Hamburguesa de sepia en el continente helado: comemos mejor de lo que os pensáis en la Antártida
Ya es tarde y la jornada en el glaciar ha sido larga. Después del desayuno hemos subido a trabajar, y en las horas de trabajo apenas hemos picoteado un pequeño bocadillo y alguna chocolatina. La hora de cenar se acerca y las ganas de ponerse finalmente a resguardo y el hambre de esos momentos es algo difícil de imaginar.
El momento de la cena es algo más que alimentarse, es la celebración de la jornada, la desconexión con el trabajo, el recogimiento con los compañeros. Las ganas de comer le hacen a uno despertar todos sus instintos y el momento en que la comida sale es el pistoletazo de salida de este momento de celebración.
Todo esto no sería posible sin aquellos que están detrás de los fuegos. Este año son dos y ambos se llaman Dani.
Daniel Cortés (Barcelona 1981), realiza este año su cuarta campaña. Ojos azules y pelo revuelto, mira en todas direcciones y controla que la gente se vaya sentando en el momento en que la comida sale. Hoy es un día especial. Una cena de gala.
El plato principal viaja en un carro desde la cocina al comedor mientras el personal de la base se levanta para ver de qué se trata, y saca sus teléfonos móviles para fotografiar pues, además de oler bien, es bonito.
Hoy cenamos hamburguesa de sepia con calabacín y salsa de wasabi en mollete negro de tinta. Todos alucinamos. Dani sonríe y mira para abajo en el momento en que arrancan los aplausos.
Mientras el otro Dani, provincia de Buenos Aires, Argentina 1980, se mueve rápido colocando todos los acompañamientos sobre la mesa. No paran un segundo y, aunque les guste mantener la compostura, sonríen tímidamente mostrando una mueca de satisfacción.
Ser cocinero en una base antártica debe ser algo muy especial. Imagino que será algo así como llevar un restaurante en el que los mismos comensales vienen un día tras otro a desayunar, comer y cenar. Así durante unos cuatro meses. Los lazos que se establecen con aquellos que se sientan a la mesa son por lo tanto mas cercanos, y eso es reciproco.
En la base antártica, por lo general, se engorda. Puede sonar raro pero es la verdad. Durante años hemos tenido colgado un cuadrante con el nombre de cada uno de los técnicos y su peso semana tras semana. La curva dibujada se disparaba hacia el cielo al cabo de los meses.
Y es que no es normal comer tanto y con tanta calidad en la vida normal. Yo al menos no soy de los que toman un primero, un segundo y postre en las dos comidas del día. Muchas veces incluso acompañado de un aperitivo. Juntando este tema con el hecho de que la comida está muy buena e invita a repetir, hace que lo más probable sea acabar la campaña con unos cuantos kilos de más.
El pan es otro elemento central de la cocina antártica. Este es preparado y horneado todas las mañanas en la base.
Es un punto crítico y fundamental en la cocina. Los cocineros a veces tardan algo de tiempo en pillarle el truco al horno en el caso de que este sea nuevo, pero a medida que avanza la campaña, el nivel de los panes es muy alto y las tostadas de todas las mañanas son el pilar sobre el que se asienta la alimentación del resto del día. Pan casero y horneado a diario en este rincón perdido del mundo, otro lujo difícil de imaginar.
Una gripe que me tiene postrado en la cama desde hace unos días no me ha permitido terminar la entrevista que he comenzado a hacer a los dos cocineros. Sirvan estas palabras para abrir boca en el mundo de la cocina antártica y la semana que viene volveré por fin con la entrevista de los Danis y sus platos predilectos en lo que llevamos de campaña.
Seguiremos informando.