"La porción de los ángeles" es un particular proceso químico por el que se pierde un 2% en la elaboración del whisky debido a su evaporación mientras está en la barrica de roble durante el proceso de envejecimiento. La parte que se llevan los ángeles al cielo, cuenta la leyenda. Sin tener que recurrir a apéndices para volar, los mortales también podemos tocar el cielo con nuestras papilas gustativas cuando paladeamos un primoroso whisky.
Este cautivador espirituoso ha estado siempre envuelto en un aura de misticismo y de leyenda que ha inspirado a grandes escritores como Francisco Umbral: "El whisky me ha ayudado a redactar unos cuantos libros (los mejores), a producir miles de artículos y a olvidar varias novias inolvidables".
"El brillo del sol liquido" como lo denominó el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw, o Uisge beata (agua de vida), nombre que se le daba en gaélico desde sus orígenes en el siglo XV por sus propiedades conformantes (se decía que resucitaba a los muertos). De este término deriva finalmente el vocablo whisky, como lo conocemos ahora.
El whisky es un espirituoso fascinante y complejo en matices y aromas. A través de su fascinante proceso de elaboración podemos asimilar y entender mejor su espíritu indomable, que nos transporta a lo esencial, a lo sencillo.
Se obtiene a partir del mosto de cereales como la cebada o el maíz malteados. El malteado es la etapa de su producción en la que la materia prima, tras humedecerse y dejarse germinar, pasa a secarse en hornos, proceso por el que toma su agradable color oscuro. Una vez molida y mezclada en un tanque, se añaden levaduras y se deja fermentar. El producto resultante se destilará una o más veces, y madurará en barriles de madera de roble durante un periodo no inferior a 3 años antes de su embotellado.
Dependiendo de la materia prima originaria existen tres tipos de whisky: puro malta, elaborado con un cien por cien de cebada malteada; de grano, elaborado a partir de combinaciones de cebada sin maltear, maíz y otro tipo de cereales; y blended, elaborado a partir de la mezcla en distintas proporciones de malta y grano o por la mezcla directa de whiskys ya terminados.
El arte de maridar con whisky ha llegado para quedarse. Mezclar sabores implica romper mitos e ideas establecidas y en este contexto el whisky puede ser el mejor complemento para comidas que giren en torno a los fuegos y las brasas. Carnes rojas, de caza, de Angus o Kobe ven intensificados sus sabores gracias al carácter puro y persistente de este espirituoso. La pimienta o el chocolate pueden sumarse a esta propuesta de maridaje no convencional buscando sabores más punzantes.
…. o cómo degustarlo para parecer un experto. Con estas claves no necesitarás viajar a una destilería escocesa para paladear un buen whisky.
1. Lo mejor es probarlo a temperatura ambiente, nada de enfriarlo con esos cubitos de hielo en forma de estrella que guardas en la nevera.
2. Por el color que presenta podemos saber su edad, la densidad o la madera donde se ha añejado. Los whiskys más jóvenes presentan colores amarillos claros, y a partir de los 12 años su color torna en un amarillo oro intenso. Con la densidad ocurre algo parecido, siendo los whiskys añejos más densos.
3. Este paso es importante porque la memoria olfativa nunca se olvida. Para apreciar sus aromas lo mejor es extender unas gotas en el dorso de la mano para notar los aromas puros de frutas, madera, hierba, humo, vainilla…
4. Por fin puedes acercarte la copa a los labios, tomar un pequeño sorbo y pasear el whisky por todas las zonas de la lengua para que tus papilas gustativas recojan todo su sabor.
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