En 2024, la Casa Real holandesa confirmó que la princesa Amalia había abandonado Ámsterdam un año antes, donde estaba matriculada en un programa de Política, Psicología, Derecho y Economía, debido a las continuas amenazas de seguridad que había recibido vinculadas al crimen organizado de su país, la Mocro Mafia.

Su vida en los Países Bajos dejó de ser tranquila: la universidad, sus salidas cotidianas, incluso su presencia en actos públicos, comenzaron a verse seriamente restringidas. Fue entonces cuando Madrid se convirtió, de manera silenciosa y discreta, en su refugio durante casi un año.

Este lunes 7 de abril, la hija de los reyes Guillermo y Máxima ha regresado a la capital española. ¿El motivo? Inaugurar un pequeño jardín de tulipanes -flor nacional de los Países Bajos- que donó la princesa Amalia de Orange como gesto de agradecimiento a la ciudad que le ofreció cobijo durante uno de los momentos más delicados de su vida.

Ubicado muy cerca del Teatro Real y frente al Palacio de Oriente, la 'royal' se ha reunido con José Luis Martínez-Almeida, donde le ha agradecido su hospitalidad y donde ha recordado lo que supuso su estancia en España. "Madrid es mi segunda casa, especialmente en unos tiempos que fueron tan difíciles para mí en Holanda. Así que este jardín es una manera muy holandesa de agradecerles a todos", ha asegurado. Todo ello ha reabierto la dura historia que vincula a Amalia con España.

Todo comenzó en 2020, cuando un exmilitar fue condenado por amenazar a la heredera al trono. Un momento sin duda de lo más angustioso para la Casa Real holandesa. Un juez aseguró que el hombre, de nombre Wouter G., le mandó varios mensajes de naturaleza "violenta, sexual y aterradora". El acoso comenzó en 2016, cuando Amalia tan solo tenía 13 años. El hombre llegó a colarse en la residencia en la que antes vivía la familia real holandesa, Villa Eikenhorst. Fue condenado a tres meses de prisión y a permanecer en una clínica de salud mental para recibir "tratamiento psiquiátrico obligatorio".

Sin embargo, en 2022, volvió a ver peligrar su vida debido a la Mocro Mafia, una banda del crimen organizado dedicada al narcotráfico que había ideado un plan para secuestrarla. El Gobierno holandés se vio obligado a limitar las salidas y movimientos de la princesa tras dichas amenazas y tuvo que regresar a vivir con sus padres en el castillo Huis ten Bosch de La Haya. 

"Seré sincera: todavía lo estoy pasando muy mal. Echo de menos la vida de estudiante, pasear por la calle, entrar en una tienda sin problemas… y espero que las cosas cambien lo antes posible", llegó a lamentar la princesa. La solución fue clara: huir de su país.

Durante meses, la princesa vivió en la capital española alejada del foco mediático, continuando sus estudios de manera remota e intentando dejar atrás las amenazas recibidas en Países Bajos.

La joven llegó a Madrid mediante un programa de intercambio entre la Universidad de Ámsterdam y la IE University, una escuela de alto prestigio cuyo campus se encuentra situado en la zona de Begoña. En ese tiempo, Amalia pudo experimentar la vida madrileña desde una perspectiva única: la del anonimato y la libertad que le había sido arrebatada en su país.

A principios de 2024 regresó a los Países Bajos y, prácticamente al mismo tiempo, en abril, un fallo de la Justicia española permitió que Karim Bouyakhrichan, cabecilla de la Mocro Mafia, huyera del país. Desde entonces, está en paradero desconocido.

Pese a todo, fuentes cercanas a la Casa Real neerlandesa confirmaron después que la joven heredera se sintió profundamente acogida por la ciudad, su gente y la seguridad que encontró en sus calles. En todo momento contó con el apoyo de los reyes Felipe y Letizia y estuvo bajo la 'tutela' de ellos.

La Casa Real de los Países Bajos quiso subrayar lo especial que fue la estancia de Amalia en Madrid. El propio rey Guillermo Alejandro expresó públicamente su gratitud hacia España por haber ofrecido a su hija una etapa de normalidad en medio de la tormenta. "Fue una conmovedora prueba de amistad en un periodo difícil", llegó a decir en la cena de gala con motivo de la visita de Estado de los reyes Felipe y Letizia a Países Bajos.

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