Esos cinco goles fueron cinco puñales que los holandeses habían adiestrado durante cuatro años. Mientras los nuestros casi se habían dormido en los laureles, los jugadores naranjas ensayaron, hasta perder el sentido, todas las jugadas que devolverían a aquellos españoles a ese rincón amargo de las derrotas.
Los nuestros casi se habían acostumbrado a ganar. Porque si escuchas durante 8 años que eres extraordinario, que haces tu trabajo mejor que los demás, que mereces todos los triunfos que consigues; es casi imposible que no cedas a la tentación de creerte que alguna de esas palabras es tuya para siempre, que te pertenecen, que son verdad, que es cierto que las mereces. Cualquiera de todas las personas que forman el equipo de nuestra selección tenía derecho a dar por sentado que ser los mejores del mundo estaba al alcance otra vez, creían tener ese derecho porque lo fueron y ahora se trataba de seguir demostrando que lo seguían siendo.
Iker Casillas no jugó bien, fue el primero en reconocerlo. Nuestros jugadores no lo hicieron bien, jugaron mal. Bajaron de la gloria al barro en 90 minutos. El vaso de hiel que les esperaba en los vestuarios de ese partido contra Holanda, parecía que podía llevarse por delante toda una vida. Pero fue entonces cuando apareció el corazón y la inteligencia de un deportista extraordinario y mi capitán demostró, una vez más, que como si de una ceremonia matrimonial se tratara, él estaría: "en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad" todas las horas que fueran necesarias. Reunió en ese vestuario amargo a todos sus compañeros y fue el silencio de los rojos la mejor demostración de que su autoridad seguía intacta. Los jugadores escucharon palabras que casi habían olvidado: palabras de petición de perdón, de reconocimiento de errores y fallos. Iker empezó reconociendo lo que había salido mal pero, inmediatamente, tomó la iniciativa para ayudarles y ayudarse a recomponer el ánimo y buscar la garra que se había esfumado como desaparece una pesadilla cuando abrimos los ojos.
Todos los jugadores de la selección escucharon las palabras que necesitaban oír tras esos eternos pero demasiado breves minutos que duró aquel partido que habían preparado con esmero. Cuando Vicente del Bosque llegó a la puerta del vestuario, escuchó un silencio sonoro y comprendió de inmediato que la mitad del camino ya la estaban andando solos; que era el capitán el que había decidido empezar a dar los pasos dolorosos de un recorrido imprescindible.
Cuando trabajas para hacer feliz a la gente, cuando tu profesión mueve tantos corazones, el vértigo al fracaso es muy difícil de dominar.
'La Roja' lleva 8 años dándonos alegrías, 8 años de jugadas maestras y momentos gloriosos en partidos de infarto, ahora ha llegado nuestro turno. Si tenemos una gota de empatía en la sangre, si queremos devolverles alguno de esos momentos de felicidad que nos han regalado a manos llenas, debemos sacarla a relucir; es el momento de enviar a Brasil nuestra mejor energía, nuestra imaginación, nuestra confianza en que los jugadores, como han hecho tantas veces en el filo de la navaja, serán capaces de recuperarse y podremos seguir soñando todos juntos. Tras el susto puede llegar de nuevo la confianza.
La mente es una arma que, puesta a trabajar en positivo, puede lograr los resultados más brillantes, los más imprevisibles cuando más se necesitan. Todos sabemos que hay días que amanecen grises, casi negros; hay días que uno no daría ni un euro por la buena suerte, esos son los días en que los resultados dependen de tu propio entusiasmo y de la potencia que uno sea capaz de desdoblar frente a nuestros rivales. Tras unos nubarrones amenazantes puede salir la luz y no sería bueno que nos cogiera lamiéndonos las heridas.
Nos humillaron, sí, nos hicieron morder el polvo, sí, pero está en nuestra mano ayudarles a dar la mejor respuesta, la única que en estos momentos espera todo un país de ellos. Escribo con pasión y esperanza porque sé que lo harán, que saldrán a jugar como si se tratara del último partido de sus vidas y que lo conseguirán. Nosotros, queriéndolos, creyendo en ellos, tenemos que ayudarles a que eso sea así. Ayudarles a que sientan que muchos estaremos agradecidos toda la vida por la felicidad que nos han dado a manos llenas durante tantos meses de éstos 8 años de partidos y títulos.
Cuando los escalones que la vida nos pone delante son incontables, la tentación de dudar de nuestra capacidad es hasta aceptable, puede llegar a ser incluso gigantesca, pero no debemos desfallecer, tenemos que seguir a su lado.
Casillas sigue siendo nuestro capitán y nuestros hombros tienen que seguir arrimando como lo hemos hecho tantas veces. No es momento de más análisis; los que pueden hacerlos tendrán el trabajo terminado y "solo" pedirán que sigamos creyendo que el sueño es posible, que no todo está perdido.
Los cinco puñales dejarán de sangrar porque nos esperan las alegrías que ya dábamos por hechas. Hoy solo importa que se sientan queridos, que sientan que todos estamos con ellos.