Entramos por primera vez en el Centro Regional de Inteligencia contra el Narcotráfico de la Guardia Civil, en Sevilla. Son analistas y elaboran inteligencia para coordinar operaciones. Están preocupados por el nuevo modus operandi de los narcos del sur. Las narcolanchas del hachís recogen cargamentos de cocaína en mitad del Atlántico. Los fardos llegan en barcos o submarinos, procedentes de Brasil, Colombia o Ecuador. Debido a la superproducción de la cocaína en los países productores, los grandes cárteles como el de los Balcanes o los latinoamericanos, están buscando nuevas rutas.
Han descubierto que los clanes del hachís son verdaderos expertos con un sistema muy engrasado que falla “poco”. Son los históricos, los españoles transportistas que recogen o recogían hachís en Marruecos, y se vieron obligados a deslocalizar sus operativas por la presión en el Estrecho. Buscaron rutas por el Mediterráneo, hasta Cataluña y Baleares, y por el Atlántico entre Huelva y Portugal. La presión también provocó un cambio en el Golfo de Cádiz, y sobre todo en el Guadalquivir. El río desemboca entre las provincias de Huelva y Cádiz. Es un laberinto de 80 kilómetros hasta Sevilla, lleno de caños o canales, por las dos orillas. El cambio a la cocaína es indiscutible. Durante todo el año 2024 y principios de 2025, la Policía Nacional y la Guardia Civil han llevado a cabo importantes operaciones de cocaína; con 3.000 kilos aprehendidos en La Puebla del Río, o 7.000 en Coria del Río.
Las guarderías de droga se esconden a menos de un kilómetro del cauce, entre los invernaderos y naves en las dos orillas del río. El porcentaje de hachís que se coge siempre se ha dicho que es un 20% de lo que entra. En la cocaína ahora no hay cifras. Pero preocupa más, porque la incursión de cárteles mucho más violentos supone una escalada y de ahí las armas de guerra para defender los alijos. Las últimas imágenes que hemos visto de los narcos encapuchados y armados protegiendo el desembarco de su alijo fueron grabadas en el verano de 2024 en el muelle de las Carabelas, en Huelva. La organización fue detenida y las últimas operaciones nos llevan hasta el Guadiana. Los expertos alertan ya en ese río.
Si miramos las cifras que da Interior, en el año 2024 cogieron 265 toneladas de droga, principalmente hachís, cocaína y marihuana. Pero en 2023 el CITCO habla de 530 toneladas. En parte el descenso se debe al hachís. Porque es un hecho que se coge menos.
Las razones son varias. La deslocalización de la que nos hablan en el CRAIN, la dificultad de penetrar detrás de los narcos en el río Guadalquivir, y como dicen las asociaciones de Guardia Civil, “se patrulla menos porque falta medios humanos y embarcaciones, además de tecnología”.
En el helicóptero de la Guardia Civil recorremos el Guadalquivir desde Sevilla hasta Sanlúcar, la desembocadura. Nos cuentan cosas curiosas como los caños en curva por donde sí entran las narcolanchas. Los utilizan para esconderse cuando detectan a los helicópteros. Debajo de unos árboles en una curva no se divisa a los narcos. Vemos pequeños embarcaderos que acaban en caminos de carreteras tortuosas que los llevan directos a las guarderías de droga. Solo los conocen ellos. Y es difícil seguirles sin que lo sepan. Cerca de la desembocadura tienen puntos de alijo porque entran rápido para soltar el cargamento y salen de vuelta al mar para esperar al siguiente.
También tienen otro escondite, el barco del arroz. Allí se agazapan con las narcolanchas hasta que pasan las patrulleras de la Guardia Civil. El SIVE no las detecta. Justo ahí se escondió el autor confeso de las muertes de los guardias civiles en Barbate. Karim el Baqqaly declaró que esperó para introducirse luego en el río, donde pasó la noche. Lo usan también de refugio para los temporales. Por eso esas imágenes de los narcos de vacío, saludando a los paisanos de Coria y llegando a La Cartuja. Para muchos las imágenes de la impunidad con la que campan.
