Sin apenas saber nada de zapatos, Pedro José Moreno decidió ser zapatero. De eso hace ya casi 40 años. "Vimos que en el pueblo se echaba en falta zapateros porque los que había se querían jubilar ya", nos cuenta. Así que se fue a uno de ellos para que le enseñara la profesión y al poco montó su propio taller en Pozoblanco, en Córdoba.
Cuatro décadas después se repite la misma situación, pero ahora es él quien tiene la jubilación cerca y no hay nadie que recoja su testigo, ni siquiera sus hijos. "Mis hijos conocen perfectamente el oficio", explica Pedro, pero él mismo les animó a volar y ahora el mayor tiene su tienda en Sevilla y su hija trabaja en un laboratorio de Córdoba.
Pedro no quiere que su negocio se cierre, pero no ve otra solución si nadie se interesa por continuar. "Es una pena porque funciona", dice Pedro, "tenemos mucho trabajo". De hecho, poco a poco la zapatería fue ampliándose y ahora además de arreglar calzado, también afila cuchillos, es cerrajero o hace copias de llaves.
De momento Pedro no se rinde y sigue buscando gente que quiera aprender su trabajo. "Yo les enseño durante tiempo", dice este zapatero, "una vez que ellos desarrollen un zapato yo ya los contrataría". Así seguirían aprendiendo hasta que finalmente les traspasara el negocio. "Aquí hay trabajo incluso para tres personas", añade Pedro.
Sin embargo, pasan los días y el último zapatero de Pozoblanco está a punto de colgar sus botas sin que nadie las recoja. "De momento no hemos dicho cuándo será porque la gente está preocupada y se asusta", dice Pedro. Todos saben que el día que Pedro cierre, se habrá acabado en el pueblo la profesión de zapatero para siempre.