La llegada de un monstruo
Cuando tu hija nació creíste estar preparada para todo lo que pudiera llegar, para todo lo que hiciera de ella el bebé más feliz y sano de este mundo. La educaste con sumo cuidado desde sus primeros días, le enseñaste a sonreír, a sacar la lengua, a jugar solita en su cuna, a mover sus manitas, a alcanzar lo inalcanzable.
Supiste leer los libros en los que te ayudaban a que comiera mejor, que durmiera lo necesario, que no te dominara con su llanto y sus caprichos cuando empezaba a darse cuenta del poder inmenso que tenía sobre ti. Viviste su entrada en la vida con todos los cuidados que una madre pone en sus hijos, y creíste que lo habías hecho aceptablemente bien.
Su padre y tú os separasteis pero lo hicisteis cuando ella era muy pequeña y confiaste en que sus tres añitos te permitirían evitar las marcas que pudieran hacerle daño en sus emociones. Creíste que lo ibas controlando todo e incluso te sentías satisfecha porque tu hija y tú lo hablabais todo, lo compartíais todo y la vida en vuestra casa era tranquila, sin sustos, sin sorpresas inesperadas.
Tu hija fue cumpliendo años y aquella bolita, como tú la llamabas,aquella niña gordita, llegó a la adolescencia y con toda naturalidad modeló su cuerpo de criatura de 13 años hasta hacerte sentir, sin que nadie pudiera darse nunca cuenta, hasta cierta envidia sana. Era deportista, buena estudiante y nunca te hizo sufrir por nada importante.
A su padre lo veía poco, dos o tres veces al año, pero tampoco reclamaba más, parecía que ya eran suficientes. Tú lo suplías sin el menor problema; la ausencia de los padres era cada día más una realidad en las vidas de muchas familias y ni siquiera eso había supuesto el menor inconveniente en vuestra pequeña familia de dos.
“Mamá, he encontrado una página en Internet que te enseña a vomitar”. Ahí, en ese preciso instante, tu vida dio un vuelco para el que nadie está jamás preparado. Tu hija de 14 años había dado con la cueva del horror de la anorexia. Tú, por lo menos, tuviste la suerte de que ella, educada en la confianza y sin haberte tenido miedo jamás, te lo explicó con naturalidad aunque para ti se abriera la tierra bajo tus pies. Ahora ya sabes que cientos de madres han descubierto el horror en los cuerpos de sus pequeñas cuando ya la enfermedad se había apoderado de ellas.
Tras leer todo lo que ella ya había leído, decidiste actuar deprisa y escribiste a nuestro programa. Tu obsesión era que se retiraran de Internet esas páginas que informaban a adolescentes sin defensas de cómo tenían que hacer para que la comida, que se veían obligadas a comer para no discutir, quedara almacenada en sus cuerpos. Aprender a vomitar es una “solución” pero no es ni de lejos la única. Entraste en el mundo del horror de la mano de tu hija y ahora pides a gritos que se os ayude para evitar que esas informaciones dañinas sigan haciendo enfermar a chiquillas que paran sus vidas por entrar en las tallas más pequeñas.
Prohibir esa páginas, borrarlas, condenarlas, son palabras que escuché de ti y que sé con certeza que escucharía de cualquier persona que estuviera inmersa en el atroz mundo de la bulimia y la anorexia, sin poder hacer casi nada para devolver a la vida a esas niñas que ya nunca volverán a ser lo que fueron.
La información que hemos conseguido es que en nuestro país dar esas explicaciones no está penado, que nada se puede hacer para prohibirlo, que lo mejor es vigilar a tu hija y, por encima de todo, tratarla con el máximo cariño posible.
Tú sabes con certeza que aunque en tu casa no tengas adsl, no tengas wifi, ni acceso a Internet, nunca lograrías evitar que tu hija siguiera buscando esas páginas que han roto tu mundo y lo han llenado de grietas y miedos. La impotencia que te corroe es que llegas a pensar que puede haber intereses creados para que las adolescentes vivan obsesionadas por la delgadez, que eso es rentable para algunos y que ahí radica la razón de tu desespero, de tu indignación.
Tu hija acude a una psicóloga y ella entiende que necesita ayuda, pero también sabe que no va a ser sencillo salir del laberinto donde se ha metido. Por supuesto, la regla, que hacía tan poco había hecho su aparición, se retiró de su vida; el futuro como madre se lo pintan negro, la línea roja para ingresar en un centro hospitalario se acerca, pero ella sigue sin entender bien que su madre esté preocupada, muy preocupada. Ni siquiera entiende que su padre, ese señor que ve tres veces al año, haya hecho acto de presencia y junto a su madre hayan hecho piña para ser más eficaces en la ayuda.
Todavía no conoce el dolor que se sufre cuando estás ingresada en una unidad de anorexia y la llegada de la bandeja de la comida es el momento más insoportable de todos tus días. No sabe que esa báscula que ella creía que le daba alegrías provocándose el vómito como le enseñaron en esas webs que su madre intenta borrar de su vida, empezará en muy poco tiempo a ser su mayor enemigo al empeñarse en no aumentar los gramos suficientes para poder volver a casa.
Tú habías leído algo sobre todo esto, pero nada de lo que conocías se acerca ni de lejos a los detalles que ahora te ves obligada a aprender si quieres ayudar a tu hija a volver a la vida que ella tenía junto a ti. Lloras, te desesperas, te preguntas dónde estuvo el error cometido, qué hiciste mal, qué hicisteis mal, y no encuentras respuestas. Pero nosotros sabemos, porque lo hemos preguntado a los especialistas, que sí hay respuestas, que sí hay caminos, que sí hay soluciones. Sabemos que tu hija encontrará la rendija para salir y saldrá y cuando hayan pasado los años y todo pueda verse desde lejos, seguirás temblando al recordar lo hondo que fue tu miedo, lo poco que tuvo que pasar entre la felicidad de un hogar tranquilo y la llegada de un comentario que lo trastocó todo: “Mamá, he encontrado una página en Internet que te enseña a vomitar”
Eres una madre valiente, llegarás lejos en tu lucha porque estás convencida de que tienes razón y nosotros, en el programa, esperamos ayudarte a recorrer este camino para el que nadie te había preparado jamás. Gracias por confiar, estoy segura de que no habrá sido en vano.