En el corazón de La Mina, el barrio de Sant Adrià de Besòs limítrofe con la ciudad de Barcelona, hay un grupo de mujeres que se ha impuesto a la tradición y a los estigmas para crear el primer equipo de fútbol femenino federado de niñas gitanas en Cataluña. "Hemos roto los moldes", reconocen desde el CF Tramontana, donde una quincena de jugadoras se sacuden los prejuicios a base de goles.
"No está muy bien visto entre los gitanos, pero tenemos que ser conscientes de que no es nada malo. No por ser gitanas no pueden tener su oportunidad de jugar al fútbol si les gusta", explica a Informativos Telecinco Toni Montana, el fundador del club y vecino del barrio de La Mina, volcado con las muchachas para que luchen sin miedo por sus sueños.
El primer paso que realizó para crear el equipo fue hablar con sus padres. "Quería que fueran conscientes de que iban a estar conmigo. Han confiado en mí. Estoy muy sorprendido de cómo el barrio se está tomando que las niñas puedan jugar. Incluso gente que no es de la familia vienen a vernos".
Gracias al apoyo recibido, las chicas han pasado de entrenar a disputar cada fin de semana un partido contra otros equipos de la zona. Hay dos jugadoras que comparten equipo y proyecto de vida. Es el caso de Ely y Alba, con dos hijas en común.
"Ahora se están rompiendo los estigmas, pero cuesta mucho. No es tan fácil jugar a fútbol aquí. Que si eres la marimacho o el fútbol es de hombres, cuesta", confiesa Ely, de 38 años, la más veterana de la plantilla que está retirada y asiste al resto de compañeras.
El deporte les ha unido y también ha permitido seguir rompiendo barreras en una comunidad con valores marcados. "Ya no es solo el hecho de que jueguen a fútbol. Los padres también les están apoyando. Vienen a verlas, las llevan y están con ellas", añade Ely.
Un orgullo por el que luchan a diario. "Para el barrio se ha abierto una veda porque ahora hay muchas chicas que quieren jugar. La mayoría están en edad de pedirse y casarse. Es lo que tradicionalmente tienen pensado las familias gitanas". Ver que se les permite venir a fútbol y dejar de lado la tradición es un gran avance", añade Alba.
Este sueño traspasa las líneas del césped. "Mi madre me vio llorar y le dije que me gustaba el fútbol. No es solo venir aquí y echarme unas risas. Me lo tomo en serio. Es mi pasión y se ha generado una familia entre nosotras", cuenta Esther.
En su caso, la joven de 16 años no se creía que habría un equipo de fútbol femenino en La Mina. "Pensaba que se estaban riendo. Me quedé impactada". Una ilusión que exhibe en cada entrenamiento y partido, con sus padres desde la grada.
"Siempre les he dicho que si realmente quieren mi felicidad, es el fútbol. Están por ti y te dan ánimos. Es lo que al final buscamos nosotras: un apoyo incondicional", culmina Esther.
La creación del equipo ha permitido dejar atrás los miedos. "Es lo que he querido siempre desde pequeña y nunca me han dado una oportunidad. Al ver esto fui flechada", indica Lola, otra de las jóvenes que no duda en lanzar un mensaje al resto de niñas gitanas.
"Tenéis que perseguir vuestros sueños, da igual lo que piensen. Que si es un macho o qué hace una gitana jugando a fútbol. Cuantas más seamos mejor, que vengan todas las que quieran". De momento, el Tramontana solo tienen una plantilla.
Un primer paso para que las niñas gitanas puedan jugar a nivel federado como cualquier otra chica. "Porque seamos mujeres y gitanas no tenemos por qué cortarnos y pensar que está mal hecho. Unas estudian, otras están en casa, con los críos o ayudando a los padres. Venir aquí es una manera de desconectar".