Por las aguas que hace millones de años bañaban la actual provincia de Sevilla nadaba el tiburón más famoso y temido de todos: el megalodón. Un gigantesco depredador marino que comía presas del tamaño de las orcas.
Aprovechando que este viernes 4 de agosto se estrena en las salas de cine la segunda entrega de la película que tiene como protagonista a este animal, desde la Universidad de Sevilla han recordado su presencia en territorio sevillano.
Varias investigaciones que se han realizado en la cuenca o la depresión del río Guadalquivir han desvelado la existencia de dientes fosilizados de megalodón. En concreto, en diversas localidades como Osuna, Marchena, Burguillos, El Saucejo y Bollullos de la Mitación.
Los fósiles hallados demuestran que habitó también la región andaluza, al igual que lo hizo por mares de todo el mundo hace, aproximadamente, 23 millones de años. Fue durante el periodo geológico del Mioceno, hasta que se extinguió en el Plioceno.
En el Museo de Geología de la US se guardan piezas de un tiburón que alcanzaba una longitud de entre 18 y 20 metros en edad adulta. Para hacerse una idea de su enorme tamaño, se puede comparar con lo que mide la Torre del Oro de la capital: 36 metros.
Uno de los dientes del pez que se exponen en el MUGUS se encontró y recogió en Cartaya (Huelva) a mitad del siglo XIX. En la imagen de portada de este texto se puede observar en la mano del fundador del centro, Antonio Machado y Núñez.
Otra muestra más del paso del depredador por Sevilla es el cráneo que se tiene de una ballena misticeto juvenil. En este fósil de hace siete millones de años dejó su huella.
Presenta fracturas e incisiones en la parte superior, compatibles con el mordisco del megalodón. Sus dientes crecieron porque el ejemplar se hizo enorme. Así lo concluyó una investigación pionera de la Universidad de Bristol.
"Pensamos que la adquisición de su gigantesco tamaño corporal fue responsable de la evolución de los peculiares dientes", explicó Humberto Ferrón, coautor del estudio.
Son anchos y triangulares, en vez de curvos en forma de cuchilla como los de sus parientes más cercanos. Los usaba para morder grandes trozos de carne de mamíferos marinos.
“Hay que imaginarse a estos solitarios superdepredadores acechando desde las profundidades marinas de este mar a los grupos de ballenas, sorprendiéndolas mediante un veloz ascenso”, apunta el profesor Fernando Muñiz.
Pertenece al Departamento de Cristalografía, Mineralogía y Química Agrícola de la US. Añade que “impactaban sus fauces en la presa, posiblemente elevándose pocos metros en el aire”, para describir mejor el ataque.