Cada golpe de su hijo le duele dos veces a Miguel Ángel. La primera cuando lo recibe, la segunda cuando se da cuenta de que tiene que marcharse. "Es duro pedir a un juez que se lleve a tu hijo", dice este padre de Linares, en Jaén, que no encuentra otra solución ante los ataques violentos que desde hace dos años protagoniza su hijo.
"Me agrede a mi, a su madre y a su hermana", dice Miguel Ángel, "cualquier día va a haber una desgracia". También se autolesiona dándose puñetazos hasta provocarse hemorragias, golpeándose con la cabeza en la pared o arrastrando las manos por el suelo hasta hacerse abrasiones en ellas. "También destroza muebles, arranca grifos y rompe los cristales de los cuadros".
No siempre es así. Como si tuviera dos hijos diferentes, otras veces él está normal. "Lo ves en la cama sonriendo, haciendo bromas y hablando con su madre... y tienes la esperanza de que se va a solucionar", dice su padre, "cuando está bien me siento fatal de tener que tomar la solución que estamos tomando". Pero al día siguiente todo vuelve a empezar.
"Son explosiones de ira", explica Miguel Ángel. A veces fruto de las frustraciones que siente el joven cuando sus padres intenta ponerle límites. Otras veces no saben por qué lo hace. "Tenemos una medicación de rescate para calmarlo", dice su padre, un antipsicótico que no siempre da tiempo a administrárselo porque la crisis no siempre se ve venir. Otras veces les muerde y muchas otras hace efecto demasiado tarde.
La situación se ha vuelto incontrolable en casa. a donde la Policía Local de Linares ya ha tenido que acudir muchas veces. "Mi hijo mide 1,70 y pesa 100 kilos", dice sus padres, "en ocasiones han hecho falta hasta cuatro agentes para contenerlo". Cuando llega el 112, le inyectan tranquilizantes para sedarlo, "aunque muchas veces cuando llegan ya está calmado".
El joven de 17 años nació con autismo y una moderada discapacidad intelectual. Poco después le diagnosticaron trastorno por déficit de atención e hiperactividad, trastorno del lenguaje y ansiedad extrema. Sin embargo, hasta que cumplió los 15 años, el único problema al que sus padres se enfrentaron era el retraso en el aprendizaje con respecto a sus otros compañeros. "Me tenía reventado", dice su padre, "pero de jugar con él".
Todo cambió hace algo más dos años. "El cambio hormonal le ha afectado", aseguran sus padres, "coincidiendo además con el confinamiento que lo ha empeorado". Las crisis de agresividad empezaron a aparecer. "Ha estado ingresado en 2022 durante tres meses en salud mental", explican sus padres "pero a pesar de que hicieron por el todo lo posible no es el lugar adecuado para su problema".
Según pasaba el tiempo, los episodios de violencia cada vez sucedía con más frecuencia y mayor intensidad, hasta que llegó el punto en el que se vieron incapaces de controlarlo. Hace un año decidieron a pedir una plaza de urgencia en una residencia asistencial, pero de momento sigue en casa con ellos.
"No hay plazas", aseguran sus padres, que han pedido ayuda a todas las instituciones. Además, han hecho una petición a través de la página web de Change, mientras esperan a que llegue una solución que no desean pero que necesitan. "No es fácil desprenderme de mi hijo", dice Miguel Ángel, que de todos los golpes ninguno le ha dolido tanto como "sentir que le estoy traicionando".