Se ubica en un entorno privilegiado, a pie de playa de El Rompido (Huelva). Más de cien metros cuadrados, terraza, vistas al mar y todo tipo de comodidades. Así es el chalet de vacaciones de Begoña, que se enfrenta al segundo verano sin poder disfrutar de él. Un grupo de okupas se instaló en junio de 2022 y, desde entonces, esta familia, que reside en el norte de España, no ha podido recuperar la que es la casa de vacaciones de toda la vida.
Para colmo, la vivienda se ha convertido en el refugio de un peligroso delincuente que, junto a una banda organizaba, se dedicaba al robo con violencia y armas de fuego en domicilios de Sevilla. La policía lo buscaba desde hacía tiempo y el pasado mes de enero lo encontraba escondido en la casa de Begoña. “Eso es lo que tengo allí metido: delincuentes y atracadores”, se lamenta.
Tras las vigilancias al chalet, los policías comprobaban que el individuo contaba con la cobertura de sus familiares que le facilitaban todo lo necesario para no tener que salir del interior del domicilio. “Los demás hacían su vida normal, entrando y saliendo, pero a él era raro verlo fuera de la casa. Yo me imaginaba que algo raro había”, reconoce Begoña. En la casa que su abuelo levantó en 1940 y que ha pasado de generación en generación, los agentes detenían al delincuente y encontraban varias armas dispuestas para ser utilizadas, así como munición de diferente calibre.
“Es gente muy peligrosa”, asegura la propietaria, que no entiende cómo la policía entró para detenerlo y no desalojó al resto de okupas. Su caso lleva casi un año en el Juzgado de Ayamonte, pero, con toda probabilidad, no habrá fecha de lanzamiento antes del verano. “Tenía esa esperanza, pero no va poder ser”, apunta. Por eso, mientras los okupas viven, a cuerpo de rey, en su casa, su familia tiene que buscarse la vida durante el verano. “El año pasado nos quedamos de prestado en casa de una prima y, ahora, tendremos que hacer lo mismo”, se queja.
Ellos, en cambio, hacen vida normal, entrando y saliendo del domicilio para trabajar y haciendo uso de todas sus pertenencias. “Nuestras sábanas, nuestras toallas, la cubertería, nuestras cosas personales”, se lamenta esta mujer que apenas duerme por la angustia y la ansiedad que le produce la situación. “Es una pesadilla. Siempre tengo la cabeza allí. Es la casa donde nos hemos criado. Padres, hijos, nietos,… y todos estamos sufriendo”, asegura. Y esa, la parte sentimental, es la que más duele.
El verano pasado, junto a vecinos, amigos y familiares Begoña se concentraba, cada tarde, en la puerta de su casa para exigirles que se marcharan. "Teniendo que aguantar los insultos y que nos tiraran huevos y piedras", recuerda. A pocos días de que se cumpla un año, se plantea volver a la carga. “No se si manifestarme o acampar delante del juzgado. No hay derecho. Soy la víctima y nadie me ve, no existo”, reivindica.
Una casa de ensueño, construida con el esfuerzo de sus abuelos y en la que, posteriormente, sus padres invirtieron todos sus ahorros. "Eran de los que trabajaban de lunes a domingo. Mi madre quería que mantuviéramos las raíces con El Rompido y que tuviéramos una casa a la que venir". Pero, ahora, lamenta, "se la han quedado estos desgraciados". A sus 58 años, Begoña sabe que cuando todo esto acabe, sentirá que ha perdido parte de su vida.