Nikko y el Santuario más bonito de Japón
Puede parecer exagerado, pero no lo es. La ciudad nipona, cuyo nombre significa ‘luz del sol’ (‘nikko-shi) es parada obligatoria para todos aquellos que visiten el país y que quieran ver el auténtico Japón, el que está más allá de los turistas y las grandes urbes, el lugar en que viven y residen ciudadanos de clase media, es decir, como la mayoría de nosotros. Además, Nikko, a solo dos horas de Tokio, alberga un complejo de Monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad en el 99 que hacen obligatoria una visita pausada para disfrutar de toda su belleza, que es mucha. Hoy nos vamos a Japón, a un idílico paraje elegido por el primer Shogun de la dinastía Tokugawa como lugar de enterramiento. Un lugar muy visitado, ya lo advierto, en el que los tesoros artísticos se apelotonan en poco espacio. Mantened los ojos muy abiertos porque si pestañeáis, os perdéis algo.
Igual que en muchos palacios europeos tipo Versalles, no se escatimó presupuesto a la hora de levantar el Santuario Toshogu. Nada era suficientemente hermoso para el hombre con estatus de divinidad que unificó el centro del país y derroto a todos sus enemigos con paso firme y mano de hierro. Se reclutaron hasta 15.000 artesanos de todas las partes del país, fundamentalmente de Tokio y de Nara, la primera capital del Imperio. El dinero parecía ser ilimitado. El coste se estima en alrededor de 250 millones de Euros actuales. El esplendor queda claro incluso en su acceso, una regia avenida flanqueada por 13.000 cedros que desemboca en un ‘Torii’, una puerta sagrada, de granito e importantes dimensiones.
Y aquí vamos a hablar un poco del personaje porque es digno de protagonizar cualquier serie de HBO. Tokugawa Ieyasu fue el líder de una dinastía que gobernó los destinos del País del Sol Naciente entre los siglos XVI y XIX. Guerrero feroz, plantó cara a todos los samuráis y señores feudales enemigos del centro del país hasta que depusieron su actitud uno a uno. Trasladó la capital a la antigua Edo, actual Tokio, sin dejar el controlar a los que todavía no estaban bajo su dominio. Su astucia, pericia y creciente influencia provocaron que el Emperador, líder religioso y espiritual de la nación, pero no político, le cediera el poder absoluto. Cómo veis se trata de un personaje fundamental en la historia de Japón, así que no debéis de extrañaros de la normal afluencia de gente en el Santuario.
Suele estar frecuentado por japoneses, que peregrinan al menos una vez en la vida, pero también os puede pasar que sea el día de las excursiones de los colegios y os encontréis con una horda de niños vestidos con gorras de colores para diferenciar la clase y el curso. No pasa nada. El lugar es tan sublime que si os lográis abstraer disfrutaréis de un entorno único que rebosa belleza y riqueza arquitectónica. Recordad que las pagodas, a la entrada os encontraréis con una de cinco pisos, son elementos budistas, que sin embargo aquí conviven en armonía con el resto de las partes sintoístas. La ‘Göjunoto’ que veis a vuestra izquierda es una reconstrucción de 1819, ya que la original, de mediados del XVII, fue destruida. Tras atravesar la puerta del templo, flanqueada por dos guerreros Nio, llegáis al primer patio.
Los ‘Sanjinko’, los almacenes sagrados, encierran distintos secretos en los que os debéis fijar. El primero a la izquierda esconde el establo sagrado, ‘Shinkyüsha’, en el que cada mañana de 8 a 10 un caballo blanco recuerda los tiempos en los que estos animales estaban siempre preparados para la batalla. En el dintel superior veréis 3 monos que se han convertido en protagonistas del entorno a juzgar por la cantidad de gente que se agolpa a su alrededor. Representan 3 principios básicos del budismo. Los simios tienen los brazos en posición de taparse la boca, los oídos y los ojos para dejar claro que no hay que ver, oír, ni hablar…Es decir hay que ser sordo, mudo y ciego frente al mal que nos acecha en nuestra vida.
