentras en esta situación tienes el teléfono de ayuda a la drogodependencia", añade el hombre de 39 años.
"A mí me dieron una receta que no ponía ni que era fentanilo. Fui a la farmacia, me lo tomé y ‘guau’. Es que sabe a fresa. Está hecho para que te enganches. Al final no tenía escapatoria. No me juzgo, he hecho las paces conmigo de no culparme porque no fue culpa mía, fue del sistema", culmina sobre una droga que arrasó con su vida y dejó un dolor añadido que logró superar a base de sufrimiento.
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