La vida según Rufo, el ermitaño menos solitario de Jaén: "Tengo Internet, pero solo en el móvil"

A sus 56 años, Rufo sigue viviendo en el cortijo que levantó su bisabuelo hace ya un siglo en plena Sierra de Cazorla, en Jaén. Nunca ha vivido en otro sitio, no tiene coche y su vecino más cercano está a una hora. Aun así, este ermitaño es el menos solitario de toda la provincia porque no hay día que no tenga visita.

"Ahora acaba de irse un alemán que ha pasado aquí dos semanas", dice Rufo, cuyo nombre heredó de su abuela Rufina. Miguel, como se llama en realidad, lleva 20 años abriendo las puertas de su casa a visitantes de todo el mundo. "Ha venido a verme gente de todos los países", cuenta a NIUS.

Desde Estados Unidos a Corea, pasando por Alemania o Francia, son ya centenares de personas las que se han alojado con él en su casa familiar. "Yo solo hablo español... y regular", bromea Rufo, que siempre encuentra la manera de entenderse con sus invitados.

La vida de Rufo sorprende a cualquiera que lo visite porque parece sacada de otra época. Se abastece de su huerto, la carne de sus animales y los huevos de las gallinas completan su dieta. Aunque de vez en cuando baja a algún pueblo y hace alguna compra. Cocina en la chimenea y friega los platos fuera, donde también tiene una bañera que calienta con leña para asearse. "Te puedes bañar ahí aunque esté nevando", confiesa a NIUS.

Algunas cosas en cambio se han modernizado. Con placas solares ha conseguido tener luz eléctrica y aunque ya tiene teléfono móvil, la cobertura peligra cada vez que se mueve... y como Rufo nunca está quieto, localizarlo por teléfono es casi imposible. "También tengo Internet", dice, "pero solo en el móvil".

Rufo tiene ovejas y cabras. Hace 20 años también tenía vacas y era trashumante, como su padre. "No solíamos salir de la provincia de Jaén, como mucho a Córdoba", explica Rufo. Sin embargo, como muchos otros ganaderos tuvo que dejarlo. "No era rentable, las fincas eran muy caras y la mayoría del tiempo tenía que echarles de comer".

Fin de la trashumancia

Recuerda con nostalgia una tradición que se está perdiendo en la sierra. "Por Burunchel pasaban 20 o 30 rebaños", dice Rufo, "ahora como mucho pasan cinco o seis". Lo mismo ocurre en Villacarrillo. "Antes pasaban por allí 10 o 12 rebaños", y uno de ellos era el suyo. "Ahora solo pasan dos", se lamenta.

Aunque dejó la trashumancia, se quedó con los animales y gracias a las visitas puede cuidarlos. "No hay dinero de por medio", dice Rufo. Tan solo hacen un intercambio. Él ofrece alojamiento y comida y a cambio quien viene le ayuda a trabajar la tierra y a cuidar el ganado. 

Cada visita tiene una intención. "Uno vino de Madrid para aprender a ser pastor", recuerda Rufo. Se quedó con él dos años y ahora vive en Lorca, donde tiene un rebaño de ovejas. "Otros vienen solo por la naturaleza", como una pareja que vino hace poco desde Cataluña "y que quedaron asombrados".

Los visitantes

Le suelen visitar personas jóvenes, algunos sin experiencia alguna en el campo. "La gente se adapta muy bien", comenta Rufo. En 20 años acogiendo visitantes solo dos se marcharon antes de tiempo. "Una coreana se fue y me dejó una nota que no entiendo", cuenta a NIUS. El otro fue un chico que no aguantó el trabajo.

"La mayor parte del tiempo aquí es andar por el monte", cuenta a NIUS, y no todos pueden. Una vez un americano estaba encantando de estar en su casa, pero cada vez que había que trabajar se escondía. Es la única persona que Rufo ha echado de su casa.

La mayoría de las visitas sin embargo se van encantadas de su casa y muchas incluso vuelven a visitarle con el paso de los años. Y así, lejos de todo, este ganadero que pasó de trashumante a ermitaño empezó a conocer gente el día que se quedó parado. 

Temas