Subimos también en una de las patrulleras de la Guardia Civil y percibimos la anchura y la magnitud de la desembocadura por donde parecen “colarse” las narcolanchas. No se puede poner una barrera. Sería una obra casi imposible. Y tampoco consiguen poner un control de la Guardia Civil porque necesitarían una flota de barcos. Hacen sus jornadas de control en la puerta del río, y con narcolanchas incautadas, los guardias se adentran en el Guadalquivir en busca de sus escondites. Pero queda claro que navegarlo es muy complicado. Y si se encuentran a una narcolancha, alijando, es todo un éxito o una casualidad. Los narcos tienen vigilancia y diseñan los operativos de descarga con precisión. Hasta que no comprueban que hay vía libre no operan. Además, son más rápidos que los agentes.
Lo único que consiguen, a veces, durante las peligrosas persecuciones, es que los delincuentes se queden sin gasolina, que tiren la carga para ganar velocidad, o que vayan a la playa donde el calado de la patrullera impide seguir a la Guardia Civil. Necesitan desplegar en el río barcos de todos los tamaños para combatir al narco. Y el desgaste en el mar provoca continuas averías. En el río hay trasiego de narcos y de petaqueros, los que hacen la misma operativa, pero al revés; cargándose de bidones de gasolina que llevan a altamar para abastecer a las narcolanchas que alijan. Transportan además tripulaciones de recambio o víveres. Desde que las narcolanchas se consideran género de contrabando (sin carga), no tocan tierra excepto para descargar droga. Antes las cogían en tierra, en guarderías de embarcaciones, ahora hay que cogerlas en el mar. Y la pelea cuerpo a cuerpo es muy peligrosa. Es lo que pasó en Barbate.
En tierra nos espera la Policía Nacional. Los hombres del GRECO, Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado se conocen los caminos que usan los narcos desde los puntos de alijo del río hasta las guarderías. Los recorremos, asustados, porque es muy fácil volcar en esas sendas improvisadas y llenas de barro. Precisamente el barro les sirve a los narcos para embadurnar sus 4x4, por dentro y por fuera, para que no haya ni un solo destello de luz. En la noche circulan a oscuras a por la carga y con ella de vuelta. Tiene puestos para cambiar las ruedas que pinchan a más de 100 km por hora, como en la Fórmula 1. Tienen chavales que hacen las vigilancias con sus motos. Ponen cámaras, tiran drones. La tecnología que emplean está muy desarrollada. La que pone la policía mejor no la preguntamos para no dar pistas.
Nos queda claro que hacer una vigilancia a los narcos cuando alijan es un acto heroico. De hecho, los colaboradores de los narcos apuntan matrículas y avisan de los coches que ven pasar más de una vez. Y ese es el problema. Los colaboradores. Hay barrios tomados por los clanes, tíos, sobrinos, padres, hijos, hermanos y amigos. Viven del narcotráfico. Los recorremos y visitamos varias guarderías. Las han descubierto con análisis de inteligencia y mucha dedicación. La de la Algaida, la de Lebrija, la de la Puebla con 3.000 kilos de cocaína. Todas tienen en común que están entre los invernaderos o en zulos dentro de fincas o naves. La de Coria con 7.000 kilos de cocaína estaba enterrada en el gallinero. Y tienen en común que sus dueños españoles aseguran que los destinatarios de la droga, colombianos o albaneses, las alquilaron sin que ellos supieran. Tienen en común que hombres con armas de guerra las protegían. Y tienen en común que mucha gente podría saber lo que allí pasaba, pero en la zona se impone la 'Ley del Miedo'.
Suscríbete a las newsletters de Informativos Telecinco y te contamos las noticias en tu mail
Síguenos en nuestro canal de WhatsApp y conoce toda la actualidad al momento