Dido y Jurriaan son una pareja de origen neerlandés que ha logrado materializar el sueño de toda una vida desde su bodega de vinos naturales en L'Empordà (Girona), donde se asentaron en 2018 tras comprar una finca de 9,5 hectáreas de viñedos plantados en la reserva natural de L'Albera, valorada en 300.000 euros, a través de una campaña de crowdfounding en Países Bajos que les ha permitido vender sus botellas por todo el mundo.
"Siempre he querido tener mi viñedo. Ha sido mi sueño romántico desde que era niña", reconoce Dido en una entrevista a Informativos Telecinco sobre "una fantasía" que empezó a convertirse en su objetivo de vida con 19 años, cuando empezó a aprender sobre el mundo vinícola como importadora de vinos.
Tal era su entusiasmo, que una tesis de su máster de Antropología sobre vinos le llevó a Sudáfrica como voluntaria en un viñedo durante seis meses: "Fue la primera experiencia en el proceso de hacer vino. Supe lo que quería hacer toda la vida". Desde ese momento, Dido y su pareja Jurriaan decidieron dejar atrás sus trabajos en el mundo de la hostelería para dar la vuelta al mundo y formarse antes de tener su propio viñedo.
Una experiencia que les llevó por bodegas de Australia, Chile y Cataluña, donde decidieron crear su proyecto de vida. "Mi familia tiene casa de vacaciones aquí. Encontramos en L’Empordà una región muy bonita, con mar, restaurantes, montañas y turismo. Era la oportunidad perfecta", recuerda Dido.
Ambos dejaron todo atrás y centraron sus esfuerzos en hacerse con una finca de 9,5 hectáreas, que incluía una pequeña casa sin acceso a la corriente eléctrica. Para ello, decidieron realizar una campaña de micromecenazgo en Países Bajos con el objetivo de pagar el terreno valorado en 300.000 euros.
"Hicimos un plan de negocio, lo presentamos y encontramos alrededor de 15 socios. El sueño se hizo realidad. Ya hemos pagado casi la mitad", admite Dido sobre el inicio de Vinyes Tortuga, su marca de vinos en honor a la presencia de tortugas de tierra en la comarca. Una vez ya tenían las hectáreas de viñedos plantados, tan solo les faltaba un lugar donde elaborarlo.
La pareja de viticultores logró alquilar durante dos años la Cooperativa Sant Julià, rebautizada como Fruita Analògica, desde donde producen sus vinos naturales: "En 2020 lo compramos con otro inversor neerlandés. Ahora también hemos montado un restaurante. Es un edificio grande de 2.000 metros cuadrados".
Sus botellas destacan por una elaboración de vinos sin añadidos. Sin filtrar ni clarificar: "Simplemente transformando la uva, en su estado más puro, en vino. Sin añadir ni quitar nada. Parece lógico, pero hemos experimentado de primera mano lo que se puede añadir al vino: desde diferentes tipos de levaduras hasta goma arábiga, más de 88 aditivos permitidos en el vino convencional", destacan.
Para poder prescindir de estos productos, la uva debe ser de muy buena calidad, lo que les lleva a intensificar el trabajo en el viñedo, trabajando lo más natural posible. Una forma de trabajar que les ha llevado a vender sus botellas por todo el mundo. "Antes se vendían sobre todo en Estados Unidos, Japón y Corea. También Escandinavia, Países Bajos, Italia o Canadá. Incluso en Filipinas, que es un poco raro".
Ahora, su mayor grueso de ventas reside en Barcelona, Girona y Madrid. "Tiene más sentido con nuestra filosofía. Están descubriendo nuestro vino natural", culminan desde Vinyes Tortuga, donde producen hasta 60.000 botellas al año con nombres de vinos que derivan de títulos de álbumes o canciones que suelen escuchar; "Se llaman Juicy, Hunky Dory , Hurdy Gurdy , Mojo Pin , Cloudbusting, Magic Potion, Sugar Magnolia y Doolittle. Cada año se elaboran nuevos".
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