Por qué nos gusta Almodóvar
Nacido en algún lugar de la Mancha, entre años franquistas y educado en un ambiente clerical de genuinidad corrompida, su libertad se regocijaba en un pequeño cine de Cáceres. Maloliente, según cuenta él mismo, profanado en sus rincones por burdas micciones y otros tantos ríos de orín. Sin siquiera cumplir los 18 se marchó a la gran capital en busca de su propia revolución artística, pero alcanzó solo las puertas de la Escuela Oficial de Cine. Franco la había cerrado.
Consiguió un trabajo gris para sopesar los costes de su primera Súper 8: administrativo de día, revolucionario de noche. Así comenzaba la juventud del que se convertiría, pocos años después, en otro exponente del cine internacional. Su Deseo convertido en realidad y productora.
Se estrena ‘Dolor y gloria’, la cinta más personal, dicen algunos. La más empática, confirma él. Antonio Banderas se convierte en su alter ego, acompañado de la mano de Julieta Serrano, Penélope Cruz, Leonardo Sbaraglia o Asier Etxeandía. Aunque afirme, inquisidor, que no es una autobiografía -y que mientras viva prohibirá publicaciones incautas- sí comparten dolor. Y aquél cine dentro del
cine.
Se le ha tachado en innumerables ocasiones de déspota, excéntrico, altivo, narcisista, duro. Pero, al fin y al cabo, ¿no son los genios una involuntaria efervescencia sensorial? Siempre lo he pensado: todo artista tiene una tara. Pero ojo, benditas taras. Porque sin las mismas no serían artífices de nuestro gozo. Porque los genios nos proporcionan el elixir del éxtasis al acercarnos estados que creíamos ajenos. Tejen pasiones que ni sabíamos que poseíamos. Y nos otorgan experiencias volubles según quien las observe, indescriptibles para quienes las absorban.
Embriagado de Movida escribía, bebía, salía, dirigía, y todo aquello que se hacía en la modernidad de los ’80. Retumban todavía los ecos de su dúo con Mc Namara y sus escritos en ‘El País’. Les recomiendo que le lean, verán cómo susurra elegantemente la vulgaridad.
El caso es que Almodóvar se atrevía, sin miedo ni sosiego, a sentirse él mismo. Y, ante una sociedad castrada, en parte mermada, fue capaz de desatarnos a través de su filmografía. ‘Entre tinieblas’ en plena transición, o ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’, a las puertas de la democracia. Precisamente por haber vivido sin un duro, por haber bebido en lo más oscuro, por haber viajado entre sequías, nos
conoce, señores, cuasi mejor que nosotros mismos.
Harían falta cien páginas para esbozar su cine, pero se pueden encontrar elementos comunes. Personajes que aman, algunos más bien a sí mismos, pero que aman. Que sufren, algunos sin razón, otros por su mera condición. Historias surrealistas que cobran sentido entre laca y pintalabios. La familia. El honor. Los rincones más actuales de la vida y aquellos que siguen oliendo a naftalina. El pueblo. El campo. El director que rechazó dirigir ‘Sister Act’, el de los líos con Carmen Maura. Tan imponente que en EEUU tuvieron que inventarse la calificación NC-17 por la cinta ‘Átame!’, que también sería utilizada para ‘La mala educación’… y 15 años desde entonces, y cuánto da que hablar aún.
No le critiquen tanto, por favor, si hasta Sabina le cantaba. Porque ha creado un personal cosmos de elementos intangibles cuya mezcla química, cual alquimia, consigue retraernos a los lugares más comunes. Andalucía, siempre presente (‘Hable con ella’, ‘La ley del deseo’, ‘Julieta’) y el amor desgarrador, lo más latente (‘Volver’, ‘La piel que habito’). Un director que sigo si explicarme por qué ha recibido más bien aplausos extranjeros. Una vez más, separemos persona y personaje, arte y vida, la magia de la realidad.
Capaz de Volver a reconciliarnos con todo el amor de una Madre, de inducirnos a hablar con Ella, a despojarnos de nuestra Piel, a vivir amores Pasajeros, a despojarnos de los Abrazos Rotos, a quitarnos los Tacones, a ponernos de los Nervios. Comprender su cine es comprender España. Conocedor de nuestros
recovecos más recelosamente guardados, de nuestras ansias más prudentemente esquivadas. Señores, admitámoslo, Almodóvar es puro dolor y gloria.