Palamós y Peralada, cruzando el Empordá

En Palamós huele a mar y en el restaurante La Galera no hay carta, comes lo que ha llegado ese día del mar
El Hotel Peralada es más que un enclave único, también un lugar donde comer de lujo
En su interior se encuentra el restaurante L'Olivera, que asesora el chef Paco Pérez
Josep Pla decía que en Palamós hay tres cosas únicas: “La Luz, la bahía y las puestas de sol vistas desde el faro o desde la plaza del Casino”. Llegamos el sábado en el que comenzaba el carnaval, esa fiesta bulliciosa encargada de romper las formas de vida apacibles que habitualmente tiene esta población en invierno. En Palamós siempre huele a mar, lo marino se respira por todas partes, su tradición de pueblo pesquero se remonta al siglo XII.
Son las tres de la tarde cuando entramos en La Galera, en donde tenemos mesa reservada, con un “hambre preciosa”, otra vez Pla. En este local no hay carta, te la cantan y lo que se come es lo que entra en la pesca del día. Producto superfresco, muy bien cocinado, en un ambiente animado de pocas mesas que siempre se llenan. Sobre nuestro mantel empiezan a aparecer unos deliciosos mejillones, unas anchoas muy frescas y muy bien fritas; una ensalada generosa y la joya de la corona: unas gambas de Palamós, pescadas a 800 metros de profundidad, verdaderamente extraordinarias. Los pescados rozan la excelencia en su textura, en el punto de brasa y en su sabor: un gallopedro y un rodaballo. La Galera se distingue por esto: por ofrecer un género de primera, lo mejor de cada día. El postre tiene también su punto de frescura y originalidad: una tarta de mandarina estupenda.
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Para beber nos decantamos por un vino de la zona, de la bodega de Marc Geli, situada en Pals, un proyecto familiar que produce vinos con el reflejo de la fisonomía del territorio que los dan: suelos arenosos y de piedra caliza en los macizos de Begur y del Montgrí. El vino elegido es Sense Pressa Blanc 2022, una garnacha blanca, que se presenta limpio, pálido, dorado, con aromas de frutas blancas y maduras; afrutado, elegante, muy gastronómico, de gran personalidad. Lo apuramos haciendo honor a su nombre, sin prisa, con el preciso elogio de la lentitud que impone la amistad en la sobremesa. En nuestra conversación recordamos que por aquí pasó Ava Gardner para rodar 'Pandora y el holandés errante' (Albert Levin, 1.951), y Truman Capote que vivió en el Hotel Trías, en donde terminó de escribir una de sus grandes novelas, 'A sangre fría'. “Este es un pueblo de pescadores. El agua es tan clara y azul como el ojo de una sirena”, afirmó el escritor estadounidense, mientras se deleitaba con zarzuelas de pescados que era su plato favorito, o compraba pasteles en Collboni.
Palamós, sirvió de refugio de David Niven, Orson Welles y Robert Ruark, el autor de 'Aventura en África', cuyos restos reposan en el cementerio local.
Antes de acercarnos al puerto en donde el carnaval inaugura su fiesta, comprobamos, al recorrer su casco antiguo, que esta localidad es sinónimo de pausa, de relojes detenidos.
Partimos hacia Peralada en donde estamos alojados, en el retrovisor de nuestro coche aparece la silueta de Palamós que se aleja, “brava, risueña, fantástica y dulce”, como la describió el poeta Ferrán Agulló a comienzos del siglo pasado.
Peralada, sabor medieval
El Hotel Peralada es un lugar confortable, rodeado de un campo de golf y centenares de olivos. Era una antigua masía. La calma reina en esta época de finales de invierno. Soplan una suave tramontana, típica del Alto Empordá, que parece silbar sonidos medievales.
El final de la tarde impone un paseo hasta el castillo, la visita nos enseña lo mejor: una preciosa biblioteca llena de tesoros bibliográficos, con más de cien mil ejemplares y con más de un millar de ediciones de El Quijote. La contemplación de esta magnitud literaria nos hace estar viendo construirse el tiempo en ella.

