Vigo es un balcón que enseña ciudad, ría y océano (Islas Cíes mediante). Vigo es el Berbés y su policromía pesquera, es la Piedra y su tipismo inigualable desplegado en docenas de ostras. Vigo es Nuestra Señora da Guía, el Monte do Castro, la Reconquista y el Cristo de la Victoria. La navidad en Vigo no es blanca, es de los mil colores de sus luces brillantes que se ven desde Nueva Yok o desde la Luna (Abel Caballero dixit).
Vigo es ese sireno de mi amigo Paco Leiro que parece querer arrojarse al mar. Es el olivo legendario en el Paseo de Alfonso que apellida a esta ciudad como olívica.
Vigo son también las músicas de Castrelos; “la coral polifónica de Balaídos” cantando la “Oliveira dos Cen Anos” al son de una coreografía celeste. Es cruzar la ría en barco cualquier lunes al sol.
Vigo es un capítulo de '20.000 leguas de viaje submarino' en el que Julio Verne le hablaba a Pierre Annorax de los tesoros secretos de sus profundidades.
Decía Cunqueiro, ese maravilloso vigués de adopción, que algunas ciudades se apresuran un día y se detienen en otro. Vigo era para él un lugar en constante ebullición “al que le brotaban grandes y poderosas ramas”.
Las olas de su mar las cantó como nadie el trovador de trovadores, Martín Codax.
Vigo es también un espacio de intrigas en las páginas del recordado y querido, Domingo Villar, es fácil imaginar a su Leo Caldas tomando ribeiros en la Taberna de Eligio o en el Bar Puerto.
En Vigo se podría decir que nacieron las letras galegas porque aquí se editó hace más de 150 años, Cantares Gallegos de Rosalía de Castro y fue el 17 de mayo de 1863. Esa fecha dio origen al Día das Letras Galegas, día grande de Galicia.
Todo eso es Vigo, embellecida, como decía Eduardo Blanco Amor: “…por los collares de luces de sus avenidas paralelas al mar”.
Prometí a los míos escribir de las luces navideñas de Vigo y aquí estoy. Las promesas en pie.
Es sábado de vísperas festivas y me cito con mi primo Marcos en Balaídos para ver el último partido liguero del año, Celta-Real Sociedad. Los celestes se marcan un encuentro prodigioso y derrotan por 2-0 a los donostiarras. La grada ruge, canta, vive una epifanía anticipada, a la que corresponden los jugadores en un desbordante jubileo. Hacía ya algún tiempo que no veíamos una comunión así entre equipo y afición.
Para pasear por las calles iluminadas de la ciudad nos citamos con Elena y Andrés, no hay mejores cicerones. La Puerta del Sol, García Barbón, Arenal, Colón, Príncipe y Urzáiz son la luminaria prodigiosa. Un espectáculo. Abel Caballero y su equipo han tenido una gran idea, no solo por encontrar un motivo de concurrencia además del verano, sino porque han creado una marca y generado un polo de atracción. La ciudad rebosa en Navidad con un ambiente muy familiar, sereno en el tumulto, agradable a pesar de lo superpoblado.
Vigo, tuvo su época dorada con la Movida viguesa (que rivalizaba con la madrileña) y el impulso de la moda gallega en los años ochenta. De un tiempo a esta parte se ha reinventado en su plan de 'Vigo vertical', que incluye escaleras mecánicas, rampas o incluso algún ascensor para paliar los desniveles de la complicada orografía de una ciudad construida en la falda de un monte. En su turismo natural, apoyado en el paisaje de su ría y sus majestuosas Islas Cíes que han generado también una tracción audiovisual con la presencia de series televisivas y reportajes. En sus conciertos musicales veraniegos y en este fenómeno navideño que han dimensionado a la ciudad como un reclamo turístico inigualable.
Tras un breve paseo conviene entregarse a la pitanza y Elena y Andrés nos llevan a Tapas Areal, un sitio sencillo que rebosa honestidad en las cosas claras y cotidianas: una empanada sobresaliente (se agota enseguida), zamburiñas y mejillones notables; revuelto de erizos y queso muy curioso; pastel de cabracho canónico y tarta de limón y manzana para finalizar.
Uno de esos lugares de toda la vida, en donde el comensal es el epicentro del servicio y su satisfacción el objetivo. Todo eso. Carta de vinos corta y sencilla.
En Meaño la Nochebuena es una buena tarde propiciada por los 'Amigos do viño', una grey de armadanzas que desde hace dieciséis años decidieron reunirse para generar una hermandad nunca vista alrededor de una pitanza vikinga y un vaivén de copas de champán por doquier. Ocurre, como si nada, en un furancho de la localidad mientras nos disponemos a bajar los últimos peldaños de cada año. Los abrazos y los brindis se mezclan con los asados trazando una auténtica partitura de la alegría.