Otro animal también copa muchas miradas de esta primera plaza. Es un elefante que divisaremos justo en frente, en otro establo, y que sorprende por su rareza. El artista lo esculpió sin haber visto en su vida uno, así que al mirarlo no sabes si estás frente a un paquidermo o a un personaje de una película de Disney. No es de película, pero sí muy divino el ‘dragón que llora ‘en la ‘Honji-do’. La magnífica pintura reina en una sala arquitectónicamente brillante porque solo debajo de la boca del animal retumban los palos de madera como recordando al mundo su presencia con un simple rugido. Cuando lleguéis a este punto ya habréis decidido que este es vuestro santuario favorito, y sin embargo todavía os queda lo mejor…Por ejemplo la impresionante puerta de ‘Yomei-mon’, según muchos estudiosos, la más decorada de todo Japón. Si os paráis a observarla con detalle encontraréis entre sus tallas de colores y pan de oro, muchachas danzantes, animales mitológicos, sabios chinos y flores de todo tipo.
Su belleza era tan grande que asustó a sus constructores y por eso decidieron colocar la última columna al revés ante la superstición de que su perfección la avocara al destrozo inmediato. Atravesada la ‘Puerta del Atardecer’, estaremos en el segundo patio, el principal, en el que se levantan el ‘Honden’ y la ‘Haide’, la sala principal y la sala de culto. Cien dragones custodian las estancias en las que si tenéis suerte podréis ver cómo actúa una sacerdotisa sintoísta. Esta religión no distingue entre los dos sexos. Hombres y mujeres pueden escalar en la jerarquía eclesiástica siempre que sigan los estudios preceptivos. Por cierto, la mayoría de la gente que os atiende, aunque vaya uniformada con ropajes que parecen tradicionales, son simples voluntarios que prestan sus horas de ocio para ayudar en el culto.
El siguiente tumulto de cámaras os llevará hasta el ‘Nemuri-neko’, un gato dormido pintado sobre un dintel que se ha convertido en el símbolo del santuario ‘Toshogu’. Las tablas con su reproducción se venden para que escribáis una petición y la dejéis amarrada a cualquiera de los artilugios de metal que encontraréis con otros parecidos. Suelen ser súplicas de creyentes o deseos de estudiantes para aprobar sus exámenes con nota. Está claro que no hay religión ni vínculo con tu dios que no pase por pedir algo. ¡Cosas del ser humano!. Tras subir las escaleras mirad atrás y veréis los tejados del fabuloso reciento que se finalizó en 1653.
Nada de esto es lo que había pedido el Primer Shogun Tokugawa que soñó con un lugar discreto y pequeño en el que descansar en paz. Pero su nieto decidió que el comandante que fue su abuelo bien merecía algo más que un sencillo mausoleo y para recordar el poder y la influencia que a esas alturas ya había adquirido la familia comenzó a levantar una serie de edificios apabullantes que recuerdan al visitante, conforme se va adentrando, que no es cualquiera el que mora en la cima. Después de 400 escaleras llegaréis a esta tumba primitiva de extraordinaria belleza y elegancia, y cuya ubicación fue escogida con inteligencia. Las instrucciones fueron las siguientes: “Enterradme en el Monte Kuno en los primeros años tras mi muerte; luego construid un pequeño santuario en Nikko, donde me veneraréis como a un dios. Entonces me convertiré en el protector de Japón”. Takugawa quería descansar en la frontera norte de su imperio, en las montañas de Nikko, la primera barrera natural que se encuentran los enemigos que vienen del mar. De esta manera confiaba en que no su presencia, pero sí el espíritu de su figura pudieran frenar a los invasores. Se trataba de ganar batallas después de muerto…Sea como fue fuere, el espacio, que es el más apartado de todo el recinto, el ‘Okunoin’, destila paz. Se abre ante nosotros detrás de una deliciosa puerta de estilo chino de la época de la dinastía Ming que normalmente está cerrada al público.
Depende del tiempo que tengáis, la excursión puede seguir: Un museo con objetos de la época Edo y la tumba del nieto de Ieyasu se encuentran a pocos metros del Santuario y son también lugares muy interesantes…La verdad es que Nikko, a solo dos horas de Tokio, bien tiene una parada…Para disfrutar de su Patrimonio, abundante y espléndido; y para conocer sus alrededores llenos de sorpresas. Esta es la primera parada de este viaje sorprendente por el Japón auténtico, el que está más allá de las ciudades grandes y frecuentan los japoneses de a pie, la gente como nosotros.