El caso de la joven asesinada a puñaladas en Meco mientras paseaba a sus perros tiene cierto parecido con el crimen de Laura Luelmo, la profesora a la que violaron después de hacer la compra. A su vez, éste caso guarda un paralelismo con la muerte de Leticia Rosino, la jovencita que salió a pasear y a la que reventaron la cabeza en Zamora. El asesinato de Leticia nos recuerda inevitablemente al de Celia Barquín, la golfista a la que un vagabundo mató por estar en el momento y en el lugar equivocado. Y así podría estar durante horas, hilando en blucle muchos de los crímenes en los que una mujer ha sido brutalmente agredida (en múltiples sentidos) sólo por el hecho de ser mujer y estar sola. Y, al parecer, indefensa.
La presentadora de ‘Ya es mediodía’ ha hecho explícito un sentimiento que todas tenemos en común: “Este tipo de sucesos te meten el miedo en el cuerpo”, pues, informar sobre asesinatos sin sentido, de una forma tan condensada pero tan real al mismo tiempo, afecta tanto al receptor como al emisor.
Sonsoles tiene razón. Estoy segura de que, a raíz de todo lo que se está pasando en últimos meses (que no sabemos si siempre ha pasado pero, ahora, se cuenta) muchas mujeres, de diferentes edades, han evitado un callejón oscuro, no han querido que sus hijas vuelvan a casa en metro, han echado la vista atrás en un parking o se han agarrado el bolso, como se hacía ANTES, antes de que fuéramos un país moderno donde los hombres y mujeres, supuestamente, deben circular LIBRES.
Por eso se ha puesto en cuestión el argumento – que también es perfectamente lógico- de uno de los colaboradores (masculinos) que ha instado a las mujeres a “vivir sin miedo” pero “con precaución”. ¿Es eso lo que debemos hacer? ¿Ponernos una falda más larga o ir siempre acompañadas de vuelta a casa, por si acaso nos hacen algo? Salvaríamos la vida pero, ¿no huele eso a un atraso? Si un hombre nunca va a tener esa preocupación hasta tal grado… Quizá, y sólo quizá, la respuesta a este debate es que las mujeres no tenemos que cambiar un carajo. Sin embargo, cuando voy sola por la noche, agarro el teléfono y hasta simulo que llamo. No puedo evitarlo.