A este castillo, el arquitecto francés Grant, le dio, con su reforma en el siglo XIX, un aire de château francés. En 1923 lo adquirió el empresario Miquel Mateu i Pla y lo convirtió, con el paso del tiempo, en un centro cultural, aunque a la actividad que se dedicó con más atención fue a la creación del Museo del Vidrio, convirtiéndolo en la colección privada más importante de España, con más de 2.500 piezas de cristal de Venecia, Bohemia, Silesia o La Granja y que alberga una curiosidad: las mancerinas, una bandejas inventadas por el Marqués de Mancera, virrey de Perú y en la que se servía antiguamente el chocolate.
Desde 1987, en este mismo espacio se celebra, durante el verano, un importantísimo festival de música por el que han pasado todo tipo de figuras: Montserrat Caballé, Daniel Baremboim, Rudolf Nureyev, Zubin Metha, Lang Lang, Diana Krall, Tom Jones, Víctor y Ana y un sinfín de figuras.
Cenamos en el espacio dedicado a la cafetería del hotel, un picoteo sencillo que acompañamos con un vino producido en esta tierra, Perelada Finca Espolla 2021, proveniente de una parcela situada en las estribaciones de los Pirineos. Terrenos de mucha personalidad, viñedos de monastrell y syrah en suelos pizarrosos que dan vinos con una identidad muy definida. Este vino es muy enérgico, fresco, balsámico, mineral, potente, persistente y muy expresivo.
La mañana aparece como un “espacio de claridad, impenetrable como el cristal”, así lo escribió en sus versos el poeta gerundense, Gabriel Ferrater. Nos acercamos a la villa medieval para caminar por sus calles empedradas. Sus rincones enseñan su pasado: edificios históricos y bien conservados y un ambiente tranquilo que invita a detenerse en una pausada contemplación.
Aquí hace siete siglos los monjes carmelitas ya trabajaban estas tierras y desde su Convento del Carmen abastecían de vino a toda la región. La familia Mateu se trazó también como objetivo la revitalización de la tradición vinícola de la zona.
En el año 1972, Arturo Suqué, el yerno de Miquel Mateu, tomó las riendas de la empresa y se empeñó en hacer en este sitio una de las bodegas más modernas del país. Sus espumosos han estado presentes en grandes ocasiones: la coronación de Juan Carlos I, la boda de los actuales Reyes de España, visitas de grandes mandatarios… También a lo largo de este tiempo han ido acaparando un buen número de premios nacionales e internacionales.
Es ahora su hijo, Javier Suqué Mateu, es quien lidera este proyecto y quien tomó la decisión de construir una nueva bodega con capacidad para recibir más de dos millones y medio de kilos de uva y producir más de dos millones de botellas. Además de priorizar la facultad investigadora y promover la producción de vinos de calidad. Lo pequeño crece a lo largo del camino.
Comemos en el hotel, en el restaurante L´Olivera, que asesora el chef Paco Pérez, uno de los referentes de la cocina ampurdanesa, un apóstol de su cultura, su forma de entender y expresar las peculiaridades de este territorio. El menú arranca con aceituna gordas y una interpretación muy singular y sabrosa de la patata brava; una ensalada de burrata y frutos secos; unos excelentes guisantes de Llavaneres, habas y parmentier, este plato está conseguidísimo; un tiernísimo y excelentemente bien presentado solomillo de ternera en su jugo, sobre colmenillas guisadas a la crema. El remate en dulce es una intepretación muy curiosa de la tarta al whisky.
Recurrimos en la bebida a un vino, Cervolés 2020, de uno de los bodegueros que más curiosidad me ha despertado en estos últimos tiempos: Tomás Cuisiné. Hay vinos que enseñan su elegancia incluso antes de ser abiertos, este es uno de ellos. Frutas negras muy expresivas, muy expresivo también en nariz, y a lo largo de la comida se va enseñando como un vino carnoso, muy agradable, que evoluciona así va pasando el tiempo. De los que me gustan, para beber sin prisas y con mucho deleite. Como en los versos de Salvador Espriu, es un “noble portador de silencios”.
El reloj nos marca la hora de regresar, el tren que nos devolverá a Madrid anuncia su llegada. Atrás se quedan Palamós y Peralada y el recuerdo de este fin de semana como una, de nuevo Espriu, “cicatriz de melancolía”.
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