Rafael Nadal volverá a disputar una final de Roland Garros, torneo fetiche en el que aspira levantar el que sería su trofeo número 14. El de Manacor, leyenda del tenis y el más laureado de la historia del Grand Slam francés, llega a esta nueva final tras la dramática lesión del que era su rival en semifinales: Alexander ‘Sascha’ Zverev, a quien una torcedura en su tobillo derecho en pleno tie break cuando iban 6-6 en el segundo set (el primero lo ganó Rafa por 7-6), mandaba al traste su sueño.
Enmudeciendo a todos los asistentes, la pista de Philippe Chatrier quedó durante esos instantes dominada por los gestos y los gritos de dolor del alemán de 25 años, consciente en ese preciso instante de que el partido había terminado para él. Tal fue así que, tras recibir asistencia y el apoyo de Rafa Nadal y del público, Zverev, número dos del mundo, se marchó en silla de ruedas, ovacionado, antes de salir minutos después en muletas para agradecer al público su afecto.
De este modo, “duro y triste”, como el propio Rafa Nadal explicaba en pie de pista, el de Manacor, no obstante, disputará una nueva final del abierto de Francia. Y no ha perdido ninguna.
“Es difícil decir algo en esta situación. Para mí es un sueño volver a la final de Roland Garros una vez más, pero al mismo tiempo, no de esta manera. He estado con él antes de volver a pista y es muy duro verle llorar", decía el tenista español tras la forma abrupta en que ha finalizado su semifinal, la cual estaba siendo, nuevamente, un auténtico espectáculo para los amantes de este deporte, con un intercambio de bolas imposibles que ponían en pie una y otra vez al público, rendido a la exhibición de ambos tenistas.
En estas circunstancias, no obstante, la ilusión de Nadal por alzarse con un nuevo triunfo permanece intacta a sus 36 años recién cumplidos. Máxime tras todo el camino, lleno de dificultades, que ha recorrido, porque el de Manacor, si algo ha demostrado a lo largo de su historia, –la más grande de un tenista español–, es que siempre resurge y nunca se rinde, ni siquiera a pesar de la lesión crónica que sufre en su pie izquierdo.
Su mayor rival no ha sido ni Novak Djokovic, –al que eliminaba en cuartos de Roland Garros–, ni Roger Federer, sino el llamado síndrome de Müller-Weiss, al que se enfrenta todos los días.
Se trata de una enfermedad “crónica e incurable” con la que convive desde los 19 años. Afecta a uno de los huesos de su pie izquierdo, provocándole un dolor que nunca desaparece y que va a más dentro de la pista.
“Es un dolor bastante fuerte. Lo podríamos catalogar, sobre un 8, un 9”. “Conforme el hueso se estresa dentro de un partido, probablemente ese dolor sea incremental”, explica Rubén Sánchez Gómez, podólogo deportivo de la Clínica Pododinámica.
Lo vimos claramente en el Masters 1.000 de Roma, en el que apenas pudo moverse en el tercer set.
“Voy cojo muchos días de mi vida”, confesaba el tenista ante los medios, pero ello no le ha impedido hacerse con 21 Grand Slam.
Su lesión, precisamente, convierte la final del Roland Garros en un reto aún mayor, y se especula con si, tal vez, podría ser el último: “Hay un momento dado en que supongo que mi cabecita me dirá basta”, declaraba él mismo recientemente.
No obstante, Rafa nunca pierde las ganas de jugar y seguir haciendo historia.
“Siempre va a por todas. Nunca podemos darle por acabado”, declaran los aficionados, y lo ha probado una y otra vez. Ahora, su rival será el noruego Casper Ruud, al que se medirá este domingo a las 15:00 horas. Rafa va a por su 14.