Al rededor de diez millones de turistas visitan Barcelona cada año, y una parte importante de ellos se concentran en los meses de verano. La discusión sobre el modelo turístico en la capital catalana está sobre la mesa desde hace años, mientras los vecinos, especialmente los de las zonas más concurridas de la ciudad, se debaten entre la idea de que el turismo es necesario para el crecimiento económico y el convencimiento de que hay que buscar alternativas a la masificación y transformación de los espacios.
Como cada año, con la llegada de la segunda quincena de agosto llega la Festa Major de Gràcia, que con sus calles decoradas, sus conciertos y sus barras de bebidas en la calle, es una de las fiestas populares que más personas atraen en la capital catalana, también turistas que quieren divertirse y conocer la cultura barcelonesa, aunque no siempre son bienvenidos.
En 2022, hasta tres millones de personas pasaron por las calles de Gràcia en estas fechas, y los vecinos están convencidos que una gran mayoría eran turistas. A Xavi, residente en barrio implicado en la organización de las festividades en su calle, le molesta, como a muchos otros, "la cantidad de turistas que viene" porque sigue considerando que "esto es una fiesta de vecinos" y lamenta que, con sus compañeros de calle ya están empezando a pensar que están "muriendo de éxito".
"Antiguamente se cogían las sillas y las mesas de casa y se bajaban a la calle para cenar, pero ahora ya no se puede", asegura, ante la imposibilidad de despejar las calles para que la fiesta mayor recupere una de las tradiciones, para Xavi, más bonitas y auténticas.
Teresa también recuerda ese momento en que los vecinos se juntaban para celebrar juntos, pero dice que "esto se ha desbordado" y que "ya no son fiestas, sino multitudes" en la que los barceloneses no se sienten cómodos porque "ya no hay esencia en Gràcia" y tampoco quedan los espacios de juegos de los que disponían los niños y niñas en esta época del año: "Esto ya se ha perdido", augura.
"El objetivo es huir de aquí", cuenta Teresa sobre la gran cantidad de vecinos que aprovechan estas fechas para programar sus vacaciones y estar lejos del "bullicio en que se convierte Gràcia", cuando antes esperaban con ilusión la llegada de las fiestas.
Por su parte, Marta observa que los cambios que ha sufrido esta festividad se asemejan a los del conjunto de la ciudad de Barcelona: "Si ahora encontramos turistas en todas partes, Gràcia como no"; y achaca parte de la problemática a las fechas en las que se celebran, puesto que "una semana entera de fiestas en el mes de agosto en Barcelona, evidentemente atrae mucho turista".
Durante el día, los visitantes se acercan a ver las calles decoradas, pasear y comer, pero al caer el sol el paisaje se transforma en un gran botellón y miles de personas arremolinadas alrededor de los diferentes escenarios en las plazas del barrio. De madrugada, un ejército de barrenderos patrulla las calles para recoger cientos de kilogramos de basura que han desbordado los contenedores o han sido arrojados al suelo y limpiar litros de bebidas derramadas y la orina de los que ni siquiera se han acercado a los baños portátiles.
"Gràcia se ha deteriorado mucho", lamenta Carmen, una jubilada que ha vivido aquí desde que nació, aunque considera, sobre la suciedad de las calles de la que muchos se quejan, que "no solamente son los turistas, somos todos, que no respetamos nada y lo tiramos todo al suelo".
Xavi asegura que "la noche es peor" que lo que se vive de día; según cuenta, "la gente sólo viene a beber cerveza y emborracharse". A lo que añade que el ruido es la peor parte para los vecinos: "O te sumas, o es muy duro vivir en el epicentro de la fiesta, sobre todo si mañana tienes que madrugar".
Pero al ruido y la suciedad, se le suman también los carteristas que se mezclan entre la multitud para aprovechar cualquier despiste que les permita sacar un móvil o algo de efectivo a algún bolsillo desprevenido.
En los últimos años, no es raro encontrar pintadas, carteles y grafitis con el lema "tourists go home" ('turistas, marchaos a casa') los entornos más turísticos de la ciudad, y así se han expresado algunos vecinos del barrio de Gràcia, que al inicio de sus fiestas mayores amaneció repleto de este tipo de mensajes de rechazo al turismo.
Estoy a favor de las pintadas porque la llegada de los turistas de forma masiva infla los precios y dificulta la normalidad dentro del barrio", considera Marina. A esta opinión se suma Pau, que está esperando junto a un amigo para visitar una de las calles que se han decorado: "Hay ochenta personas ahí metidas y todas hablan inglés, francés... no escuchas a nadie hablar catalán o castellano". Cree que con menos turismo disfrutaría más de la fiesta mayor de su barrio.
Julio y su mujer llegaron a Barcelona la semana pasada y asegura sin dudarlo que se ha enamorado de la capital catalana, aunque algunos de los comentarios que ha tenido de leer y oír le "han hecho sentir mal". No comprende que algunos vecinos desprecien a los visitantes, puesto que considera que está "en una ciudad completamente turística que vive de ello, pero que si una vine a a hacer turismo se siente mal".
También lo piensa Jaume, un vecino de Sagrada Familia que ha salido a pasear por Gràcia, quien se mofa de los que se abanderan de no querer tener turismo en las calles porque asegura que a ellos también les gusta viajar. Considera que pese a que al salir de casa tiene que ir haciéndose hueco entre los visitantes, el turismo es bueno para la ciudad.
En un punto intermedio se sitúa Albert, que entiende que "obviamente la gente quiere venir" a disfrutar de las fiestas, aunque el hecho de que esté "demasiado lleno a veces crea un ambiente tensionado".
Entre la gran diversidad e opiniones sobre el turismo en Barcelona, son muchos los que coinciden en la necesidad de plantear el debate para elaborar estrategias que mejoren la convivencia de locales y visitantes.