Pena, indignación, rabia. La familia de José Antonio no tiene palabras para describir lo que vivieron el pasado lunes en el cementerio de Balerma (Almería) cuando le daban sepultura a este joven, de 28 años, con obesidad mórbida. Su ataúd, de dimensiones especiales, no cabía en el nicho que había sido designado por el ayuntamiento de El Ejido y quedaba atascado, durante horas.
“No iba ni para adelante ni para atrás”, cuenta a NIUS Ventura Cortés, familiar del fallecido. El sepelio estaba previsto a las seis y media de la tarde, pero no fue hasta pasadas las diez de la noche cuando consiguieron meterlo, gracias a la ayuda de los bomberos.
José Antonio pesaba 285 kilos y se había sometido recientemente a una cirugía, pero una complicación posterior tras una infección, nos explica Ventura, provocó su muerte. Su familia avisó al seguro de las dimensiones especiales que necesitaría el ataúd. “Le hicieron uno a medida”, apunta. Y lo mismo, con el ayuntamiento almeriense al que solicitaron el uso de dos nichos. “Fui con antelación y les dije que era un caso especial, que pagábamos lo que hiciera falta, que no era problema el dinero, pero insistieron en que cabía”, relata.
Al entierro acudieron centenares de personas. “Era un niño muy querido, aquello parecía una feria”. Y terminó convirtiéndose en película de terror porque tras meter parte del féretro de José Antonio, el orificio se estrechaba y la caja terminaba atascada y suspendida en la pared de nichos. “Lo intentamos de todas las formas posibles, con cuerdas, martillos, cinceles. Incluso fui a mi casa a por una radial”, señala.
Pero las horas pasaban y no conseguían solucionarlo. “Como se rompa la caja de mi hijo, os mato”, gritaba desesperado el padre de José Antonio, que un mes antes también había enterrado a su mujer, y que perdió los nervios ante la escena que estaba viviendo.
Por teléfono, los familiares no conseguían respuesta al problema. “Se echaban la pelota unos a otros: seguro, tanatorio y ayuntamiento”, nos cuenta Esther, prima del fallecido, que insiste en que ellos no querían, en ese momento, encontrar un culpable, sino una solución. Por eso, decidieron llamar a la Guardia Civil que, una vez en el lugar, terminó dando aviso a los bomberos. “Con sus herramientas consiguieron romper la pared y meterlo, después de más de una hora de trabajo”, nos cuenta.
Finalmente, bien entrada ya la noche, el féretro de José Antonio, que deja dos hijos de 4 y 7 años, era introducido en el nicho. “Ni muerto pudo irse tranquilo”, lamentan sus familiares que van a emprender acciones legales para depurar responsabilidades y, sobre todo, que no vuelva a pasar. “Hay muchos casos de obesidad. Esto debería estar previsto”, reclama Ventura.