Seres Gastro, sin duda llega, junto a las vacaciones de verano, la peor época para un iniciado vinero. Sí, afrontémoslo, se nos viene encima una nueva Navidad. Que por otro lado eso significa que seguimos vivos. No es un gran consuelo, lo sé, pero a algo hay que agarrarse. Sí, esto de tener que compartir vino y mesa con civiles se puede hacer muy duro.
Mi historial de nochebuenas conflictivas empezó prontito, en concreto en la de 2003, a la que llevé una Gamay del Beaujolais, para que mi familia alucinara con lo que se estaba haciendo en Francia y que acabó destapando la caja de los truenos. “Y esto, ¿cuánto te ha costado? Porque ya te digo yo que no lo vale”. Esa fue la interpelación más recurrente que suscitó mi botella.
Todas ellas adornadas con un “si esto lo hiciera una bodega española no le harías ni caso”, al que le añadían “donde esté un Ribera del Duero que se quite todo”, porque, por aquella época toda mi familia ya sabía que no hay mejores vinos que los españoles.
A partir de esa efeméride el tema solo fue a peor, ya que me empeñaba en evangelizar a seres humanos que ya profesaban su propia religión: 'El Cuñadismo'.
“A mí me da igual lo que hayas traído, después de la cena empiezo a copazos que el vino me da mucha acidez”. Esta frase también se hizo viral aquella velada.
Pasé a ser visto por parte de mis parientes como un agitador, un terrorista de reuniones familiares, lo que hacía que encima estos seres del aperitivo se volvieran aún más militantes de todos sus prejuicios.
Si llevaba un buen Cava (Corpinnat no existía) ellos querían Champagne (ahí al cuñado se le olvidaba su francofobia, quizá porque la catalanofobia era aún mayor), si aparecía con unas buenas copas ellos no las utilizaban porque eso son inventos pijos y lo único importante es que el recipiente no tenga agujeros, todo lo extranjero era masacrado, pero lo no Rioja-Ribera también y el vino blanco era solo para el marisco, a partir de ahí se bebía “vino de verdad”.
Toda esta balcanización familiar no hizo sino recrudecerse con el paso del tiempo hasta que, por fin, claudiqué.
Sí, me rendí.
Me di cuenta de que sus trincheras eran ideológicas, no estilísticas, así es que un año llevé solo un blanco, un Ribera del Duero (pero de los delgados) y un Rioja de culto (y de fresqueo), pues, en un caso que se puede tildar ya de alucinación colectiva, va y triunfé.
Por fin había entrado en razón, es lo que tiene el madurar, y ya llevaba vinos reconocibles, no esa porquería snob de antes. Eso me decían.
Desde entonces reina la paz y armonía en nuestras cenas y comidas, hemos pasado de ser un escenario bélico a una arcadia intelectual y civilizada en la que todo el mundo se escucha y comprende.
Aun así, hay que ir con cuidado en lo referente a las estrategias a seguir.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que esa noche, del género survival horror, empieza semanas antes ya que, por mucho que te odie todo el mundo, que te odia, tú eres el encargado de llevar las botellas porque eres “el que dice” que sabe.
Insisto compañeros, no llevéis “cosas raras”, que básicamente es todo lo que se sale del eje Albariño, Verdejo, Godello y en tinto, Rioja y Ribera. No, ni aunque explícitamente te lo pidan en el WhatsApp familiar. Es una trampa.
Bueno y ni se te ocurra llevar vinos naturales o serás tildado de comunista satanista.
Eso sí, todo que sea bueno, al fin y al cabo, tú también tienes que beber, no caigas en el odio autodestructivo, no merece la pena. ¿No ves que a ellos sí les gusta? Si llevas referencias putapénicas caes en la autolesión. Ellos van a estar tan tranquilos.
Hablando de riesgos, atención con el aperitivo navideño.
No te enredes, no llegues tarde y, sobre todo, no aparezcas con una merla mitológica.
Como aparezcas ebrio a este trance estás perdido, salvo si eres de los que les da por quedarse dormido, esa no es mala opción, te insultan y maldicen, pero te dejan en paz.
Ahora, como seas del tipo de gente que se envalentona con el alcohol llevas las de perder, estás en inferioridad numérica, serás tú el desnortado que acabará en comisaría.
Llegar con el puntete es otra cosa, resultas más simpático, relajado y las andanadas pasivo-agresivas que te tiren no impactaran tanto en tu autoestima.
No te confíes, una vez descorchado un vino, jamás preguntes qué les parece, nadie te va a decir que bien, como mucho te dirán que les recuerda al que ellos compran en el super cuando está de oferta a 3,99 euros. Ese precisamente es el que les viene a la cabeza bebiendo la botella de 47 euros que has traído.
Todos tenemos claro que, si en España se vendieran armas de fuego libremente, la Nochebuena canónica patria se parecería mucho a una entrega de la saga 'La Purga'.
Por cierto, otro temón: sé condescendiente con los maridajes imaginativos, si alguna de estas criaturas del demonio te dice que le pongas un poquito más de tinto para probarlo con el turrón, tú vas y se lo puto pones. No está la noche para una explicación de teoría de armonías.
No preguntes, responde estrictamente a lo cuestionado, sé simpático, bebe y, en cuanto puedas, vete a ver la misa del gallo con la copa en una mano y la botella en la otra.
Ya se acercará una tía tuya, recién divorciada, a soltarte intrigada, un “¿Y de esto se vive? ¿Te pagan por beber? Oye pues un día nos haces una cata a mí y a mis amigas que nos gusta mucho el vino, pero gratis que está la cosa como está, bueno, podemos pagar algún vino, o, mucho mejor, que cada una traiga algo que tenga por casa y nos enseñas, somos divertidísimas, ya verás”.
La hostia.
Por no dejar de comentar todos los que te preguntan sí escupes lo que pruebas, que les invites a un sarao o lo gordo que te estás poniendo, “eso es por tanto alcohol”. A no ser que sea lo contrario y se cuestionen cómo dándole tanto al vino estás tan delgado: “¿No estarás esnifando?”.
Tienen tormentos para todo, todo el rato, qué os voy a contar.
Lo poco que os puede salvar es que, de haberlos, intentad compadrear con los más jóvenes de la casa que suelen ser más majos y tienen acceso a videojuegos y drogas.
Aunque ahí tampoco vayas de familiar enrollado y les des de beber o les eches una charla sobre vino, no seas pollavieja.
En fin, intenta sobrevivir como puedas.
A esta cena se viene a no perder.
Si seguís estos consejos llegaréis a la cama sin síndrome post traumático.
Creo.
¡Feliz Navidad sobremesers!
¡Y mucha paciencia!
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