¿Dónde se originan las tormentas de polvo que provocan lluvias de sangre?
Los vientos recogen al año 180 millones de toneladas de polvo en África
También son fuentes de polvo la península arábiga, Asia central y China
Las partículas finas de polvo pueden provocar trastornos respiratorios como el asma
Esta semana parece que el Sol se haya confinado. Aunque la nubosidad no está presente en prácticamente ningún rincón de España, sí lo está la calima que está enturbiando los cielos con un manto de partículas. En estas condiciones, la contaminación se ha disparado y las pocas lluvias (llamadas ‘de sangre’) que se producen ensucian los coches de barro. ¿Dónde se originan las tormentas de polvo?
“Las principales fuentes de estos polvos minerales son las regiones áridas de África septentrional, la península arábiga, Asia central y China. En comparación con estas regiones, Australia, los Estados Unidos de América y Sudáfrica son fuentes menores, pero aún importantes”, apuntaba una publicación de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
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‘Estornudos’ del desierto del Sáhara
En el caso de España y el resto de Europa, el origen de las irrupciones de polvo lo encontramos en África. Los vientos ‘recogen’ partículas de arena continuamente. Concretamente, más de 180 millones de toneladas de polvo salen del desierto del Sáhara cada año por las fuertes tormentas estaciones.
Después, los vientos en la parte superior de la atmósfera se encargan de transportar la columna de polvo hacia el norte y lo depositan en Europa. España, por su proximidad al Sahara, se ve afectada periódicamente por intrusiones de polvo, especialmente las islas Canarias.
Cuando el polvo o calima llega en cantidades masivas, como actualmente, es palpable a simple vista. Basta con ver las imágenes de los últimos días de cielos muy enrarecidos o coches envueltos en gotas de lodo. Esto que llamamos las lluvias barro o de sangre se producen cuando las partículas de arena fina se mezclan con la humedad en las nubes, y actúan de hecho como núcleos de condensación.
Efectos sobre la salud y el medioambiente
El tamaño de las partículas de polvo es clave al determinar el potencial peligro para la salud. Las partículas de un tamaño superior a 10 μm no se pueden respirar y causan principalmente irritación en la piel y los ojos, conjuntivitis y mayor susceptibilidad a las infecciones oculares. Las partículas que se pueden inhalar, aquellas con un tamaño inferior a 10 μm, en general quedan atrapadas en la nariz, boca y la parte superior del tracto respiratorio y se pueden asociar a trastornos respiratorios como el asma o la rinitis alérgica, dice la OMM.
En el medioambiente, ese polvo tiene un papel importante. Se cree que el polvo del Sáhara fertiliza el bosque lluvioso del Amazonas y es sabido que el hierro y el fósforo que el polvo transporta benefician la producción de biomasa marina en partes de los océanos en las que hay escasez de estos elementos.
Sin embargo se sabe que empeora drásticamente la calidad del aire disparando la contaminación, y puede además transportar microorganismos como bacterias y virus, así como materiales industriales o incluso residuos nucleares.
Un estudio publicado en Environment Science & Technology, recogido por Sinc, encontró Firmicutes, un filo bacteriano resistente a la desecación y que pueden sobrevivir en condiciones extremas, y proteobacterias en el polvo que llegó a España durante un episodio de calima. Los científicos encontraron además partículas de titanio, vanadio y molibedno, de procedentes de la actividad industrial del norte de África, principalmente explotaciones de fosfatos y de gas.
“Un estudio de 2011 publicado en Microbes Environment encontró que Saharan Dust también puede transportar microorganismos a Europa. Específicamente, este artículo encontró que las comunidades bacterianas en la nieve alpina de un glaciar del Mont Blanc probablemente estaban contaminadas debido al transporte de polvo sahariano”, recordaba hace poco un artículo de Forbes.
Por último, esta semana la Asociación francesa por el Control de la Radiactividad en el Oeste (Acro) encontró en el polvo que llegó a zonas de Francia residuos de contaminación radiactiva que datan de las pruebas de la bomba atómica realizadas por Francia en los años 60. Detectó especialmente un isótopo radiactivo llamado cesio-137.