Nunca pensé que fuese a desayunar un café espresso tras dormir una noche al raso junto al río Vjosa, pero así fue. En Albania se bebe mucho y buen café, posiblemente por cercanía con Italia que, en un determinado punto, se encuentra a menos de 80 km. Como conté en la entrada anterior, esa noche la pasamos junto a una especie de barraca donde Joni vendía sus cedés y otras exquisiteces. Entre ellas, café espresso.
Albania también comparte con Italia el mar Adriático. Cuando era pequeño asistí a una escuela italiana. Estudiábamos geografía italiana y en clase siempre colgaba un mapa físico y ajado del país. Recuerdo el arco marrón oscuro de los Alpes, el verde esmeralda de la llanura Padana y la espina dorsal de los Apeninos.
Pero me llamaba la atención aún más el azul pálido casi blanco de un mar pequeño en la parte derecha del gran mapa. Una especie de mar de juguete o al menos eso me parecía. También recuerdo preguntar el porqué de semejante color y la respuesta del profesor: su poca profundidad.
Para mí era un lugar extraño que lamía las costas de países extraños, Yugoslavia en aquellos años, Albania y también de ciudades maravillosas como Venecia o Dubrovnik. Un mar cercano y lejano, somero, escenario de guerras, muy salado y contaminado en el que desembocan todos los ríos de los Balcanes.
Quitando Venecia, nunca había visitado ese mar y mi imagen del mismo es la de ese mapa en el que aparece pintado con un color azul pálido al que le da el sol que se filtra por el ventanal de una escuela hace más de veinte años. Es por eso que el día antes de terminar de recorrer el Vjosa yo iba sintiendo la particular emoción de llegar a un sitio desconocido y anhelado con la fuerza que solo un recuerdo de la infancia puede tener.
De esta última parte del río no teníamos apenas información. En el mapa veíamos una autopista que cruzaba sobre el río a algo más de veinte kilómetros de distancia de su desembocadura.
Cruzamos el puente y nos adentramos en el extraño mundo del delta. Las construcciones, escasas pero presentes los últimos días, desaparecieron por completo así como las montañas que nos habían acompañado todo el viaje y todo rastro de actividad humana. Bueno, no toda: la pesca en forma de diferentes artilugios con redes sobre el río aparecieron por doquier.
Redes enormes elevadas decenas de metros sobre el curso de agua y extendidas de orilla a orilla hicieron acto de presencia. También pescadores y otros tipos de aparejos de pesca. Incluso llegamos a ver la primera embarcación a motor (una pequeña zodiac que extendía una red) de todo nuestro viaje.
El río se fue ensanchando y aplanando, y la corriente redujo su intensidad hasta tal punto que nuestro ritmo de progresión se ralentizó bastante. El sol golpeaba con fuerza y no soplaba una brizna de viento. En las orillas, fango y juncos, y por encima de ellas un paisaje plano, castigado por el sol y el pastoreo. Al cabo de unas horas las orillas desaparecieron a lo lejos y en su lugar apareció un mar azul, plano, brillante. El Adriático.
Paleamos un poco más y doblamos el cabo de arena que delimita el final del río bajo una enorme red extendida de orilla a orilla. Nos abrazamos desde nuestros pequeños 'packrafts' flotando sobre el agua por fin salada y meciéndonos suavemente con las suaves olas marinas: habíamos llegado.
Es curiosa la perspectiva que se obtiene al recorrer un río desde su propio nacimiento hasta la desembocadura. La perspectiva de la realización de un sueño.
Paleamos los primeros metros del Voidomatis, afluente del Vjosa, en un valle verde y húmedo encajado entre altas montañas y profundas gargantas. Tras una semana de viaje llegamos a su fértil delta y al mar.
El plan ha salido bien, todo ha funcionado, un sueño se ha materializado y su conclusión celebra un recuerdo o una imagen perdida de la infancia. Todo ello gracias a la imaginación, el deseo y la amistad de cuatro amigos que, por encima de todo, se lo han pasado bien. Y estas pequeñas cosas, estos planes que nacen en un antiguo mapa y terminan con éxito empapados en agua salada son una de las pequeñas cosas que me hacen feliz en la vida.
Como no podía ser de otra manera, gracias a Marco, Curro y Joan.