Olga tiene 47 años y nació en Madrid. Siempre ha sido “muy trasto, muy juguetona y de carácter alegre, el alma de la fiesta”, pero según cuenta una de sus amigas, él “la cambió, Olga desapareció”. La pareja se conoció cuando ella tenía 17 años y él 22. Todo empezó con un baile: “Ahí me cogió y me dio un beso de esos que ves en la tele, parecía que se paraba el mundo, fue un beso de película”. Bárbara Zorrilla, psicóloga experta en violencia de género asegura que ese episodio es más “peligroso” que romántico: “Esta visión del amor es peligrosa, hace que prioricemos la relación sobre otras áreas importantes, como los amigos, la familia o los estudios, y también conlleva que justifiquemos conductas abusivas en nombre de ese amor”.
Comenzó la relación y el maltratador de Olga no dudó en apartarla de sus amigas. De ahí paso a ejercer un control absoluto sobre ella: “Yo pensaba que era detallista por esa atención constante”, nos cuenta Olga, pero Bárbara Zorrilla, una psicóloga experta en violencia de género explica que nada más lejos de la realidad: “Ella lo interpreta como una forma de protección, pero no es así, realmente es control y, por lo tanto, una forma de violencia”. Con este control absoluto llegó pronto la primera agresión: “Todo fue por un ‘hola, compañero”. Olga explica que atendió la llamada de un compañero de clase y su maltratador le dio lo que él denominaba “un toque de atención”: “Me cogió de la pierna y me empezó a dar un pellizco, retorciendo, retorciendo, hasta que ya no puedes más con el dolor y te inventas que tienes que colgar”. Olga explica que la justificación de su maltratador era siempre la misma: “Lo hago porque te quiero”.
“Con lo que él estaba más obsesionado era con la forma que yo debía tener de vestir”. Olga asegura que lo que comenzó con un “qué guapa estas con esto, pero acabó “con la obligación de ponerme una determinada ropa”. Para que nadie a su alrededor se diera cuenta de lo que sucedía, Olga utilizaba lo que ella denomina “las estrategias de la supervivencia”, sus compañeras del día a día. Esto fue a más, y dio paso a la primera agresión grave: “Me dio un cabezazo en la nariz que pensé que me la había roto, y claro mentí a mi familia diciéndoles que me había dado con una puerta”, y continúa: “Siempre después de un momento malo, de agresividad, viene el momento de ‘te pido perdón, te quiero mucho, no lo voy a volver a hacer. Es un círculo, hay muchos momentos malos pero son compensados con esos perdones para que tú vuelvas a creerlo”.
“Igual que dejé apartadas a amistades, dejé apartada a mi familia, porque mi familia no me quería. Él me llegó a convencer de que mi familia no me quería. Y yo me lo creí, como todo”. Wara Rojo, psicóloga del CARRMM, explica por qué sucedió esto a Olga: “Esta es la consecuencia del maltrato psicológico, llega un momento en que el maltratador se hace dueño de la realidad subjetiva de ella, de cómo percibe la mujer lo que le pasa”. Esto, cuenta Olga, acabó haciendo que le necesitara para todo: “No sabía ya dar un paso sin él. No veía la opción y tampoco me atrevía”.
Sin el apoyo de su familia, con la que en ese momento no tenía relación, Olga decide casarse con su maltratador. Esta boda desembocó en otra forma de violencia: la violencia económica. La consecuencia fue que se vio obligada por su maltratador a dejar su trabajo. Tiempo después se quedó embarazada, de trillizos, y se agarró a sus hijos como su único refugio, pero pronto ellos también se convirtieron en víctimas. “Esto me sirvió para irme de ese mundo, pero durante un tiempo”, cuenta Olga, que explica también que para su maltratador “sus hijos eran un estorbo”, porque le molestaban. “Mis hijos eran pequeñitos y pensé que no se enteraban de las cosas, pero cuando pasó un tiempo mi hijo entró en el comedor y escuché a su hermana decir ‘no chilles, que si no te tienes que ir de casa como papá’. Ahí entendí que son pequeños, pero se enteran”.
Insultos, graves amenazas y una reclusión domiciliaria total. La situación a la que Olga se veía sometida por su maltratador iba a más, pero ella no era capaz de hacer nada: “A mí me daba igual que me pegara, yo ya no valía nada”. Su maltratador, consciente de su miedo, disfrutaba viéndola sufrir, viéndola atemorizada, al punto que se jugaba la vida al volante para hacerla sentir pánico: “Yo pedía que no nos pasara nada, pero que si pasaba por favor yo no sobreviviera”. El miedo iba a más y la violencia psicológica también, lo que llevó a Olga a una situación extrema: “Cada vez le tenía más miedo, por eso tenía un cuchillo muy grande guardado debajo de la almohada”.
El miedo y el arresto domiciliario al que Olga y sus hijos se veían sometidos hizo que la víctima se atreviera a hacer algo que jamás hubiera imaginado: enfrentarse a su maltratador. Él llegó tarde, y por primera vez, ella le pidió explicaciones. Los insultos mezclados con el gesto de cortarle el cuello ya no hicieron que Olga se achicara, sino todo lo contrario, pero él comenzó a gritar para hacer pensar a los vecinos que ella le estaba pegando a él. “Comencé a grabarle con el móvil, él se dio cuenta, salió corriendo, se dio un cabezazo contra la pared y me dijo ‘ahora me voy a denunciarte porque me has pegado’. De pronto salí corriendo y me encerré en la cocina, ese fue el momento en el que pasé más miedo, en el que pensé que me hacía algo”. Sin saber casi ni cómo, consiguió coger un teléfono mientras intentaba con todas sus fuerzas que su maltratador no abriera la puerta y llamó a la policía: “Esa noche lo detuvieron y cuando se lo llevaron me dijo ‘¿qué me has hecho, Olguita?’, otra vez echándome la culpa. Ahí si sentí el ‘se acabó”.
La dependencia de Olga hacia su maltratador, pese a haberle denunciado, hizo que tomara una drástica decisión para romper definitivamente con su vida con él: marcharse con sus hijos de su casa, y lo hizo con la ayuda del Centro de recuperación integral para mujeres, niños y niñas víctimas de la violencia machista. Allí vivieron durante 17 meses e iniciaron el camino de ida hacia su libertad. “Mis hijos lo tienen reconocido, es algo de lo que no se avergüenzan, ellos saben que su padre es un maltratador y lo dicen con todas las letras. Me imagino que les duele, y les dolerá”, cuenta Olga, aunque asegura que desde su paso por el CARRMM sus hijos son felices, como ella, que no tiene palabras para agradecer el apoyo recibido: “Si no hubiera venido aquí, hubiera vuelto con él”.