El restaurante Palomares cerrará sus puertas tras más de medio siglo de actividad. Un adiós a la fuerza por incumplimiento de la ley de Costas, que pone punto y final al enclave situado a pie de playa en la localidad catalana de Vilassar de Mar (Barcelona). El cese de su vida económica supone el paso previo al derribo del emblemático edificio del Maresme, aunque el consistorio trata de impedirlo con el objetivo de convertirlo en equipamiento municipal.
El establecimiento lleva décadas con la concesión agotada y a base de recursos han conseguido mantener temporalmente el negocio. Años de litigios por renovar la licencia sin resultado y con una despedida inevitable el próximo 14 de mayo, en cumplimiento a la sentencia definitiva del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico.
"La ley de costas no permite las edificaciones dentro del dominio público marítimo. Han pasado hasta tres generaciones de personas por el restaurante. Cuando se enteran de que vamos a cerrar se ponen a llorar. Otros creen que aún se puede revertir la situación. Incluso dicen que si es necesario harán una manifestación", explica Ramon Huguet, cocinero y arrendatario del local desde hace más de cuarenta años.
La edificación es uno de los centros de la vida local en la temporada de verano y una seña de identidad del municipio catalán, al mantener en los bajos las tradicionales casitas de baño y ser la sede del Club Esportiu Palomares. "Es un servicio casi necesario en Vilassar porque no hay ningún restaurante en la playa desde Premià a Mataró", añade Ramon, quien tiene ganas de jubilarse a sus 70 años, aunque le gustaría tener "un final diferente".
"Veo a gente que se conoció aquí con la novia. Ahora son abuelos y vienen con los nietos. Muchos venían cada semana y desde que saben que cerramos también se acercan para despedirse", recuerda el cocinero de un lugar de reencuentro entre vecinos y receptor del turismo de Barcelona.
Pese al cese de la actividad, el Ayuntamiento de Vilassar quiere evitar el derribo para convertir el restaurante en aulas de la Universidad de Mar y Ultramar de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). En la planta baja de los baños pretenden preparar el espacio para practicar deportes náuticos o mantener las tradiciones marineras propias de la zona como la almadraba, una técnica para la captura del atún.
"Perder esto es perder parte de la identidad. Es como si quitasen una plaza del pueblo, que es muy concurrida y que se concibe como un espacio de convivencia e incluso recuerdos de infancia. Es tirar una parte de la historia y de forma gratuita. No hace daño a ninguno. Tiene su propia identidad", apunta el alcalde, Damià del Clot.
El consistorio presenta este miércoles, en la sede del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, el proyecto para preservar el "máximo de las edificaciones que en el litoral penden de un hilo", incluido el Palomares, que forma parte de los cuatro ejes principales del proyecto junto al Museo de la Marina, Escola Nàutica y casetas de l'Espigó de Garbí. Todos ellos "fundamentales" para conservar la memoria histórica, fomentar la cultura y preservación del mar, y facilitar la práctica deportiva náutica.
"Lo están redactando a marchas forzadas, estaba previsto para las primeras tres piezas, pero la urgencia del Palomares ha hecho que lo tengamos que concluir también. Lo explicaremos mientras lo preparamos y tramitamos para que no lo derriben", indica Damià del Clot.
El primer paso para "frenar el impacto" es convertir la edificación en bien cultural de interés local, una medida que llegará al pleno municipal a finales de mes para tener "un poco de protección", como ya hicieron con las casetas de l'Espigó de Garbí, casetas de pescadores también amenazadas de derribo. Una vez lo tengan, plantearán a la Generalitat que se amplíe a nivel nacional para tener un grado de protección "más elevado".
Precisamente, los pueblos vecinos de Vilassar cuentan con precedentes que acabaron con derribo. "En Premià tiraron el restaurante L’Ona, que era muy parecido al Palomares, y en la playa de Cabrer derribaron el Club Náutico de un día para el otro".
Para el arrendatario, el cierre del restaurante supondrá un cambio abismal en su día a día. "Estoy mucho más tiempo aquí que en casa. Me gusta el oficio, ahora me quedo algunas noches preparando la cena y luego me voy para casa. Cuando no tenga esto tendré que aprender a utilizar la cocina de casa", concluye Ramon, quien no pierde la esperanza pese a la "dificultad" de la situación de un restaurante que ha vivido en primera persona la transformación de Vilassar de Mar.