Pero Meaño es mucho más, vive en el corazón de la comarca del Salnés, rodeado de montañas, bosques, ríos, viñas y ese mar cercano y hermano con sus olas rompiendo en la Praia de A Lanzada.
Esta tierra se alimenta de memoria, de la del Monasterio da Armenteira, considerado la catedral de O Salnés que fundaron los monjes de la Orden del Císter allá por el siglo XII y que inmortalizó en sus Cantigas Alfonso X, el Rey Sabio que contaba la leyenda de su abad, San Ero, quien arrullado por el dulce canto de un ruiseñor se durmió una siesta que se prolongó unos 300 años y cuando regresó no fue reconocido por el portero del convento, y así fue consciente del determinante paso del tiempo sin que fuera percibido por los sentidos. “El pasado es un país extranjero”, decía el escritor británico, L. P. Hartley.
Meaño es sinónimo de vino y de paisaje, ambos disponen su lenguaje en nuestra mirada rodeada de viñedos, es un día de verano (el de su fiesta del grand cru) y otro el de esta buena tarde, la de la amistad duradera, promovida por unos inigualables anfitriones: Rodri Méndez, Miguel Anxo Besada y su batallón champanero.
El azul celeste es el color del cielo, el que se proyecta sobre la piel del mar, “es un color helénico y homérico, color oceánico y del firmamento”, dice el poema de Rubén Dario. Es el color que cruza con sentimiento la bandera de Galicia. Ese azul nos define a los celtistas, como lo hace la palabra Afouteza, que según la RAG (Real Academia Galega), es sinónimo de animosidad, audacia, denuedo, osadía o valor. Casi nada.
Así se denomina la ciudad deportiva del Celta, ubicada en Mos, en la que Fon García, el enlace del club con los jugadores, nos oficia de sherpa. Todo es moderno amplio, confortable y de un gran potencial futuro. Una parcela de casi sesenta mil metros cuadrados y cerca de cinco mil construidos, pendiente de afrontar una segunda fase que acogerá nuevos edificios que albergarán toda la parte de residencia, un edificio mixto que contendrá la parte formativa, un centro de fabricación avanzada y clínica, y el edificio Celta, que recogerá instalaciones para categorías inferiores, ‘academys’, oficinas y la parte de restauración. En la parte final de esta fase habrá una zona hotelera. Además de toda la infraestructura deportiva.
Todo es innovador y amplio. Se respira un aire puro abrigado por campiñas y montañas que circundan el recinto. El paisaje hace la vista muy hermosa y enriquecedora.
Los jugadores entrenan y tienen sesión audiovisual con Claudio Giráldez y su equipo técnico para preparar el partido de Copa frente al Racing de Santander.
En la sede del Celta, en la Rúa do Príncipe, en el último piso, se aloja Silabario, un restaurante con una estrella Michelin y un sol Repsol. Lo dirige un cocinero humilde y muy creativo, Alberto González, que durante años defendió su estrella en el restaurante del mismo nombre en Tui.
Allí me esperan para comer Marián Mouriño, Presidenta del Celta; Mauro Garcés, director deportivo; y Gael García, director de comunicación. Mientras conversamos de fútbol, de cómo va la temporada del equipo, de sus retos, de cómo va la ciudad y de la comunión que viven la afición y el club, el chef nos sirve un menú sencillo, pero muy sabroso, equilibrado, muy bien elaborado. Redondo. Una crema de calabaza con setas de aperitivo de extraordinaria textura, unas croquetas formidables y unos calamares de la ría con arroz en su tinta, potentes de sabor y delicados en su preparación. La carta de vinos trata con esmero a los vinos gallegos y elegimos un Ribeira Sacra de Guímaro, 'A Ponte', un coupage de variedades autóctonas: mencía, sousón, brancellao, merenzao y caiño. Profundo, elegante y de final persistente. Los vinos de Guímaro se caracterizan por ser genuinos y enérgicos y a veces hasta misteriosos por lo impredecibles, diría yo.
Nos despedimos después de un almuerzo muy agradable y muy bien conversado, a mis comensales les espera otra gratificante tarea: la rueda de prensa de presentación de la renovación del jugador más grande: Iago Aspas, aquel del que en 'Vivir sin permiso', el niño, testigo de un asesinato, le espetó a Nemo Bandeira (José Coronado) que era el mejor jugador el mundo.
“El espíritu infantil no es un vaso que tengamos llenar, sino un hogar que debemos calentar”, lo dijo Plutarco.
Palabra de sabio.
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