Miguel aún recuerda perfectamente cuando llegó Lulú al Zoobotánico de Jerez de la Frontera, en Cádiz. "Tenía un año y medio y venía de Madrid", dice este cuidador que desde entonces se encargó de ella. "Había otro chimpancé hembra que la adoptó", dice Miguel Zarcuela, "se llamaba Lola era muy inteligente y se convirtió en su madre".
Lola ya no está y Miguel se jubiló hace siete años, pero sigue yendo a ver a Lulú cada cierto tiempo. "No voy demasiado porque sufre mucho", dice Miguel. Este chimpancé no se acostumbra a verle tras el cristal después de años y años de contacto directo. "Son relaciones del día a día, de cariño, de comidas, de regalos...".
Miguel suele ir a horas en las que apenas hay público. "Si me ve, aunque sea a 300 metros de distancia, empieza a gritar y a chillar", explica su antiguo cuidador, "y la gente no entiende lo que pasa". La última vez fue hace siete meses, pero le llamaron para el 70 aniversario del Zoobotánico y entre los actos no pudo evitar escaparse para ver a su compañera.
En cuanto Lulú le vio se fue directa a él pegándose al cristal para intentar sentirle una vez más. "Te echa de menos", dice Miguel, que durante 27 años ha estado trabajando con animales en este centro de Jerez. Llegó aquí procedente del sector vinícola, trabajaba para una bodega como capataz "y también como catador de vinos", cuenta a NIUS.
Sin embargo, cuidar animales le ha dejado huella. La de Lulú es solo una de ellas. Además de los chimpancés, Miguel se encargaba del cuidado de los felinos y allí crio a un tigre blanco al que bautizó como Morientes. "Se lo puse por el color", dice sonriendo Miguel. A Morientes no ha podido verlo, hace tiempo que se lo llevaron a otro zoológico.
"Ser cuidador es duro", confiesa Miguel que durante casi tres décadas estuvo limpiando, alimentando y vigilando a los animales del Zoobotánico de Jerez de la Frontera, "requiere mucha dedicación". Sin embargo, también tiene sus recompensas... y Lulú es una de ellas.