Recuperándome de la lesión de rodilla en Brasil: la nueva aventura es dentro de mi cabeza
Tantos años cargando cosas raras a la espalda para arriba y para abajo han terminado por fastidiarme las rodillas. Tanto es así que he tenido que pasar por el quirófano y ahora me veo resignado a sostenerme con un par de muletas y a no poder cargar peso ni hacer deporte durante unas semanas. Cosa a la que, dicho sea de paso, no estoy acostumbrado.
Dadas las circunstancias he venido a hacer la recuperación a Brasil, ello no se debe a que sea un futbolista famoso y con dinero, sino a que tengo familia en este país. He cambiado mis esquís por unas sandalias, mi chaquetón de plumas por un bañador y mi piolet por una caipirinha. Creo que he salido bien parado con el trueque.
Lo que realmente me fastidia es la falta de actividad. También de aventura. Ahora descanso en una isla rodeado de una vegetación exuberante y un mar de color verdoso y espuma blanca poblado de surfistas. Allá donde miro se me ocurren planes por hacer, rocas por subir, ríos por descender y playas donde nadar. Y no puedo.
Menos mal que desde adolescente tengo una habilidad especial para evadirme a través de los libros. Las historias de viajes y aventura han sido siempre fuente de adicción y mi capacidad para transformarme en personaje de las mismas ha supuesto un bálsamo de bienestar en muchas situaciones. Si además de mi predisposición al viaje mental (como decía Buñuel: "uno vive dentro de sí mismo. Los viajes no existen") logro dar con la historia adecuada, el cocktail es difícilmente superable. Estos días ha ocurrido.
Después de un tiempo buscándolo he dado con un libro que creía descatalogado. Lo he conseguido poniéndome en contacto con su autor quien me ha orientado para localizarlo en una librería de Madrid. Se trata de un historia que transcurre en Brasil en su mayor parte y narra el viaje que su autor, Román Morales, realizó a bordo de un kayak y en el que recorrió más de diez mil quinientos kilómetros remando por los grandes ríos de America Latina. El grueso volumen lleva por título el bello nombre de 'Caminos de agua'. Por cierto, la anterior cita de Buñuel encabeza, en sus primeras páginas, el libro.
No puedo disfrutar más de la aventura con mi pierna en alto, escuchando a los macacos que saltan entre las ramas bajo cuya sombra descanso mi rodilla y sostengo el libro con el interés juvenil del que piensa que esta lectura le va a cambiar la vida. Aunque mis penurias en este caso se limiten a que se me caliente demasiado la cerveza o que a un mono me robe los plátanos que consumo, yo consigo acompañar en el viaje a Román percibiendo sus penas y alegrías.
Siento su miedo al yaguareté (jaguar) en las noches oscuras de la selva, su fatiga extrema tras remar veinte horas seguidas o el olor a alcohol y marihuana del aliento del militar de turno que le exige un soborno para cruzar la frontera. Y todo ello con mis muletas junto a la piscina, con mi pie en alto y mi tumbona de madera oscura.
Cuando llevo ya un rato leyendo bajo el sol y las gotas de sudor me resbalan bajo la camiseta me estremezco con el fenómeno del friagem. Según cuenta Román este se produce durante pocos días en los meses de julio y agosto en pleno Pantanal (Amazonas), cuando los vientos patagónicos soplan heladores y se cuelan hasta el altiplano haciendo que la temperatura descienda en picado durante pocos días para luego volver rápidamente al calor asfixiante habitual del lugar. En ese momento es cuando doy un respingo y, por solidaridad con Román, aguanto el sofocón unos minutos más sin meterme en la cercana piscina a refrescarme. Y es que, cuando el milagro de los libros se produce, no se puede hacer otra cosa que dejarse llevar río abajo.