Hablar con un torero es hablar de jugarse la vida y de cornadas, pero Bertín no podía imaginarse que estuviera ante un diestro que tuviera la friolera de 39 cornadas en su cuerpo. Cornadas de las que Juan José Padilla habla con humor “No soy rencoroso ni para las cornadas”, pero que han cambiado su vida.
Sin miedo a hablar de su cambio de Padilla a bucanero, Padilla le ha explicado a Bertín Osborne los detalles de la cogida que estuvo a punto de acabar con su vida el 7 de octubre de 2011 en la plaza de toros de Zaragoza. “Era un tarde muy bonita, estaba terminando la temporada… aposté y sabía que me iba a echar mano, pero lo que no sabía que iba a tener esa cornada de esa extrema gravedad”.
“Desde que me levanté sabía de la gravedad de la cornada… En cuanto me pongo de pie, bueno me quiero poner de pie, tengo que recoger el ojo y la cara que lo había dejado en el albero. Me levanté y se me descuelga la cara y el ojo, me lo puse aquí en la mano y me fui andando. Evidentemente sabía que la visión la perdía y la gravedad realmente de la cornada, es cuando llego a los brazos del doctor don Carlos Barcarrere. Le digo doctor “hágalo por mi mujer y mis hijos, que me voy” porque tenía seccionada la carótida externa y porque me asfixiaba, ya me quedaba sin oxígeno. Me estaban quitando la chaquetilla y yo no tenía fuerzas, me estaba quedando sin oxígeno y es cómo cuando te van apagando una luz, me quedaba sin fuerzas… No recuerdo más, hasta ahí llegue”.
El torero ha narrado una situación límite en la que estuvo al borde de la muerte, pero que una vez más afrontó con valor, mucho valor: “Me preocupé un poco porque no podía respirar y por el hueco de la órbita salía mucho caño de sangre… Y las caras de los que tenía delante eran muy preocupantes. Sentí que me quedaba sin fuerzas, sin oxígeno, que me iba, que me moría”.
Y después de verlo todo negro… ¿Qué? Despertó en la UVI del Hospital Miguel Servet, solo y rodeado de máquinas, momento en el que comenzó a preguntar “¿Ha alguien aquí?”, tuvo la sensación de que no estaba con San Pedro porque había muchas máquinas a su alrededor. “San Pedro me ha dado una nueva oportunidad”, asegura que pensó unos segundos antes de que entrara su mujer y le preguntara qué había pasado con su ojo.
Según ha explicado el torero, Luis Fernández- Vega, el oftalmólogo que le trató, conservó su ojo hasta un año y medio después. Intentaron hacer lo imposible para que pudiera recuperarlo, pero se había roto el nervio óptico.
Respecto a la primera vez que se miró al espejo, Padilla asegura que esperaba no verse bien, pero no “el monstruo” que se encontró. Sin embargo, una vez más encontró el lado positivo a la situación y pensó que como había llegado hasta allí andando era suficiente “Eso me valía, la cara a mí no me iba a servir de mucho”. Lo que realmente fue duro para el diestro fue enfrentarse a la cara de sus hijos, de su mujer, sus padres y sus amigos “Eso sí que para mí era un maldito espejo, un proceso en el que no entendía que ellos tenían que sufrir los efectos de esta maldita cornada, una profesión que he elegido yo. Eso me mantuvo un poco apartado, un mes y medio encerrado en un cuarto sin que te vea nadie”.
La pérdida de un ojo es el daño más visible de aquella tarde de octubre en la plaza de Zaragoza, pero Juan José Padilla se enfrentaba a otros muchísimos otros daños físicos que le hacían casi imposible volver a torear, pero él lo necesitaba, “Necesitaba que el torero salvara al hombre, mi carrera estaba hundida, miraba atrás y solo eran recuerdo… No entendía que un toro truncara así mi vida y todo quedara ahí”. Por eso se lo dijo a su esposa, quién le apoyó desde el minuto cero “Me dijo “Claro que sí, yo quiero verte feliz no aquí, sentado en un sofá”’, se preparó al máximo y el 4 de Marzo de 2012 se volvió a poner el traje de luces en Olivenza. Una tarde maravillosa en la que se sintió apoyado y querido por todo el mundo del toro y de los que no tienen nada que ver con él. Desde ahí el pirata y fue “un sueño cumplido” porque consiguió cosas que no pensaba que iba a conseguir como salir por la Puerta del Príncipe o indultar un toro en la plaza México.
Padilla no quería “ser víctima ni dar lastima a nadie” y lo consiguió, lo que dio fue una lección de superación.